jueves, 18 de junio de 2009

La charla

La charla
Ramón Serrano G.

“Mi vida es un erial; flor que toco, se deshoja; por mi camino fatal….” G.A.Becquer.

Inconscientemente, como queriendo descargar en alguien las causas de problemas exclusivamente míos, hubo un día en el que me puse a hablarle a mi corazón, y le dije: -¿Por qué te aceleras tanto? ¿Por qué corres siempre de ese modo? ¿Por qué te afanas constantemente en querer adelantar al tiempo?
Y mi corazón se rió de mí, o mejor dicho, se limitó a mostrarme cómo su actuación no era capitosa, sino que se hallaba impelida a ella por los mandatos de alguien que le forzaba a un zangoloteo vertiginoso.
-Mira, me contestó. Yo apenas si puedo mantener este ritmo que me impones y que incluso me es lesivo, pero sabes muy bien que es el cerebro quien dirige el comportamiento de los hombres, y el tuyo se halla ahora mismo, y demasiadas veces, como un volcán en erupción.
- No sé si creerte, le apunté.
- Pues harías bien en hacerlo, porque es de ese modo. (Era mi mente la que en ese momento había intervenido en nuestra charla). Así estoy, continuó, como te acaba de decir el corazón, y aunque a ti no te lo parezca. Con tu forma de ser y tu comportamiento, en muchas ocasiones al igual que ahora, haces que ninguno de los dos, ni él ni yo, podamos obrar como debiéramos. Esa impaciencia tuya, esa ansiedad, nos obliga al corazón y a mí a tener un funcionamiento anómalo, que además de perjudicarte de muchas maneras, impide a la felicidad instalarse en tus adentros. Razona, limítate a pensar y deja a un lado los sentimientos que puedan afligirte.
-Atiende, prosiguió hablándome el caletre. Acude a tu memoria que te funciona bien y ella te recordará a León Felipe, cuyas sabias palabras dicen que no es lo que importa el llegar sólo y pronto, sino hacerlo con todos y a su tiempo. O te llevará a tu admirado Antonio Machado quien, magistral como siempre, aconsejaba: Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas.
-Observo que todo el día andas con prisas y premuras, continuó. ¿Qué esperas encontrar al final de tu jornada? Sé que no buscas el éxito, ni el oro, ni tan siquiera el reconocimiento ajeno, pues tu fama y tu hacienda son cortas, aunque más buenas que malas desde luego, pero ya las tienes ganadas. También sabes, o deberías saber, que las cosas han de suceder en su momento y nunca antes, por mucho que nuestro deseo sea infinito y nuestra presura intensa. Por lo demás, no busques aquello que no merece la pena ser hallado. En estos momentos, lo más importante sería encontrarte a ti mismo, y eso ha de hacerse al igual que la fruta, dejando que madure lentamente para poder saborear bien su dulzura.
-Debes reconocer entonces que, en realidad, no tienes prisa para nada, o al menos, para nada que sea verdaderamente importante Además, si te obsesionas con estar pronto, perderás todos los encantos que te ofrece el camino y que a veces son tan beneficiosos y agradables, o más, que el final. Te diré lo que el alazán a la ardilla: Tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas, quiero amiga que me diga ¿son de alguna utilidad? Por otra parte, y como te conozco muy bien, pues formo parte de ti, sé que la necedad no figura entre la lista de tus defectos y es notorio que el hombre sabio sabe distinguir muy bien a sus adversarios. Y tú deberías saber ya que no eres necio, que esa premura, que la constante urgencia que tienes, son enemigas tuyas, y no nimias.
En ese momento vi que mi corazón asentía a todo cuanto mi magín estaba exponiendo, y pese a ello dije a mi cerebro con cierta brusquedad:
- Calla. Sé demasiado bien que es absolutamente cierto todo cuanto me estás diciendo, como sé que lo haces para que no soporte el sufrimiento que me acompaña de contino. Tú conoces mejor que nadie mis sentimientos y convendrás conmigo en que algunos son muy difíciles de sobrellevar. Es por eso por lo que, buscando alguna panacea para mis tribulaciones, le pido a mi amigo el tiempo no ya que corra, sino que vuele, y que en su vertiginosa huida arrastre la pena que me está hiriendo. No lo consigo, bien es verdad, y eso hace que mi existir sea un erial cuyo tránsito, podéis creerme, no es nada satisfactorio.
Noté entonces que mis propias palabras me iban apaciguando y comencé a rebinar que las que me había dicho mi cacumen, y que estaban siendo corroboradas en silencio por mi corazón, eran doctas y dignas de ser seguidas. Que mi forma de vida no era la adecuada y debería cambiarla. Por ello, quedamente, le dije a mis dos interlocutores:
- - Gracias, amigos, por vuestras advertencias y admoniciones. Sé que lleváis razón y por ello trataré de acatar y poner en práctica lo que me acabáis de comentar, aunque para ello tenga que llevar a cabo el mayor de los esfuerzos. Pero ahora, si os lo parece, abandonemos esta charla. Trataré de descansar un rato con los ojos cerrados, a ver si el silencio o el sueño me indican cuál es el camino a seguir para poder sosegar un tanto o un mucho, mi impaciencia. Luego, ¡ojalá sea pronto!, os volveré a convocar para seguir hablando de estas u otras cosas.

Junio 2009
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 19 de junio de 2009