jueves, 21 de septiembre de 2017

El equipaje

Para Julián López Torres, una gran persona Entre las muchas actividades que el ser humano suele realizar habitualmente a lo largo y ancho de su vida está la de viajar, es decir, trasladarse de un lugar a otro, a cierta distancia y por cualquier modo de locomoción. Esto puede deberse a distintas clases de motivaciones (un trabajo, una aventura, un divertimiento, etc.) y es sabido que en él se pueden encontrar una serie de dificultades, situaciones e impedimentos, muchos de ellos diferentes a los de su vida cotidiana. Los ha habido y los hay banales, trascendentes, divertidos o peligrosos, y en ellos, como en muchas otras ocasiones de la vida, cada quien actúa según su personalidad y manera de ser. Debido, repito, a la gran importancia de ellos, muchos autores y el pueblo llano han dado su opinión sobre sus peculiaridades, y, por ejemplo, Mark Twain afirmó que viajar es un ejercicio que acaba con los prejuicios, la intolerancia y la estrechez mental; Sam Jhonson dijo que sirve para ajustar la imaginación a la realidad pues nos hace ver las cosas como son y no como creíamos que eran; y hay un proverbio árabe que habla de que aquel que no viaja no llega a conocer el valor de los hombres. He de hablar ahora de algo que está estrechamente unido, yo diría que complementario en un muy alto porcentaje. Me estoy refiriendo al equipaje, o sea, en ese conjunto de cosas que cada uno lleva en sus desplazamientos o en su caminar, y que le sirven, o le deberían valer, para satisfacer las distintas necesidades que cree que puedan ser necesarias o útiles en un determinado periplo a iniciar. El conjunto de cosas o enseres que piensa que le pueden ser útiles y solucionadoras de los problemas que a partir de ese momento se les puedan ir presentando. Por tanto, el bagaje de un viajero puede contener los más raros utensilios y cosas: ropa, alimentos, libros, documentos, … y así un largo etcétera, con los que el portador carga, a veces gustoso y otras no tanto, pero que piensa, repito que le van a ser valiosos y reportar beneficios. Y tras este prolegómeno, anuncio que quiero hablar de un viaje concreto y especial, y del equipaje que se suele llevar para hacerlo. Es, yo pienso, el periplo más importante que hace un hombre y es el que le lleva desde su nacimiento hasta el óbito. Ese camino, esa difícil y complicada travesía que es la vida misma, citando, sólo de pasada, algunos eventos de ella para cargar las tintas en las adquisiciones que suelen hacerse para llevar una existencia más o menos agradable, sin olvidar que cada hombre es un mundo y que lo que es trascendental para uno es baladí para su vecino; que hubo quien sólo deseaba que no le tapasen la luz del sol (exactamente Diógenes, el filósofo griego), mientras que otros dan la vida por poseer un puñado más de monedas. Por tener más y más. Hay gran cantidad que únicamente se preocupan de llenar su valija con todo cuanto puedan, atesorar sin tino ni tasa, lo que les lleva a estar siempre preocupados por unas pertenencias, y verse totalmente impedidos para poder manejar convenientemente esos caudales, que, al final de su jornada tendrán que dejar es este mundo. No piensan, o no quieren pensar, que lo correcto es cargar sólo con lo que sea estrictamente necesario, y si de algo hubiese de hacer sobrepeso que fuera de lo perteneciente al alma: la cultura, el saber, la educación, el buen porte. No se debe vivir sacrificado por tener, puesto que sin nada venimos y sin nada nos marchamos. Una de las buenas costumbres que las personas deberíamos adquirir a lo largo de nuestra existencia es la de leer, estudiar, aprender y luego llevar a la práctica las frases, opiniones y consejos provenientes de los grandes hombres. Porque sabios, estudiosos, científicos, etc., nos han ido dejando muestras de su erudición y su saber en adagios y aforismos que, al conocerlos, por su profundidad y contenido, nos han servido y nos sirven de una gran utilidad. Pero hay veces, la mayoría de ellas, que, porque no sabemos entender o interpretar el sentido de lo testimoniado por un autor, actuamos de una manera disconforme a lo que dicen algunas de estas máximas y apotegmas. Quiero, a ese respecto, traer aquí a colación lo que en su Retrato nos dejó dicho el gran maestro Antonio Machado, quien manifestaba pararse a distinguir las voces de los ecos, acudir a su trabajo, pagar con su dinero el traje que lo cubría y la mansión que habitaba, el pan que constituía su alimento y el lecho donde yacía, y que al final de su vida se le encontraría ligero de equipaje, casi desnudo, como los hombres de la mar. Ramón Serrano G. Setiembre 2017