viernes, 9 de abril de 2010

La restauración

La restauración
Ramón Serrano G

La vida no es esperar a que la tormenta pase, es aprender a bailar bajo la lluvia..-

Cuando oigo alguna noticia de que tal estatua, este cuadro o aquel edificio se están restaurando, o se ha acabado de hacerlo, siento una extraña sensación, mezcla de satisfacción y desasosiego. Comprendo que está bien que las obras se conserven adecuadamente, y sobre todo si corren el grave riesgo de desaparecer. Pero discrepo de que a lo antiguo, al tratar de rehabilitarlo, se le quite esa pátina tan hermosa que da el paso del tiempo. Y es que ha ocurrido, acaece y seguirá sucediendo que por ignorancia, o por un exceso de “sabiduría”, el rehabilitador destroza la obra primitiva. A mí, y a algunas personas más que aún viven y pueden dar fe de ello, se nos ofreció para su compra un cuadro de nuestro querido Antonio López Torres al que su propietario/a, para que luciese más, le había dado una completa y amplia mano de barniz. Sin comentarios.
Lo mismo ocurre en las personas. Lo lógico y aconsejable es que todos nos cuidemos adecuadamente y utilicemos los remedios apropiados, pero para que nuestra vida sea a ser posible placentera y desde luego sana, pero recurriendo siempre a lo estrictamente natural. Esto es norma de obligado cumplimiento y por mucha edad que se tenga se debe luchar con constancia por el bienestar físico y psíquico. “Ut dessint vires, tamen est laudanda voluntas”, que decían los latinos. Aunque falten las fuerzas, sin embargo se ha de engrandecer la voluntad. Hay que cuidarse, aunque cueste, no sea que lleguemos a arguellarnos.
Por otra parte, quiero aclarar que no estoy en contra, para nada, de la cirugía estética, mas siempre y cuando esta se practique para remediar defectos notoriamente antiestéticos, incómodos, o nocivos para el buen desarrollo de nuestra salud. Sin embargo, me parece una inmensa vaciedad que alguien gaste su tiempo y su dinero en alisar su piel, en reducir su talle, en cambiar la tonalidad de su cabello o aumentar su cantidad, queriendo con ello tan sólo aparentar una belleza o lozanía, falsa a todas luces, y que se perdió hace más o menos tiempo.
Las cosas, y por supuesto las personas, hay que conservarlas, mantenerlas, pero verlas y dejarlas como son y como están, siempre que estén en buenas o aceptables condiciones de vida, repito. Fijémonos en esos castillos o edificios antañones que han sido remozados y que nos muestran dos caras completamente distintas. Una, la nueva, de apariencia lisa y pulida, pero de aspecto blanquecino y enfermizo. Otra, la antigua en la que sus piedras están coloreadas por el musgo, roídas por el viento, embellecidas por el tiempo. Porque a mí no me parece más bonita la figura marmórea que se conserva perfecta y muy cuidada en una sala del museo, que aquellas deformes y redondeadas, con narices y manos un tanto o un mucho amorfas, que contemplamos en los pórticos de muchas iglesias.
Todo hay que tomarlo como es, sin variar su estado natural. Las personas y las cosas, ganarán o perderán, pero se transforman con el paso de los años, y esa mutación no es, en absoluto, ni mutilación ni deformidad. Sé bien que hay posturas apologéticas unas, y denostadoras otras, tanto de lo nuevo como de lo adiano, y si se me permite, aún diría que de lo viejo. La mía la manifestaré al decir que me parecen encantadores los chiquillos (es cierto, yo soy muy niñero), pero admiro, como no se pueden imaginar, a aquellos que tienen una vejez bien llevada. Será porque ya tengo encima bastantes años, pero puntualizando un poco, manifiesto que todas las mujeres son preciosas a los veinte años, pero muchas de ellas con la madurez de los cuarenta, adquieren cualidades excelsas. ¡Y no digamos nada de las que saben llegar a los sesenta, y aun a más, con una belleza y una feminidad serena y dulce!
Pero es que además estas afirmaciones, se pueden extender en infinitud de aspectos. Sabido es que se acostumbra a ponderar la edad de tal o cual cosa para darle así mayor importancia o valor. Y así nos dicen: Mire, es un violín del siglo XVI. ¡Posiblemente un Amatius! O nos ponderan si el libro en oferta es una primera edición, No digamos si es un incunable. Y por una porcelana de Sargadelos de la época de su fundación, hace doscientos años, nos piden mil veces más que por una actual.
Es decir que cuando se trata de algo importante, se aprecia mucho la edad y el estado de conservación. Y ahí es a donde quiero ir a parar. Que la tormenta puede que esté sobre nosotros, así que deberemos aprender a bailar bajo la lluvia, pensando en que pocas cosas hay más esenciales para nosotros que nosotros mismos. Por ello, está muy bien que nos preocupemos de nuestra restauración, de la debida conservación de nuestro cuerpo, aunque no se debe olvidar nunca que es mucho más trascendental no desatender el buen funcionamiento de nuestra mente. El gran economista británico John M. Keynes nos da una gran lección, cuando al hablarnos del valor marginal nos dice que se puede obtener mucho más beneficio si vendemos una botella de agua en el desierto que si lo hacemos junto a un manantial.
Por ello, para poder conseguir ese pingüe beneficio, y aunque cuando llegamos a cierta edad todos tenemos achaques, ajes y dolamas, si no es que sufrimos padecimientos peores, deberíamos esforzarnos en ejercitar nuestra sesera y tratar de mantenerla en buen estado. Porque se puede vivir sin piernas, o sin brazos, o ciego. Mal, pero se puede subsistir. Pero si no funciona la cabeza, se puede vivir, sí. Pero a eso no se le puede llamar vida.

Abril 2010
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 9 de abril de 2010