viernes, 1 de febrero de 2008

La mejor costumbre

La mejor costumbre
Ramón Serrano G.
No sé si habrá muchos, pero sí sé que me encuentro entre los que están, que no sabemos guiarnos por el manual de instrucciones que nos dan cuando adquirimos algún aparato y por ello no podemos darle al mismo un uso adecuado y obtener de él todo el rendimiento del que es capaz. Y suele ocurrir lo mismo a muchos hombres que a lo largo de su vida no se auxilian con esas maravillosas ayudas que, para todo, constituyen los libros y no se dan o, no nos damos la debida cuenta, de que si acudiésemos a ellos encontraríamos solución a muchos de nuestros males y una muy buena guía para nuestro comportamiento.
Efectivamente, sea cual fuere el problema que se nos pudiese presentar, la solución al mismo y la pauta a seguir nos vendrá dada en algún tomo de los que han sido escritos a lo largo y ancho de los lugares y los tiempos, restándonos únicamente el trabajo de saber buscar adecuadamente en el sitio debido e interpretar lo leído con precisión, acertamiento, y un beneficio gratuito, enorme y seguro.
Porque las personas, cuando tienen que elegir entre varios caminos a seguir, u obrar de una determinada manera, se suelen refugiar siempre en su propia experiencia, lo cual puede que no esté mal en un principio, pero no es la única ni, desde luego, la mejor forma para acertar con la óptima vía al tener que decantarse por esta o aquella decisión. También a veces, muchas veces, suelen acudir las personas en cuestión a aquél otro individuo que ellas calculan que está sobradamente experimentado, y que con esa extensa avezadura, les pueden aconsejar con exactitud y tino.
Esa puede ser una buena costumbre, pero quizás lo sea mejor la de acudir en busca de la ayuda pertinente a lo escrito en tantos y tantos volúmenes por los sabios y buenos conocedores, ya que ellos han dejado constancia de su sabiduría y de la del pueblo llano a lo largo de mil textos. Luego, de lo leído, deberá tomarse opinión y llevarla a la práctica en la seguridad de que se tendrán muchas posibilidades de acertamiento en el comportarse.
Porque hay ocasiones en que nuestro hacer, sea de esta o de aquella manera, puede que sea importante pero no decisivo, pero hay otros muchos momentos a lo largo de nuestra vida que es realmente conveniente sopesar y calibrar cuál será la resolución más certera. Y si esto es así, tonto sería no hacer acopio de tantas cuantas doctas opiniones tengamos a nuestro alcance, ya fuesen estas orales o escritas, que dice un aforismo jurídico, que lo que abunda no daña.
Y, refiriéndonos al asesoramiento en el obrar podríamos recordar multitud de citas que al respecto pueden leerse en obras y tratados y que son rutas certeras a seguir, y con las que conseguiremos un buen discernimiento para la eliminación de nuestros problemas y dificultades y un discurrir correcto y acertado. Yo he hecho modestamente recaudo de unas pocas sentencias demostrativas de lo antedicho, y que son sólo eso, indicativas, pero no tienen para nada la exhaustividad, pues seguro que tú, querido lector, eres buen conocedor tanto de estas que aquí se dicen como de otras muchas que se omiten por mi olvido o ignorancia.
Empezaré, con todo, citando a Sancho Panza, cuando en la parte 2ª, cap. VII, dice a D.Quijote aquello de: Hablen cartas y callen barbas, queriendo aclarar que más vale lo escrito que lo dicho, que lo uno permanece incólume, mientras que lo otro suele disiparse.
Pasaré tras ello a recordar ese breve, pero grandioso, canto a la esperanza, que Tagore nos transmite en “Los pájaros perdidos” cuando afirma que: El mundo se abre contento a la luz de la mañana.
Diré ahora, como Quevedo dice en “Las migajas sentenciosas”, que deberemos obrar con paciencia, ya que esta no da lugar a la ira ni a la pasión, estorba la ceguedad, dispone la prevención propia embarazando la ajena y no admite presunción, ni orgullo.
Y vuelvo al Quijote, el cual nos aconseja de nuevo para nuestras actuaciones, cuando sentencia en su parte 1ª, cap. XXIII, con lo de que: el hacer bien a villanos es echar agua a la mar, teniendo en cuenta que aquí, con este dicho, se piensa más en la forma de ser del receptor de la obra que en el espíritu de su actor.
Por ello, después, no deberemos encontrar contradicción si me acojo al refranero, perfectamente dotado de brevedad y sustancia, compendio de la sabiduría popular, para, teniendo en cuenta esta vez al agente y no la destinatario del hecho, ver que es mejor “hacer el bien y no mirar a quien”, que no se debe obrar nunca mal con nadie, y tampoco el privarse de ejercer bondad que lleve a un determinado destino.
El mismo Cervantes, en sus “Aforismos peregrinos” nos inclina hacia la benevolencia, aconsejándonos que debe tenerse la grandeza del rey, que resplandece más por ser generoso que justiciero.
Por último haré constancia de que el filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca, afirmó, incitándonos al buen hacer, que: la vida es una obra teatral que no importa cuanto ha durado, sino lo bien que haya podido ser representada.
Basándome en estas y en otras muchas razones que sería prolijo enumerar, pero que son fácilmente comprensibles, busquemos, busquemos en los libros, que encontraremos en ellos un buen camino a seguir en nuestro proceder, y de esta sencilla manera acertaremos siempre en el mismo, si lo que queremos es actuar con rectitud y honestidad.
Julio 2006
Publicado en “El Periódico” de Tomeloso el 7 de julio de 2006

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