jueves, 16 de octubre de 2008

Cuando...?

Cuándo…?
Ramón Serrano G.
“Y yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando….” Juan Ramón Jiménez.

-¿Cuándo vas a venir, calaca? Sí, ya sé que me podría haber ahorrado la pregunta puesto que no vas a contestarla, pues todos sabemos que tu inexorable visita es siempre ignorada por quien la recibe, aunque Zweig no piense igual. Nunca se lo dijiste a nadie y no creo que vayas a hacer conmigo una excepción. Te lo pregunto simplemente porque hoy he pensado en ti (en realidad lo hago muchas veces) y me ha apetecido hablar contigo, porque aun cuando parezca raro, te tengo como amiga y porque, además, intuyo que tu segura llegada pueda estar propincua. Desde luego, quiero aclararte que no lo hago porque tema esa venida tuya, ni porque me inquiete lo más mínimo que ello ocurra. No. No dudes que cuando me llegues serás bien recibida. O, al menos eso creo. O, al menos, eso espero.
-Ves, si te dijera que no me importa la manera que puedas tener de presentarte, te mentiría. Es natural que aunque sea inútil la elección, puesto que luego te aparecerás de la forma que te venga en gana, te exprese ahora mi deseo, o mi ruego, de que al menos me des tu abrazo con la mayor brevedad posible y, sobre todo, con ausencia de sufrimiento. Que en eso sí te temo, porque cuando estás de malas, se las haces pasar muy canutas al sujeto de turno. Pero no sé por qué te digo esto, si tú, con tu arbitrariedad, a la postre obrarás como se te antoje. Aunque, a fuer de sincero, también pienso que siempre actúas igual y que somos nosotros, los mortales, los que no sabemos comportarnos ante el desarrollo de tu tétrico trabajo.
-Y aún te digo más. Puede que hasta tenga ganas de que te me aparezcas, pues siento una gran curiosidad por conocerte (una expectación que tiene cierto toque felino, pues sabido es que la curiosidad mató al gato). Porque sabrás que cada uno de aquellos a los que todavía no nos has visitado tenemos una imagen muy distinta de ti. Los más, te magnifican peyorativamente. Será por tu descarnada figura, tu condición mefítica, tu obsesión arrambladora y casi siempre inoportuna, o por muchas otras razones. Pero la verdad, es que no eres bien vista por mis congéneres.
-Pero no es ese mi caso. Esa, digamos, expectación mía, no es sino el corolario de lo que sobre ti he leído, y que ha sido mucho, desde Platón a Heidegger. Por ello, ya te conozco algo, no creas. Sé que eres extraña, imprevisible, un tanto caprichosa, de multiforme aparición y tan vieja como tu principal enemiga, la vida, a la que vas venciendo en muchas facetas, aunque espero y deseo que no consigas nunca lograrlo del todo. Igualmente sé muy bien que eres temida en muchos casos, aunque ignoro si en realidad hay razón alguna para ello. Porque pienso sin embargo, y sinceramente, que no tienes maldad en el fondo. Que desarrollas tu trabajo por obligación, pero sin ningún placer. Y pienso además que, con tu arribo, uno llega a morir,…dormir…. Dormir,…y tal vez soñar. Finalmente quiero resaltar que muchos opinan que tienes unos gustos refinados, pues siempre procuras llevarte primero a los mejores.
-Quizás te extrañe esta forma mía de pensar sobre ti, e incluso puede que te preguntes qué motivos me llevan a hablarte de este modo. No creas, tampoco, que lo hago porque esté harto de vivir. No. Mi existencia ha sido como la de tantos y tantos seres que me han precedido o que conmigo han convivido. A veces buena, más veces sólo regular, y muchas más, pero muchas más, si no mala, sí con desasosiego. Pero no me quejo. Primero porque de nada me valdría hacerlo. Segundo, porque soy consciente de que si no obtuve más logros y menos penitencias, fue sólo mía la culpa. Y tercero porque creo, con sinceridad, que no lo he pasado mal del todo. No tuve mucho, pero sí lo suficiente. Y no ha sido la ambición uno de mis vicios, que no me faltan claro está, pero en verdad que no me ocupé nunca demasiado en querer acaparar incluso el viento.
- Y viendo como el tiempo ha ido desarrollando su labor, sí puedo y quiero decirte que me hallo orgulloso, en grado sumo, de lo habido en mi camino: una buena familia, tanto la heredada como la formada por propio deseo. Unos amigos excelentes. No todos los que hubiese deseado, pero sí más de los que he merecido, tanto en cantidad como en calidad. Y luego, un dedal de cultura, casi nada, un adarme, apenas un escrúpulo, pero la suficiente para proporcionarme inquietudes y felicidad. ¿Crees que con estos tesoros podría quejarme? No. No sería lógico.
-Sé que nuestro encuentro ha de ser breve, que tú, siempre acezando, no podrás entretenerte mucho conmigo con tantísimo trabajo como tienes, tanto el que te procuras por ti misma, como por el que te proporcionamos nosotros. Y aunque yo para ti no sea más que otro grano de trigo que acarrearás en el costal de tu cosecha, quiero que sepas que tú sí que eres alguien trascendente para mí. Considera que nuestro encuentro supone un importante lance, ya que tan sólo en otra ocasión de su existencia, el de su natalicio, el hombre es el exclusivo y principal protagonista del evento.
-Por eso, previendo la cortedad de nuestro único contacto, he ido haciendo provisiones y adquiriendo saberes, para mejor contactar contigo. Para acompañarte en el obligado viaje que he de hacer tras tu llegada, y siguiendo la costumbre maya, tuve durante mucho tiempo preparada mi piedra de jade y mi perro xoloitzcuintle. Igualmente guardé celosamente un óbolo para pagar al viejo barquero Caronte, si este se avenía a dejarme cruzar el río Aquerón. Traté además de procurarme un buen karma, ya sabes, por aquello del samsara. Pero luego, un buen día, di al traste con esas y otras historias similares y pensé que era mejor seguir otras viejas costumbres de tantos y tantos pueblos y culturas, desde los escandinavos hasta los cananeos, fenicios o celtas. Desde el Piura peruano, hasta Benarés. Y decidí, y así lo sigo deseando, la incineración para mi cuerpo. Digo y ruego pues, que quiero que me quemen y que echen mis pavesas (y estas cenizas mías, ¡ay, dolor! no tendrán sentido) al mar. Total ¿qué más da? El viejo y querido Mare Nostrum, como muchos de sus hermanos, está ya tan acostumbrado a recibir despojos y basuras, que creo que un poco de polvo cenizoso más no le importe demasiado. Además, y ahora que recuerdo, como tal te definió a ti Jorge Manrique: Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir. Sí. Allí quiero acabar.
-No sabes cómo me gustaría por otra parte, que nuestro definitivo abrazo no fuese tan fugaz, y que cuando mi cuerpo aun quiera erguirse, aun cuando ya se esté empezando a oír por mí el dies irae, me dijeras algo del posible destino de mi pobre alma, ya que sobre ella, no sé si afortunada o desgraciadamente, lo ignoro todo. Me gustaría preguntarte en nuestro encuentro, que me enseñaras lo que acerca de ella sepas. Y no ya sobre la mía en sí, sino sobre las almas en general. Quizás quieras informarme de su existencia, o de su esencia, pero, sobre todo, de su supervivencia o aniquilamiento tras haberme dallado con tu guadaña. Aunque en verdad te digo, que en el fondo, si el ánima perdura o no, y cual pudiera ser su destino, no es algo que me preocupe en demasía. Más me inquieta el recuerdo que de mí pudiera quedar aquí cuando me hayas liquidado. Creo que habrá muy pocos o ninguno que la tengan, pero si alguna remembranza hubiese, quedaría muy satisfecho con que no fuera para mal.
-Y ya no te entretengo con más cháchara, flaca, que tú no puedes dar ocio al uso de tu segadera. Te repito que me tienes aquí, esforzándome por seguir a Cicerón cuando dice: Neque turpís mors forti viro potes accedere, para las almas fuertes no hay muerte ignominiosa. Aquí, continuamente en vela, esperando pacientemente tu llegada, tal vez sentado, y quizás con algún libro entre las manos.¡Ah! También he de decirte que, para cuando llegues con tu figura cenceña envuelta en una bruna cabaza, tendré un fanal encendido sobre mi puerta. Así sabrás adonde hallarme.

Octubre 2008
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 17 de Octubre de 2008