miércoles, 30 de enero de 2008

Los recuerdos

Los recuerdos
Ramón Serrano G.
“Priora témpora, meliora fuere quam nunc sunt”.- Eclesiastés.

Dicen, quienes no saben lo que dicen, que los viejos sólo viven de recuerdos. Y no es verdad. Dicen, los que saben lo que dicen, que los viejos tenemos toda una vida por delante, y puede que tampoco lo sea. Porque sólo es viejo quien no ve en el mañana un futuro en el que hay alguna buena obra que realizar, un algo interesante que llevar a cabo, porque lo bueno de la vida no es lo que esta dura, o lo rápido que pasa, sino lo trascendente que hacemos mientras estamos en ella. Mas también es cierto que los recuerdos, o sea la evocación y el rebinamiento de lo pretérito, nos mantienen, a los que ya tenemos una edad un tanto avanzada, en un caldo de cultivo muy conveniente para desarrollar nuestras satisfacciones.
Las evocaciones, o sea, el traer a la presencia de nuestras mientes una cosa ya pasada, puede que sean buenas o malas, y autores hay que defienden y mantienen una y otra condición. Proclaman unos que los recuerdos van desfigurando el paisaje, las cosas, los dichos y la historia, lo bueno y lo malo, todo, como el viento erosiona la montaña o el agua desfigura la piedra con su continuo goteo. Arguyen otros que son los que mantienen nuestra vivencia, y que no son sino las parástedes, que sostienen la techumbre, o los arbotantes, que dan fuerza y apoyo a las bóvedas catedralicias.
Es cierto que la esencia del alma humana la lleva a añorar aquello que nos fue sucedido y el lugar o las fechas en las que se produjo ese suceso. Y esto pasa indefectiblemente tanto si lo que nos ocurrió en el tiempo, o en el espacio, fue bueno o, por el contrario, amargo y pesaroso. Con todo ello recogemos la añoranza o la murria según fuese la naturaleza del hecho acaecido y rememorado. Pero también los perfiles de todo ello nos van apareciendo borrosos y limados por el tiempo, delimitadas sus aristas por el calendario y tal vez desfigurados por la manera en que nuestra mente ha querido evocarlos y hacerlos suyos de nuevo, una y mil veces, aunque alguien haya escrito que aquel tiempo y aquellos lugares no volverán jamás, y que ahora nos vienen a nuestro corazón con un halo de falsedad que no nos deja disfrutar del presente ni del futuro. “Son los recuerdos, por tanto, un tributo demasiado oneroso pagado a cambio de un material descompuesto” viene a decirnos César Vidal. Tampoco Víctor Hugo ve con euforia la remembranza, puesto que nos comenta en “Nuestra Señora de París”, a través de su personaje Claudio Frollo, lo de “..ceci tuera cela (esto matará aquello)”, ya que para dicho autor el presente, que es un paso para el porvenir, debe ocupar el puesto del pasado.
Pero por otra parte, cabe afirmar firmemente, que aquél que no mira lo pasado no verá nunca con nitidez el futuro y si es cierto que como dicen la historia se repite, nos es muy beneficioso hacer esas miradas para aprovechar eficazmente sus lecciones. Menéndez Pelayo aduce que, aunque demasiadas veces no escarmentemos, la historia es un magnifico profesor que nos enseña muchas y verdaderas cosas. Pero tengamos siempre muy presente que hay que tocarlas con mimo, con caricias, y ver que el tiempo y las circunstancias en las que se produjeron, fueron muy otras a las que hoy en día, en este momento, se dan y pudieran producir efectos distintos y aun contrarios a los que en otro época y otros escenarios se desarrollaron. Jorge Manrique nos está animando a zambullirnos en las no siempre claras aguas de lo ocurrido y nos transmite aquello de “Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando….. cómo a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”
Observará el atento lector que en estas disquisiciones sobre la actividad recordatoria de nuestra mente, no he querido tomar partido o bandería sobre la bonanza o la malignidad de una u otra tendencia. Pienso, únicamente que la memoria es un arma más de las que puede disponer nuestra cabeza para su lucha diaria y disfrutar de los recuerdos de la vida es como volverla a vivir, es transportar nuestra mente a predeterminados momentos muy concretos, tristes unos, gozosos otros, pero queridos todos por vividos.
Pienso igualmente que no podemos abandonarnos a mantener a nuestra mente con lo ocurrido y no tenerla presta y despierta a lo por llegar, amparando esto con la experiencia que tengamos de un espíritu curtido y muy versado.
Pienso, por último, que el hoy, el presente, ya no está, ya ha transcurrido. Que tendré que apercibirme ya para un futuro, que prepararme ya para el mañana y que a ello ha de ayudarme, y en sobremanera, que hubo un ayer, muy recordado.

Diciembre 2005

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 2 de diciembre de 2005

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