martes, 29 de enero de 2008

El loco y su amigo

El loco y su amigo
Ramón Serrano G.


Los hombres (todos los hombres) quieren hoy, y han querido siempre, amoldar y acomodar el mundo en el que viven a sus gustos y a su manera de ser, y se han quejado amargamente de lo que han echado en falta y quienes han podido, han intentado de todas las maneras enmendarlo y recomponerlo, tratando de imponer sus propósitos y complacencias.
Yo, claro está, no soy distinto del resto de los humanos y es por ello que quiero lanzar mi voz contra la escasez más cruel que nos ataca y nos hunde en estos malhadados tiempos que vivimos, sabiendo, como sé, que mi fuerza es escasa, nula incluso, mas ello no ha de impedirme elevar hasta donde pueda mi denuncia. Porque es hoy, cuando las mentes más preclaras están consiguiendo lo imposible para que el homo sapiens alcance altísimas cotas de bienestar, cuando el homo nesciens se está afanando por destruir su entorno e incluso anularse a sí mismo. Cuando, pese a ser muchos, son gran minoría, primero, los que se lanzan a la aventura de ayudar desinteresadamente al prójimo, y segundo, aquellos otros a quienes no gusta teorizar y saben actuar con arreglo a las circunstancias, pero con un buen seso y un mejor juicio.
Siempre, desde la más obscura noche de los tiempos, han discurrido a la par el bien y el mal en el comportamiento humano. Siempre hubo seres abyectos y codiciosos que trataron de arrimar las ascuas a sus sardinas y cambiar lo que pudieron en su propio beneficio. Es bien sabido que desde siempre han ido leyes do quieren reyes y personas hubo que antes tomaban el pulso al haber que al saber, y cada uno lo hacía desde sus posibilidades: el poderoso, desde su fuerza; el ladino, desde su astucia; el malvado, desde su perversidad. Y todo esto fue tan así que hasta tuvo que llegar a penarse con extrema justicia a quienes aguaban el vino, a los que acrecentaban en demasía el precio de los zapatos, a esos que abonaban escaso salario a los criados, prohibiéndose por lo demás que se cantasen cantares lascivos, tanto de día como de noche, o que los ciegos recitaran coplas milagreras sin tener testimonio de ser ciertas.
Pero hay que alegrarse de que siempre hubiera, también, personas altruistas y desprendidas que dedicaran su tiempo y su vivir a procurar el bienestar de los demás, desentendiéndose a menudo del suyo mismo. Gentes que se sabían muy bien aquello de que a quien se humilla Dios le ensalza. Y al caballero no le importaba igualarse con su escudero y junto a humildes cabreros compartir dornajo como cuenco y piel de carnero como mantel. Y esto ocurría por igual a todas las escalas sociales. Hubo ricos, fuese cual fuese su clase de riqueza, que ayudaban desde su abundancia; trabajadores, que procuraban hacer su propia faena y un poco de la del compañero; menesterosos que repartían los escasos socorros recibidos.
Y como ha dado en suceder que aumentase en sumo grado la población humana sobre la faz de este mundo y que no se diese en la misma proporción la de los buenos que la de aquellos que no lo son, es por ello que hoy se ha de echar mucho en falta la ausencia, o mejor estaría dicho la escasez, de personas que acudan en beneficio y socorro de sus congéneres que lo han de menester. De almas, que marchen unas en ayuda de los más desfavorecidos sin otra recompensa que el placer del haber realizado el bien. Y vayan otras, dando ejemplo con su buen hacer y sensato obrar, de ser hombres nada amigos de lo ajeno y, antes bien, fieles cumplidores de su oficio y sus obligaciones.
Serán los primeros aquellos, que aun sabiendo que a buen servicio suele darse mal galardón, se lanzan por todo su orbe, ya sea este grande o pequeño, a proclamar el amor y la justicia, que de lo que abunda en su corazón habla su boca. No son, para nada ignorantes que se las dan de agudos y atienden con mayor presteza a las lágrimas del pobre que a los dichos del rico. Y hacen el bien por el bien en sí mismo, sin esperar recibir a cambio prebenda alguna, que muy olvidado tienen aquello de que hacer bien a villanos es echar agua a la mar. Actúan de una manera a la que estamos tan poco acostumbrados, que muchos los tomamos por locos.
Serán los segundos aquellos que se tienen muy bien aprendido lo de que las obras hacen linaje y no es un hombre más que otro, si no hace más que otro y aunque poco se haga, si está hecho con ley, muchos pocos hacen un mucho. Que prefieren que se les tenga antes por tontos que por ladrones. Que no son maledicentes, pues de antiguo tienen aprendido que igualmente es pecado calumniar incluso al diablo. Que sí son agradecidos y nada rencorosos ni aprovechados, como aquellos que actúan siguiendo lo de al pan comido la compañía deshecha.
Pero a qué seguir cansando a vuesas mercedes con descripciones tan sólo medianamente acertadas, si la forma de pensar y ser, y las aventuras pensamientos y decires de dos personajes como estos a los que me vengo refiriéndome, vienen perfectamente relatadas en un precioso libro que se editó hace ahora unos cuatro siglos, y en el que se nos habla de las andanzas de un hidalgo llamado Alonso Quijano y su buen amigo Sancho Panza, manchegos ambos.

Mayo de 2005
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 20 de mayo de 2005

No hay comentarios: