viernes, 1 de febrero de 2008

Los grandes

Los grandes
Ramón Serrano G.

Por los años cuarenta y cincuenta, cuando éramos chiquillos y había tanta escasez de libros, y de tantas y tantas otras cosas de primerísima necesidad, gustábamos jugar a los “santos”, lo cual consistía en coger algún libro escolar (bien que recuerdo a los de Dalmau Carles), y adivinar el número de fotografías, grabados, o figuras, que había en las dos páginas siguientes. Pues bien, parodiando aquél juego infantil, no sé si alguno de ustedes se ha entretenido hojeando una enciclopedia y ha contado los genios, generales, estadistas, próceres, escritores, filósofos, artistas, inventores, hombres y mujeres que habiendo sido importantes, aparecen en ella.
No. No creo que nadie lo haya hecho, mas si así fuese, se podría comprobar que el número de los relacionados y descritos en esos volúmenes, es realmente inmenso, porque han sido legión aquellos seres que han conseguido un triunfo completo y destacable, al haber dedicado su vida a trabajar por el bien de la humanidad en infinidad de facetas, y habiendo dejado ejemplar testimonio y bastantes vestigios de ello, para nuestro bien, nuestro aprendizaje y, deseablemente, para nuestro seguimiento.
La gente, la mayoría de la gente, piensa con ingenuidad que todos y cada uno de ellos, de esas personas conocidísimas, han sido alguien muy importante, verdaderos genios y que lo han sido porque han inventado, creado, descubierto, realizado alguna gesta o acción trascendente. Porque han escrito, compuesto, pintado, o modelado algo genial, perfecto o cuasiperfecto. Pero en el fondo no es así, ya que por haber conseguido lo logrado, por haber hecho lo hecho, se les podrá llamar maestros, inventores, artistas, científicos, lo que sea, lo que ustedes quieran, pero no grandes, ya que deberemos tener siempre en cuenta que su auténtica magnitud, esa enjundia incomparable, la han alcanzado, no por haber escrito o descubierto algo, sino por no darse importancia y vivir como hombres normales, con enorme sencillez y para nada engolletados o pretenciosos.
Porque la grandeza del genio no consiste en hacer algo, sino en tener la humildad necesaria para no pregonarlo, ni pavonearse, que de sus triunfos deben hablar sus obras, pero no ellos. Son, sin embargo, muchos los que, al igual que las gallinas, enseguida cacarean que han puesto un huevo, para que de esto se enteren en las casas y corrales vecinos. Y malo es que quien hace alguna cosa de provecho o por encima de lo normal lo airee y pregone, pero es peor quien, como en el célebre parto de los montes, que alumbraron un ratón, digo que hay quien alardea de haber puesto tan sólo un huevo, como si eso fuese algo insólito y digno de celebración. No suelen ser buenos aquellos a quienes domina la inmodestia, ya que esta les hace ser muy sencillos y sumisos si no obtienen el éxito, pero cuando logran alcanzarlo, si lo logran, se suelen mostrar altaneros y vanidosos en exceso.
Es la humildad una cualidad escasa y poco común, sobre todo para los que alcanzan el triunfo y mucho menos en los tiempos que corremos. Se me viene a la memoria la sencillez, lo tímidos que fueron, aunque para nada taimados, personajes de la talla de Fleming, o la madre Teresa de Calcuta, o Gandhi, o Rabindranath Tagore, o nuestro entrañable y querido López Torres, y la comparo con la pomposidad de que hoy hacen gala muchas celebridades de poco valor y menos fuste, que mucho se preocupan de vender las cualidades de su burra, y más bien poco de conseguir obras realmente apreciables y dignas de admiración y elogio. Admiración y elogio que olvidan que son los demás y no ellos mismos quienes debieran dárselas, y no se dan cuenta de que son esas mismas loas, malas procuradoras de sus propios intereses y siempre traicioneras a su discreción.
Ya se extraña de esto y nos lo advierte Cervantes, cuando D. Quijote charla con D. Lorenzo de Miranda y cuando este dice de él mismo que no es un gran poeta, sino tan sólo un buen aficionado a la poesía y a leer a los que sí son buenos, el hidalgo le responde: “… no me parece mal esa humildad; porque no hay poeta en el mundo que no sea arrogante y piense que él es el mayor de todos…” (parte II, cap. 18)
Y ya viene, por igual, todo esto debidamente iniciado por el mismo escritor alcalaíno, quien nos recuerda y aconseja, también en su Quijote, aquello de la modestia, cuando en la segunda parte de esa maravillosa obra, y a través de Maese Pedro, el del retablo, este, después de alentar a que se siga el canto llano y no se meta en contrapuntos, dice aquellas célebres palabras:-“Llaneza muchacho; no te encumbres, que toda afectación es mala” (parte II, cap. 26)
Traigo aquí, entonces, estas dos citas para corroborar lo antedicho, de que es la humildad lo que efectivamente engrandece y da verdadera valía a la acción humana, la cual, por el contrario, se ve ampliamente desprestigiada, o minusvalorada al menos, si fuese acompañada de la vanidad, del engreimiento y de la ufanía. O, lo que es más, de la pedantería de no admitir crítica, consejo, o desaprobación de la propia obra. Y esperando que este no sea mi caso, y a sabiendas de la no mucha calidad de mis escritos, junto a la propagación de ello, vengo en aceptar humildemente la opinión y las enmiendas que cualquiera de ustedes, amables lectores, quisieran hacer sobre mis palabras y mis textos.

Mayo 2006

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 12 de mayo de 2006

No hay comentarios: