jueves, 27 de abril de 2017

Juicio y orden

Para Cristina y Miguel Uno de los actos más comunes que suelen ejecutar los seres humanos es juzgar las obras u omisiones ajenas, o sea, el comportamiento de los demás, pese a ser, sin embargo, uno de los más difíciles y complicados aunque pueda parecer lo contrario, y, sobre todo, si se quiere llevar a cabo con comedimiento y acierto. Porque reconocerán conmigo que si alguien actúa de una determinada manera, ya sea bien o mal, y tanto da que lo haga reiterada como puntualmente, todo el mundo está presto a emitir un veredicto y, las más de las veces, sin detenerse a estudiar los motivos o razones que al actor le han podido inducir e incluso obligar a ello. Habitualmente, también suele haber al emitir el correspondiente dictamen mucha más subjetividad que equilibrio y ello pueden conducir a los más variados resultados. Pocas veces hay detenimiento en comprobar con rigor si la información que ha llegado es correcta y nos escudamos en es que me lo ha dicho fulano o ha llegado hasta mí a través de uno de tantos medios sociales. Tampoco hay hábito en valorar la importancia o trascendencia del dicho o del hecho, y, por supuesto, no hay interés en saber los motivos que han llevado a realizar la acción. Y todas esas circunstancias influyen grandemente en la magnitud de lo enjuiciado. Los profesionales del Derecho utilizan constantemente aspectos y perspectivas de ellas en lo considerado y que sirven como agravantes, atenuantes o eximentes para determinar la grandeza o futilidad, trascendencia o irrelevancia, del caso al que se refieren. Y de esas variantes y posibilidades voy a hablar a través de una historia que me ha de servir como base para explicar alguna de las muchas posturas que se pueden adoptar ante un suceso. En cierta ocasión, hubo un hombre que era padre de dos hijos, ambos muy aficionados al fútbol, pero partidarios de dos equipos diferentes, uno del verde y otro del marrón. Un día en el que esos dos conjuntos tenían que disputar entre ellos un partido de mucha importancia, les dijo: -Yo, como padre, ¿qué equipo debo preferir que gane esta tarde? Ellos tardaron poco en contestar, y Elian dijo:- Pienso que debes desear que venza mi equipo, el verde, mientras que el Brodelio contestó: - Creo que tú debes querer que empaten, que no gane ni pierda ninguno. Y ambas, que son aparentemente unas contestaciones triviales y hasta cierto punto lógicas, sobre un algo de escasa importancia, le hizo pensar que, sin embargo, merecían un análisis un tanto profundo ya que, en el fondo, las dos podían revelar la manera de ser de cada uno de ellos y albergar un importante significado. En primer lugar, y en un rápido examen, da la impresión que Brodelio, en su expresión, dio muestra de ser más contemporizador y menos radical, que se amolda mejor a los gustos de cada uno de los demás y que incluso renuncia a la victoria de los suyos en aras de no hacer sufrir a los demás, mientras que el otro, Elian, adoptaba una actitud completamente endogámica al desear la victoria de su bando sin importarle para nada el pensar ni el sentir ajeno, ni las consecuencias que aquella traería, y por supuesto, optar por ella sin conceder posibilidad alguna a otras soluciones. Vencer, sólo vencer, de manera implacable, arrasando. Algo parecido a la petición al Santiago matamoros de la batalla de Clavijo o al Santiago y cierra España de las Navas de Tolosa. Y parece ser que fue conforme con este somero análisis, aunque podría haberlo intercambiado, puesto que muchas de las razones que aplicó al proceder de uno podría haberlas realizado igualmente en el del otro y aumentado con otras muchas más interpretaciones, unas buenas y otras no tanto, y hasta tal punto, que quedó convencido de que había aplicado uno y omitido ciento. Hasta aquí la corta historia sobre aquel hombre y sus hijos, y en ella se dice algo que sucede constantemente, que no parece justo pero que es lo habitual, y estriba como he intentado decir en el pensar del sujeto que forma una opinión sobre alguien o sobre algo. O sea, esto es así, así lo ve, y por ello, expresa su opinión y por las razones que aduce deja marcada en un tercero lo sucedido, tanto en su forma como en sus cualidades. Sin embargo, lo que parece completamente increíble, es que el orden en el que se dicen, cambien de una manera radical la naturaleza de lo expresado. Aun empleando las mismas palabras, lo dicho será bueno o malo, siempre que lo digamos en primer o en segundo lugar, e interpongamos entre ambos un pero. Y me estoy refiriendo a la conjunción adversativa, no en la acepción que la define como un defecto u objeción, sino en la que contrapone a un concepto, otro completamente distinto, usando las mismas palabras y tanto para lo bueno como para lo malo. Dos ejemplos: - Gael es buena persona, pero antipático. Gael es antipático, pero buena persona. O esto otro: -Hace buen día, pero un poco fresco. Hace un poco fresco, pero buen día. Y se ve cómo las cosas, que continúan siendo como son, cambian según el orden en que se expresan y acaban siendo aquello que se dice en último lugar. Llama entonces la atención cómo, por estas y otras muchas razones y en aras de muchas causas, cambia el juicio que cada cual emite sobre las cosas según el orden en que lo expresa. Ramón Serrano G. Abril 2017