jueves, 4 de septiembre de 2008

El camino

El camino
Ramón Serrano G.

“Muchas personas pierden las pequeñas alegrías, pensando sólo en obtener una gran felicidad”
Pearl S. Buck

Aunque podríamos definirla de mil formas, convengamos amigos en decir que la felicidad no es sino una determinada situación de nuestro ser. Un estado de ánimo circunstancial, y en suma un bien, aunque este sea de entidad y consistencia muy distintas para unos que para otros. Es, por otra parte, un tesoro que algunos alcanzan y que muy pocos saben disfrutar, que pareciese que algunas personas en vez de tener un espíritu hedónico, ansiaran el penar y el sufrimiento. Tiene la naturaleza de la particularidad o el individualismo, que lo que viene a satisfacer a unos no siempre es grato a otros, y viceversa.
Y dentro de esas especiales y personalísimas condiciones de la dicha, hay una que está muy extendida erróneamente entre los humanos, ya que una increíble cantidad de estos creen que la felicidad estriba en alcanzar o conseguir algo, sin llegar a darse cuenta que ella no está sólo en el fin, sino que está también en el camino que nos conduce a ese término deseado. Ocurre entonces con demasiada frecuencia, que no damos en valorar convenientemente el acontecer de cada jornada y los numerosos momentos que podemos encontrar a lo largo de ese itinerario emprendido diariamente para alcanzar dicha felicidad. Que estando ilusionados con lo que nos traerá el futuro, no disfrutamos de los placeres del presente.
Ejemplos varios hay que nos pudieran servir de aclaración a lo dicho. Yo recuerdo cuando era niño, cuando no había autopistas y por desgracia la mayoría de las carreteras eran blancas, que al hacer un viaje, pese a las incomodidades suministradas por el estado de calzadas y vehículos, se iba gozando con la vista de los campos y de los pueblos, ya que todas las vías, tanto las comarcales, e incluso las nacionales, atravesaban pueblos y ciudades, y en el desplazamiento, se llegaba a conocer la ruta detenida y detalladamente. El viajero se quedaba admirado al contemplar el Paso de Despeñaperros, el puerto de Piedrafita do Cebreiro o las costas de Garraf. Y se deleitaba comiendo mantecadas en Astorga, cabrito asado en Andújar y fresas en Aranjuez. Algo así es lo que nos quiere decir García Lorca cuando canta que Antoñito “el Camborio” va a Sevilla, a ver los toros, pero aprovecha el viaje y: “..a la mitad del camino/ cortó limones redondos/ y los fue tirando al agua/ hasta que la puso de oro…”.
Ahora no. En aras de la seguridad y de la prisa se han construido unas modernas autovías, que son infinitamente mejores para la tranquilidad del viajero y sobre todo para su integridad. Nadie lo duda y su implantación es de agradecer, pero debido a los terraplenes que hay forzosa y constantemente a sus lados y durante todo su recorrido, da igual circular por la Llanura Manchega o por los Picos de Europa, que el paisaje siempre es el mismo. Y en cuanto a un posible refrigerio, ya es imposible encontrar algún sitio con chispa o encanto, y ha de hacerse necesariamente en unas impersonales áreas de servicio, donde todo tiene un monótono, sempiterno y poco agradable sabor. Cabe pensar que de esta manera alcanzaremos antes y de forma más placentera aquello que motivó el viaje, la llegada a nuestro punto de destino. Sí, pero no deberíamos olvidar que de ese modo, desperdiciamos muchas ocasiones de ser dichosos a lo largo de la ruta que estamos atravesando. Que hemos conseguido un bezoar para contrarrestar los males de la ruta, pero ha sido a costa de perder grandes disfrutes.
Valdría igualmente como ejemplo, aunque mucho más satisfactorio, la felicidad del labrador que alcanza no sólo en la recolección, sino además cuando ve ir pugueando su siembra o aparecer los borrones en sus cepas, ambas cosas auguradoras de una cosecha rica y compensatoria a sus muchos esfuerzos. O al embeleso de los padres que ven crecer al hijo día a día, y que cada jornada atisban cómo va haciendo algún progreso, sin tener que esperar a que el vástago alcance su desarrollo completo para estar deleitados con él.
No, la felicidad no debe ser nunca tan sólo la recompensa final a una actitud o a una forma de proceder, sino la consecuencia constante de un modo de comportamiento acorde con lo que deseamos y siempre que ello esté entre las normas de la ortodoxia. El saber obtener algo positivo y deleitoso en el acontecer diario que, si nos fijásemos bien, veríamos que está lleno de posibilidades de dicha, las cuales, no por pequeñas, son menos acarreadoras de un grato placer. La hormiga va contenta introduciendo en su silo pequeñas porciones que son las que acaban por llenar su granero satisfactoriamente.
Vamos, pues, a mentalizarnos que se puede ser feliz todos y cada uno de los días que vivamos, y que eso lo habremos de conseguir si sabemos detenernos en cada lugar de nuestra senda que sea mecedor de ello. Si somos capaces de reconocer lo muy valiosos que pueden llegar a ser algunos momentos que a primera vista parecen insustanciales. Y considerar que si tenemos la consciencia de que hay que luchar por las cosas y que supone una gran satisfacción el conseguirlas, por qué razón vamos a desechar la alacridad que se tiene en el espacio que media desde que empezamos a desear algo hasta que lo obtenemos. Debe animarnos a ello, el recordar que lo que se ingiere en pequeñas porciones se digiere con mayor facilidad y provecho.
Por todo ello, y por muchos que sean los obstáculos que podamos encontrar en el camino que ha de llevarnos a la consecución de nuestro ideal, no debemos obcecarnos por eso e ignorar la belleza del trayecto. ¿Acaso no recuerda el estudiante su paso por las aulas con auténtico placer? ¿O los enamorados no suelen estar tan ilusionados o más, y por supuesto tan felices, antes que después de la boda?
No. Hay que aprenderse muy bien que la felicidad es un trayecto y no un destino, y que sería casi teratológico no admitirlo así. Por tanto no desaprovechemos las oportunidades que jornada a jornada se nos presentan para el deleite, que de no hacerlo, estaremos renunciando a muchas satisfacciones inmediatas en aras de un gozo futuro e incierto. Algo parecido a aquello que se dice del valor del pájaro en mano… Setiembre 2008
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 5 de setiembre de 2008