sábado, 4 de julio de 2009

Siempre
Ramón Serrano G.

“Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano”.- M.Luther King

Los que ya vamos siendo viejos nos solemos quejar frecuentemente de la vida actual. De sus prisas y arrebatos, de sus penas y penurias. Como también es usual que rememoremos con agrado costumbres y modos antañones. Bien pudiera ser que hagamos esto último, no porque antes nos fuese mejor que ahora, sino porque en aquellas épocas éramos jóvenes, no teníamos achaques ni alifafes y nos sobraban fuerzas y ánimos para intentarlo todo y luchar contra todo. Y así, gustamos de derramar con despacio y en el viento nuestros sinsabores, sabiendo que él, viajero impenitente, los llevará a aquél lugar donde nadie los atiende.
De cualquier manera, hemos de reconocer que son bastantes las situaciones de diversos tipos que hoy en día nos proporcionan comodidades y satisfacciones, haciéndonos pasar ratos, si no enteramente agradables, sí exentos de desacomodos y carencias, agradeciendo que estos quedaran anclados en el pasado. Efectivamente, las condiciones en las que se desarrolla la vida humana en estos principios del siglo XXI han cambiado ostensiblemente para bien, aunque a fuer de ser sinceros pudiéramos decir que también lo han hecho para mal. Y a ello vamos.
Es palmario ese bienestar aludido, producido por una serie enorme de posibilidades de llevar a cabo en la actualidad actos que ni se concebían en otro tiempo o que, a lo sumo, se sabía que podrían realizar otras gentes, digamos más afortunadas. Para quienes aún no han cumplido los sesenta es inimaginable que los que sí lo hemos hecho, y que somos más del veinte por ciento de la población, hayamos vivido situaciones como las que describo a continuación. ¿Se pueden creer que el 90 % de los niños de los años cuarenta del pasado siglo no sabía lo que era merendar, o que en las mayoría de las casas había temporadas en la que sólo se comían gachas (llegaron a darse casos de latirismo) y se carecía de luz eléctrica o agua potable, o su presencia era escasa y su suministro irregular en extremo?
Hoy en día han mejorado sin duda las condiciones y circunstancias laborales, sociales, sanitarias, etc., tanto para los que vivimos, más o menos, en el ámbito rural, como para los que lo hacen en la ciudad. Y pese a que existen rimeros de problemas de mucha enjundia o de poca envergadura, vemos que ha habido un alargamiento de la vida y que la mayoría tiene comida y trabajo normalmente. Y se viaja más, y se tiene más cultura, y se pasa menos frío, y ya no son mortales muchas enfermedades. Es obvio que hemos progresado, pero también es palmario que seguimos padeciendo muchos males. Unos porque no hemos sabido hallarles solución y otros porque los acabamos de crear nosotros mismos.
Así pues, para qué les voy a hablar de guerras, fanatismo, violencias, cayucos, pederastia, estrés, cohechos, lucros, prevaricaciones y otro sinfín de plagas y calamidades que nos amenazan peligrosamente con hacer de nuestras vidas un vía crucis, al parecer, insoportable. Todos lo sabemos porque todos lo estamos viviendo. Y todos estamos atemorizados, sabedores de que tanto desatino no nos puede llevar a buen fin. Lo que no sé, es si todos nos estamos percatando de que estas conductas aberrantes pueden atormentarnos, traernos desasosiego, pero que nunca deben abellacarnos. No, nunca. Debemos estar muy por encima de ello.
Y no digo esto pensando en aquello de que si un problema no tiene solución no debe preocuparte, y si tiene solución, no debe preocuparte. No. Lo hago porque es posible que la importancia de la dificultad que nos ocupa depende en gran parte de cómo afecta a nuestros gustos e intereses. A veces, y para algunos, porque los días se asemejan demasiados unos a otros. A veces, y para otros, porque se nos avienen reveses o erizamientos, que no queremos aceptar. El estoico Epicteto, más moralista que filósofo, nos dejó dicho que no son los diarios acontecimientos los que nos hacen sentir mal, sino la formar de pensar y actuar que tenemos ante ellos Pero debemos pensar que las cosas no son, y no tienen por qué acaecer siempre como a nosotros nos agradaría. Y que tienen que ocurrir unas veces para nuestro bien y otras para nuestro mal. Y que lo que agrada o beneficia a uno, puede hacer lo opuesto con el otro. ¿Recuerdan aquella vieja historia de que la lluvia contentaba a un hombre e irritaba a la vez a su hermano? Era natural que así fuese, ya que este era tejero y aquél hortelano.
Pero es más. Aunque las adversidades que vemos allegarse sean descomunales, incluso trascendentes, siempre habrá panaceas, triacas y cauterios que puedan curarnos o, al menos, aliviarnos de ellas y devolvernos la tranquilidad. Miren qué sencillo es. Ayer mismo, me llegó un mensaje que decía que los días son siempre buenos días. ¡Qué gran verdad, y qué poco aprovechada! Pese a que las circunstancias sean tenebrosas, a que la realidad se nos muestre cruel, hemos de tener siempre presente que la felicidad no es inasible como, a veces, pensamos. Si acaso un tanto dificultosa de alcanzar. Incluso aunque supiésemos que está próximo nuestro final, tanto que cada amanecer pueda tener un gusto a despedida y cada ocaso nos deje el sabor del adiós. ¿Qué puede importarnos la muerte, si tras ella está la nada o, tal vez la clemencia?
Debemos concienciarnos hasta la saciedad de que cada nueva jornada que vivimos, le lever de l’aurore, es una promesa de felicidad que se realiza y no una intimidación que nos aflige, pues aunque haya algún mal que nos acore y este fuese de gran enjundia y mala catadura, demostrado está con creces que hay bálsamos, cayancos y jaropes que ocluyen la pena y el desánimo, dando paso, dejando discurrir y poniendo a nuestro alcance la dicha y el sosiego. Para eso están siempre, precisamente para eso y no para otro fin, el ciprés de Silos, ver apuntar las claras del día, el saludo de un vecino, la poesía de Tagore, el balbucear de un niño, o una sutil mirada tras la reja….
Julio 2009
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 4 de julio de 2009