jueves, 26 de noviembre de 2009

..y lo correcto? (2)

…lo ¿correcto? (y 2)
Ramón Serrano G
“In aequo est dolor amissae rei et timor ammittendae”.- Séneca

-Indudablemente Luca, lo que me has contado tiene un buen meollo y es difícil decantarse por una u otra postura. Y en eso se parece tu historia a la mía, puesto que ninguna muestra un camino claro para llegar al final, digamos más correcto. O, al menos, es cierto que me ha ocurrido lo que a ti, que no lo he sabido hallar. Pero vamos con el relato, y a ver qué opinas.
-Fue hace unos años, que salí a cenar con unos compañeros los cuales, por el debido cumplimiento de su jornada laboral del día siguiente, se retiraron pronto. Y ocurrió que al poco, sin ser muy tarde y pese a no ser bebedor, me encontré sentado en la barra de un bar, con un vaso de algo desconocido entre las manos. A mi lado se hallaba un hombre bastante mayor que yo, a quien le habían servido una copa que no había probado. Miraba, sin verlas, las botellas que había en el anaquel que tenía enfrente, pero se le notaba abstraído, como ausente. Era obvio que su cabeza estaba muy lejos de allí. Durante un largo rato estuvo en silencio, pero de pronto volvió la cabeza hacia mí y con voz deprecante me dijo:
-Amigo (¿por qué a esas horas encontrará uno tantos amigos, pensé yo para mis adentros?), ¿querría usted hacerme un favor?
- Y ¿por qué yo?, le contesté con recelo.
- Porque no nos conocemos de nada y porque tiene usted cara de buena persona. Consiste tan sólo en que escuche una rara historia, la mía, y luego, si puede, me aconseje el camino a seguir como mejor sepa y quiera.
-Si se trata de eso lo haré con todo el gusto del mundo, respondí. En cuanto a lo del consejo, no me fiaría yo mucho del valor que pueda tener mi recomendación. Pero dígame, dígame cuanto quiera, por favor.
Y, con cara de agradecimiento, empezó a contarme, más o menos, lo que sigue. Había pasado ya de los sesenta, de los que casi cuarenta llevaba casado. Pese a no haber tenido hijos, su vida había sido muy feliz en todos los órdenes: familiar, laboral, social o económico. Y que sin haber conseguido logros extraordinarios, su status general se había hallado siempre y se hallaba ahora muy por encima de la media.
Pero hete aquí que hacía unos días se había enterado por una rara casualidad, y en absoluto secreto, de que su mujer, con la que había convivido y seguía conviviendo en la mayor felicidad, había tenido un affaire con otra persona durante algunos meses, aunque de esto ya hacía más de veintitantos años. Su problema, su enorme problema ahora era saber qué actitud tomar. Por supuesto, este desagradabilísimo suceso no lo conocía hoy nadie de sus familias o amigos, ni tendrían conocimiento de ello si él se lo callaba. Ni siquiera ella sabía que él se había enterado de su desliz. Nadie podría juzgarle si dejaba todo como estaba. Tan sólo los dos cónyuges y quien se lo había dicho, cuyo posterior silencio era seguro. Pero aunque lo ignorasen los demás, lo sabía él, y eso ya era mucho. Tal vez, demasiado.
- Ahora que estoy enterado, comprenderá que es una situación sobre la que no puedo pedir consejo a los amigos porque quizás me tildarían de gurrumino Pero ¿qué hago? La sigo tratando con mimo y ternura como…iba a decir como se merece. O por el contrario rompo con todo y mando al garete nuestro pasado y nuestro futuro por lo conocido recientemente. Por favor, aconséjeme. Dígame qué debo hacer, que llevo dos días como loco.
De entrada, y para ganar algo de tiempo, le hice varias preguntas, cuya respuesta corroboró lo ya dicho. Súbitamente tomé la firme posición, aun no sé si acertada o errónea, de tratar a toda costa de evitar un trauma. Me vino a la memoria un clásico y comencé diciéndole:
-Mire, el filósofo cordobés Séneca afirmaba que van a la par el dolor por la cosa perdida y el temor por lo que se puede perder. Y pienso yo, amigo, que esta sentencia podría serle de aplicación. Estamos ante una infidelidad, o dicho de otro modo, ante algo que no llegó a romperse, y aunque ignorado por todos, estuvo durante algún tiempo discurriendo por álveos erróneos. Eso le tiene que herir, y es lógico. Pero tratemos de simplificar el problema obviando su contemplación desde muchos prismas.
-Cuando uno adquiere un compromiso amoroso, lo hace en base a ser el único en la vida del otro, condición esta que no siempre se cumple. Quizás usted no haya sido siempre escrupulosamente fiel y haya hecho algo similar, con menor duración en el tiempo tal vez, acaso con diferentes personas, lo que es aun peor incluso, pero igual de trascendente en el fondo. Ante esto tenemos tres posturas. Una podría ser buscar las causas. Pudo ser el deseo de tener algo que le faltaba en su hogar, aunque también una aventura, un capricho. Si fuese esto, hallando el motivo, se evitaría la reproducción, aunque dado el tiempo transcurrido, no es previsible. La segunda, y muy importante, es reaccionar comprensiblemente. Como quisiéramos que lo hiciese nuestra pareja. La tercera, calibrar la trascendencia personal y social del hecho. Y si estas no se dan, o son imperceptibles, ¿por qué no ha de procurar ser feliz? Ese algo ¿debe oscurecer de una forma atropellada el recuerdo de toda una vida y su porvenir? Los males nos deben afectar, a veces, según sus consecuencias. Y quizá “aquello”, cuya importancia puede ser ingente o tan sólo una poquedumbre, no ha de ser motivo para tirar por la borda un futuro prometedoramente agradable.
-Lo que le voy a decir ahora es lo menos importante, pero también ha de tenerse en cuenta. Pensemos que las costumbres han cambiado, y mucho. Antiguamente, cuando uno iniciaba relaciones solía presumir hasta de que su novia no había bailado. Normalmente hoy nadie se preocupa de las relaciones anteriores de la pareja, siempre que ellas no oscurezcan o enturbien las actuales. Dicho con otras palabras: si alguien encontrase un montón de Krugerrand, ¿le importaría lo más mínimo que esas monedas hubiesen tenido en su día otro dueño? No, verdad. Pues hágame caso, calle, siga viviendo como hasta ahora y sea feliz con su mujer.
-Sus palabras me sirven de mucho, pero no tanto como para tomar ya una decisión, me dijo. ¿Volverá por aquí mañana? Si lo hace a esta misma hora, vendré para contarle cuál será mi proceder.
Dicho esto, se marchó. Yo, Luca, volví al sitio no una, sino varias noches, pero él no lo hizo y nunca supe que camino había elegido.
-Te digo Luis, que tampoco es sencillo hallar un efugio para esa situación. Así que, si te parece, dejémoslo por hoy, pero prométeme que hemos de volver pausadamente sobre estos temas.
Noviembre 2009

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 27 de noviembre de 2009