jueves, 10 de febrero de 2011

¡Qué pena!

¡Qué pena!
Ramón Serrano G.

Un día de esos en los que febrerillo “el loco” gusta de neviscar, y como aun nos faltarían un par de leguas para llegar a Tomillares, dimos en buscar refugio en un bombo, esas maravillosas construcciones populares que hay en la zona, hechas de lajas calizas superpuestas y sin ningún tipo de argamasa, yeso, cancagua o pece, que las aglutine. Vimos salir humo y allí acudimos. Al entrar, hallamos a un labriego que se nos había anticipado por el mismo motivo, y que había tenido la feliz ocurrencia de echar fuego. Nos recibió de buen grado y con mejor, si cabe, nos acomodamos nosotros ante aquella lumbre que el paisano no dejaba de abanar con un periódico viejo, a esperar tranquilamente que escampase.
-Aquí nos las den “toas”, dijo el “podaor”. Frío no vamos a pasar que ahí atrás hay una buena hacina de sarmientos, y hambre tampoco, pues aunque el hato que tengo no es mucho, sí da para tomar un buen “bocao”.
Empezó de inmediato una amena garla entre Luis y él, mientras que yo, como perro viejo, y nunca mejor utilizada la expresión, me tumbé entre ellos y las llamas a escucharlos. Y como no sabían de qué hablar, lo hicieron de la “vida”, que es como las gentes aluden a una conversación larga en la que se tratan muchos y variados temas, aunque ninguno con preponderancia. Luis, al no conocer al hombre, y quizás por bienquistarse, aludió a las limitaciones que su existencia tendría en aquel entorno, pero el viñero le desnegó de inmediato, y con gran mesura expuso lo que sigue:
-No lo crea así amigo, que más podría decirse que el llevar la vida que yo me gasto es fortuna y no revés, aunque ya se sabe que todo es relativo, y que aquello que a unos les parece bien a otros les agraza. Ni del mejor libro, la mejor música, o del más bello cuadro, puede decirse que este es mejor que aquel otro, así que no valoremos el vivir de cada cual, con todas las circunstancias que le rodean y su gran influencia sobre él.
-Y a sabiendas de esa diversidad de condiciones de todo tipo, físicas, psíquicas, sociales, económicas, etc., etc., con las que cada uno hemos de sacar adelante nuestra existencia, hemos de esforzarnos en obtener el mayor y mejor partido posible para conseguir así un alto grado de felicidad. A mí me hubiese agradado en extremo vivir junto al mar, pero como nací en estas tierras de majuelos y pan llevar, sé que no puedo ir a la playa, pero como también sé que no debo dejar de bañarme, pues me voy al río o lo hago en la tina de mi casa, y allí me enjabono y me quito las cascarrias. Tras ello, luego acudo a donde sea menester, aseado y oliendo a limpio.
-Pero sí que quiero, amigo, dejarle claras dos cosas. Una, recalcar lo que le acabo de exponer, y para ello voy a echar mano de unas palabras de mi buen amigo, y creo que suyo, Sancho Panza, el cual, mientras enalbardaba al asno, se dirigió con ellas al mayordomo, al secretario, al maestresala y a Pedro Recio, diciéndoles: “…bien se está San Pedro en Roma, y quiero decir con ello, que bien se está cada uno usando el oficio para el que fue nacido. Mejor me está a mí una hoz en la mano que un cetro de gobernador… y más quiero recostarme a la sombra de una encina en el verano y arroparme con un zamarro de dos pelos en el invierno, en mi libertad, que acostarme con la sujeción del gobierno entre sábanas de holanda y vestirme de martas cebollinas”.
-La otra es, que si nunca debe nadie menospreciar la forma y manera en las que nos haya tocado vivir, como ya queda dicho, reiterando una vez más que hemos de tratar de estar a gusto con ellas, procurando, eso sí, de mejorarlas en lo posible. Y que si esto hemos de pretenderlo en todo, mucho más hemos de intentar, y debiera haber dicho conseguir, engrandecer hasta el infinito esa maravillosa aventura de la vida que es el amor, cuando se tenga la fortuna de experimentarla. Quien la disfrute, ha de ser conocedor que está inmerso en la mejor labor de las que haya de ocuparse, y que en ella no debe buscar ninguna tara o deficiencia, sino que su exclusivo quehacer será hallar sus muchas excelencias, que las tendrá, a buen seguro. Nadie ose entonces comparar a la persona amada con cualquier otra, por mor de cuna, riqueza, hermosura o algún distinto atributo o peculiaridad, ya sean estos descomunales o nimios, naturales o fingidos. El sabio sabe que tan hermosa es la flor del tomillo como la hortensia, la orquídea o el clavel reventón. Tan dulce el cariño de la princesa altiva, como la de quien pesca en ruin barca. Tan ardorosa la pasión del infanzón, como la de quien baja a la mina diariamente.
-Está bien probado que la inhesión no crece mejor, ni dura más, ni es más apacible, si se desarrolla entre grandes personajes, que si se alza entre un pobre pastor que jamás salió de la dehesa y una zagalilla que no hizo otra cosa que ayudar a su madre en las faenas de la casa. Todos pueden ofrecerse los mayores quereres y ternezas. Pero ¡qué pena!, ¡qué gran pena!, da el saber que muchos, en el Amor, solo buscan arremuecos y lujuria. ¡Pobres necios! Se extasían en la cáscara y no alcanzan el fruto.
No extrañó a Luis la cultura y el buen razonar que había demostrado el labriego, sino que confirmó la opinión que tenía de ellos, pues sabía que la mayoría eran hombres que suplían con mucha lectura su obligada escasez de escuela. Diole su conformidad a cuanto había escuchado y, en esas, asomándome, vi que hacía mejor oraje, por lo que nos dispusimos a retomar nuestro camino. Pero hubimos de quedarnos otro rato, ya que el paisano se empeñó en que, antes de irnos, tomásemos el “bocao” anunciado y prometido. Y ratificamos que en eso, como en sus razonamientos, también tuvo mucho acierto el hombre.

Febrero de 2011
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 11de febrero de 2011