jueves, 17 de diciembre de 2009

La cartera y la carta

La cartera y la carta
Ramón Serrano G

Siempre que podíamos Luca y yo, escogíamos para nuestro deambular caminos y veredas, ya que estos, amén de ser más tranquilos y seguros, nos permitían ver mejor el campo y la naturaleza. Y un buen día, cuando caminábamos por una de estas cañadas, notamos las huellas que recientemente había dejado en ella el paso de algún ganado. El polvo estaba lleno de marcas de pezuñas, sobre él se veía gran cantidad de cagarrutas, y hasta el aire mantenía aun un ligero olor ovejuno y caprario. Fue entonces cuando mi amigó descubrió algo semienterrado, se fue hasta donde estaba, y me lo trajo en la boca.
Vimos que se trataba de una vieja cartera bastante percudida y rodeada de una goma que sujetaba lo que había en su interior. La curiosidad me hizo abrirla y descubrí en ella muchas cosas. Entre otras, algo de dinero, poco, una foto a la que los años le habían proporcionado un color sepia intenso y en la que se veía a una mujer que sería joven cuando la retrataron, pero que ya no debía serlo. Un billete de no mucho valor. Un almanaque de hacía cuatro años, que en su revés mostraba a la Giralda y unas hojas con varias cuentas manuscritas sobre la venta de algunas ovejas y cabras. Por lógica se le debía haber caído al pastor, pero por más que lo intentamos, ya no alcanzamos a verle, así que no pudimos devolvérsela.
Sin saber bien qué hacer con el hallazgo nos sentamos en un ribazo y seguimos esculcando el contenido de la cartera. En lo más oculto, casi escondida, tenía una carta que enseguida nos llamó la atención. Estaba cuidadosamente doblada y al desplegarla observamos que había sido escrita hacía bastantes años, a pluma, y con una caligrafía correcta y ya desusada. A sabiendas de que no era lo debido, la curiosidad pudo con nosotros y decidimos leerla. Decía así:
< Me veo cercano a la vejez, y esta es mesón de achaques, posada de enfermedades y vecina de la muerte, o sea, esa marcha a la que antes me refería. Aquellos no me arredran puesto que, como van llegando poco a poco, te acostumbras a ellos; las otras creo que con un poco de aguante y alguna ayuda sabré soportarlas, y a la última no le temo. Un día, cuando joven, sirviendo en la legión, tenía un compañero británico que decía siempre en su idioma: -Oh death where is thy sting? Y desde entonces aprendí a no temer a la muerte, a despreciarla, a no saber, o mejor dicho a ignorar, dónde está su aguijón.
Lo que sí nos hirió, y bastante, no fue el hecho de vuestra marcha, de la que no fuisteis culpables, por supuesto, ya que lo que os llevó a ella fue la obligada emigración para obtener, no sólo un corrusco de pan, que hasta eso me era difícil procuraros, sino, además, una vida un tanto digna. Pero estar separados de vosotros nos hacía insoportables a madre y a mí las muchas horas de trabajo y de vigilia, que el sueño se hizo raro acompañante desde que faltabais. Más que alimentos tragábamos lágrimas, tantas, que estas nos hubiesen ahogado si no las hubiéramos derramado constantemente. Nos acriminábamos de no haber sabido desarrollar bien nuestra misión educativa, desdeñando que nuestros medios y circunstancias no eran los idóneos para tal menester. Nos atribulaba el no haberos enseñado un oficio, un trabajo distinto a este mío, tan esclavo. Nos afligía que no supiéramos encontrar el medio para daros algún estudio, y que eso os pudo lancinar, más incluso que la enfermedad o la muerte. Que, acaso por comodidad, nos limitamos a tratar de eliminar cualquier posible mezquindad innata afanándonos en dirigiros por adecuados cauces, procurando, eso sí, con todas nuestras fuerzas que no fueseis malas personas y aun más, que fueseis buenos, diciéndoos como Quijano a Panza, que la sangre se hereda pero la virtud se aquista y que la virtud vale por si sola lo que la sangre no vale.
Con harto dolor hubimos de comprender que aquello no era vida, o que era, desde luego, inaguantable. Que aquello de correcto tenía poco y por ello, como lo que impele a la búsqueda de la razón es la imperfección, Menos mal que la compañía suele ser un albergue de consuelos y auxilios, con lo que empezamos a ayudarnos, diciéndonos algo que también quiero transmitiros, y que es que debes tratar de controlar tu destino, o este te controlará a ti. Essaié toi, la vie t’attend. Inténtalo, la vida te espera, que oíamos decir en Francia cuando íbamos allí a la vendimia.
Todo esto, así como lo que sigue, es el motivo de esta carta. Tened ánimo para vencer las dificultades, pero sobre todo consolaos, al igual que nosotros lo hacemos en casa. Pero ojo que esto no quiere decir que os resignéis tranquilamente con lo que os llegue. Son muchas las desgracias, reveses y avatares que pueden sobreveniros, mas todo tiene sus inconvenientes, pero también su final. Así que no desfallezcáis y luchar, que sólo con el esfuerzo podréis lograr……>>
Allí terminaba lo escrito, sin que pudiéramos adivinar por qué. Y en esas nos hallábamos, cuando vimos venir a un labrador en bicicleta. Le alcé el brazo para que se detuviese, paró para saludarnos y al vernos con la carta y la cartera en la mano mostró extrañeza. Lo noté y le dije: - Mire amigo, nos hemos encontrado esta cartera y por lo que hemos visto en ella debe pertenecer a algún pastor que andará por aquí cerca, pero al que no hemos podido encontrar. ¿Le conoce usted?
-Le conozco a él, reconozco su cartera, y me sé de memoria esa carta que tiene en sus manos, me contestó. Es de un buen amigo y un buen hombre. Un mal día sus hijos hubieron de dejarles a él y a su mujer, en busca de un trabajo difícil de encontrar. Se resignaron a ello malamente, pero lo peor fue que otro mal día les llegó la triste noticia de que los dos hijos habían muerto en un accidente laboral. Estaba redactando esa carta que me imagino que habrá leído usted y que él conserva con tanto cariño, tal y como la tuvo que interrumpir al desaparecer los destinatarios. Si no le importa, démela, que yo se la entregaré dentro de un rato, cuando pase por su casa. Esa cartera, con esa carta, es lo que más quiere en este mundo.

Diciembre 2009
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 18 de diciembre de 2009

jueves, 26 de noviembre de 2009

..y lo correcto? (2)

…lo ¿correcto? (y 2)
Ramón Serrano G
“In aequo est dolor amissae rei et timor ammittendae”.- Séneca

-Indudablemente Luca, lo que me has contado tiene un buen meollo y es difícil decantarse por una u otra postura. Y en eso se parece tu historia a la mía, puesto que ninguna muestra un camino claro para llegar al final, digamos más correcto. O, al menos, es cierto que me ha ocurrido lo que a ti, que no lo he sabido hallar. Pero vamos con el relato, y a ver qué opinas.
-Fue hace unos años, que salí a cenar con unos compañeros los cuales, por el debido cumplimiento de su jornada laboral del día siguiente, se retiraron pronto. Y ocurrió que al poco, sin ser muy tarde y pese a no ser bebedor, me encontré sentado en la barra de un bar, con un vaso de algo desconocido entre las manos. A mi lado se hallaba un hombre bastante mayor que yo, a quien le habían servido una copa que no había probado. Miraba, sin verlas, las botellas que había en el anaquel que tenía enfrente, pero se le notaba abstraído, como ausente. Era obvio que su cabeza estaba muy lejos de allí. Durante un largo rato estuvo en silencio, pero de pronto volvió la cabeza hacia mí y con voz deprecante me dijo:
-Amigo (¿por qué a esas horas encontrará uno tantos amigos, pensé yo para mis adentros?), ¿querría usted hacerme un favor?
- Y ¿por qué yo?, le contesté con recelo.
- Porque no nos conocemos de nada y porque tiene usted cara de buena persona. Consiste tan sólo en que escuche una rara historia, la mía, y luego, si puede, me aconseje el camino a seguir como mejor sepa y quiera.
-Si se trata de eso lo haré con todo el gusto del mundo, respondí. En cuanto a lo del consejo, no me fiaría yo mucho del valor que pueda tener mi recomendación. Pero dígame, dígame cuanto quiera, por favor.
Y, con cara de agradecimiento, empezó a contarme, más o menos, lo que sigue. Había pasado ya de los sesenta, de los que casi cuarenta llevaba casado. Pese a no haber tenido hijos, su vida había sido muy feliz en todos los órdenes: familiar, laboral, social o económico. Y que sin haber conseguido logros extraordinarios, su status general se había hallado siempre y se hallaba ahora muy por encima de la media.
Pero hete aquí que hacía unos días se había enterado por una rara casualidad, y en absoluto secreto, de que su mujer, con la que había convivido y seguía conviviendo en la mayor felicidad, había tenido un affaire con otra persona durante algunos meses, aunque de esto ya hacía más de veintitantos años. Su problema, su enorme problema ahora era saber qué actitud tomar. Por supuesto, este desagradabilísimo suceso no lo conocía hoy nadie de sus familias o amigos, ni tendrían conocimiento de ello si él se lo callaba. Ni siquiera ella sabía que él se había enterado de su desliz. Nadie podría juzgarle si dejaba todo como estaba. Tan sólo los dos cónyuges y quien se lo había dicho, cuyo posterior silencio era seguro. Pero aunque lo ignorasen los demás, lo sabía él, y eso ya era mucho. Tal vez, demasiado.
- Ahora que estoy enterado, comprenderá que es una situación sobre la que no puedo pedir consejo a los amigos porque quizás me tildarían de gurrumino Pero ¿qué hago? La sigo tratando con mimo y ternura como…iba a decir como se merece. O por el contrario rompo con todo y mando al garete nuestro pasado y nuestro futuro por lo conocido recientemente. Por favor, aconséjeme. Dígame qué debo hacer, que llevo dos días como loco.
De entrada, y para ganar algo de tiempo, le hice varias preguntas, cuya respuesta corroboró lo ya dicho. Súbitamente tomé la firme posición, aun no sé si acertada o errónea, de tratar a toda costa de evitar un trauma. Me vino a la memoria un clásico y comencé diciéndole:
-Mire, el filósofo cordobés Séneca afirmaba que van a la par el dolor por la cosa perdida y el temor por lo que se puede perder. Y pienso yo, amigo, que esta sentencia podría serle de aplicación. Estamos ante una infidelidad, o dicho de otro modo, ante algo que no llegó a romperse, y aunque ignorado por todos, estuvo durante algún tiempo discurriendo por álveos erróneos. Eso le tiene que herir, y es lógico. Pero tratemos de simplificar el problema obviando su contemplación desde muchos prismas.
-Cuando uno adquiere un compromiso amoroso, lo hace en base a ser el único en la vida del otro, condición esta que no siempre se cumple. Quizás usted no haya sido siempre escrupulosamente fiel y haya hecho algo similar, con menor duración en el tiempo tal vez, acaso con diferentes personas, lo que es aun peor incluso, pero igual de trascendente en el fondo. Ante esto tenemos tres posturas. Una podría ser buscar las causas. Pudo ser el deseo de tener algo que le faltaba en su hogar, aunque también una aventura, un capricho. Si fuese esto, hallando el motivo, se evitaría la reproducción, aunque dado el tiempo transcurrido, no es previsible. La segunda, y muy importante, es reaccionar comprensiblemente. Como quisiéramos que lo hiciese nuestra pareja. La tercera, calibrar la trascendencia personal y social del hecho. Y si estas no se dan, o son imperceptibles, ¿por qué no ha de procurar ser feliz? Ese algo ¿debe oscurecer de una forma atropellada el recuerdo de toda una vida y su porvenir? Los males nos deben afectar, a veces, según sus consecuencias. Y quizá “aquello”, cuya importancia puede ser ingente o tan sólo una poquedumbre, no ha de ser motivo para tirar por la borda un futuro prometedoramente agradable.
-Lo que le voy a decir ahora es lo menos importante, pero también ha de tenerse en cuenta. Pensemos que las costumbres han cambiado, y mucho. Antiguamente, cuando uno iniciaba relaciones solía presumir hasta de que su novia no había bailado. Normalmente hoy nadie se preocupa de las relaciones anteriores de la pareja, siempre que ellas no oscurezcan o enturbien las actuales. Dicho con otras palabras: si alguien encontrase un montón de Krugerrand, ¿le importaría lo más mínimo que esas monedas hubiesen tenido en su día otro dueño? No, verdad. Pues hágame caso, calle, siga viviendo como hasta ahora y sea feliz con su mujer.
-Sus palabras me sirven de mucho, pero no tanto como para tomar ya una decisión, me dijo. ¿Volverá por aquí mañana? Si lo hace a esta misma hora, vendré para contarle cuál será mi proceder.
Dicho esto, se marchó. Yo, Luca, volví al sitio no una, sino varias noches, pero él no lo hizo y nunca supe que camino había elegido.
-Te digo Luis, que tampoco es sencillo hallar un efugio para esa situación. Así que, si te parece, dejémoslo por hoy, pero prométeme que hemos de volver pausadamente sobre estos temas.
Noviembre 2009

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 27 de noviembre de 2009

jueves, 12 de noviembre de 2009

¿Lo justo y .. (I)

Lo justo y.. ( I )
Ramón Serrano G.

-Luca, te propongo un juego. Tú me cuentas algún caso raro que hayas vivido o del que tengas noticia, y luego te cuento yo a ti otro, a ver cuál es más sustancioso, extraño o sapìente. Venga, te dejo “salir”.
Tras aceptar el reto, traté de recordar alguna cosa que no le hubiese contado anteriormente, y cuando la tuve en la cabeza, le dije a Luis:
-Un día escuché leer del Evangelio un párrafo de Mateo, y desde entonces, cada vez que pienso en él no sé, pero no acabo de juzgar debida y definitivamente la actuación del protagonista. Puede que lo hayas oído. Decía que un hombre salió a la plaza a primera hora de la mañana a fin de contratar obreros para su viña. Habiéndolos ajustado en un denario al día, los manda allí. Vuelve a salir hacia la hora tercia y al ver a otros en la plaza que estaban parados les dice: “Id a mi viña y os daré lo que sea justo”.
-Permíteme Luis, que interrumpa en este momento mi relato, pero quiero pedirte que recuerdes con exactitud las últimas palabras que acabo de decirte. Y ahora, continúo. Volvió a ocurrir lo mismo a las horas sexta y undécima, en las que el propietario tornó a la plaza, vio de nuevo obreros parados, también los contrató y los envió a la viña. Al atardecer mandó retribuir a los trabajadores y todos, tanto los de la hora undécima como los que habían ido llegando antes, cobraron cada uno un denario. Murmuraban los del amanecer, ya que los de la hora undécima sólo habían trabajado una hora mientras que ellos estuvieron aguantando todo el día el esfuerzo y el calor. Les oyó el propietario y le dijo a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. Te contraté por un denario, así que tómalo y vete. Yo con mi dinero puedo hacer lo que quiera”. Y hasta aquí la historia. Ahora me agradaría conocer tu opinión sobre cómo obró el amo de la viña.
-Pues mira Luca, lo primero que se me ocurre, así, a bote pronto, es que, basándome en lo expuesto, el hombre hace dos cosas completamente correctas. Una, es pagar religiosamente lo acordado y, otra, disponer con liberalidad de su peculio. Por ello creo que actuó bien.
-Tu contestación es normal, Luis, pues tú sabes que cuando se lee o se oye algo instintivamente tendemos a darlo por cierto. Pero luego, después de analizado, puede que ya pensemos otra cosa. He de decirte que cualquiera que hubiese sido tu posición yo hubiese tomado la contraria, pues este problema lo he enfocado muchas veces desde los dos prismas y nunca quedé satisfecho. Además, no se trata de que obrara bien, que sí lo hizo. La cuestión es si fue justo su proceder.
- Creo que sí lo fue. ¿Por qué no iba a serlo? Obró con arreglo a un contrato verbal y eso es actuar en justicia. Para mí, repito, fue correcto.
- Ahí está la cuestión. Efectivamente aquel hombre actuó de manera legal y correcta. De eso no hay duda. Pero piénsalo con detenimiento y dime: ¿fue justo? Recuerda que sus palabras para con los primeros trabajadores fueron que cobrarían un denario, pero a los demás les dijo exactamente: “os daré lo que sea justo”. Te hice hincapié en que recordases precisamente estas palabras: “lo que sea justo”. Y la primera definición que nos da el diccionario de este término es que es aquello que cada uno obtiene de acuerdo con sus merecimientos, Es la justicia distributiva, y así aparece ya en el Libro de los castigos, de Sancho IV de Castilla.
-Similar es la justicia equitativa, que consiste igualmente en dar a cada cual como corresponde a sus méritos. Y méritos son las circunstancias y acciones por las que alguien merece algo deseable. Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, dice que lo equitativo y lo justo son una misma cosa, siendo buenos ambos. De ahí que lo equitativo no sea incompatible con la justicia. En cualquier caso, la dificultad puede estribar en que lo equitativo, siendo lo justo, no sea lo justo según la ley. Que casos se han dado.
-Entonces, según tú, ¿qué debería haber hecho?, dijo Luis.
-Pues ya te digo que siempre he tenido, y tengo, muchas dudas al enfocar esta actitud. Puede que el fallo esté en que no abonó los trabajos proporcionalmente al dar de más a unos y lo justo a los otros, lo que lleva la cuestión a una especie de agravio comparativo. Este ya sabes que es el que se produce cuando se da el mismo trato a personas en distinta situación. En nuestro caso el trato es de tipo numerario, pero, a mi entender, es posible que haya agravio y, por supuesto, injusticia. He pensado incluso en que podría haber llevado a cabo su generosidad sin que ninguno hubiese sabido lo cobrado por los demás. Creo que se puede obrar siempre que se quiera favoreciendo a unos, pero procurando que los otros no se sientan lesionados u ofendidos. Pero ya te digo mi querido amigo que no tengo una certeza plena de saber enjuiciar correctamente este enredo. Aunque de tomar bandería, me inclino por un cierto agravio a la justicia.
-El tema es muy interesante, Luca, y digno de ser debatido muy detenidamente, así que luego lo vemos despacio. Ven, vayamos ahora a saludar a Don Delfín, el Maestro, que viene por allí. Después te expondré mi caso, me das tu opinión al respecto, y hablamos de ambos a ver si sabemos resolverlos adecuadamente.
Noviembre 2009

jueves, 29 de octubre de 2009

El hórreo

El hórreo
Ramón Serrano G.
Para Alfonso. R. M., un asturiano de Llanes afincado en Tomillares.

Una de las mayores satisfacciones que nos podemos proporcionar es visitar cualquier lugar de nuestra bellísima España, pues pocos países hay en el mundo que tengan tanta diversidad y tanta maravilla como el nuestro posee. En todos los aspectos: paisajes, cultura, monumentos, gastronomía, lo que ustedes quieran, lo tenemos a montón en todas las regiones y provincias. Así que hoy, si gustan, les invito a que me acompañen a un muy somero, pero deleitoso, viaje por Asturias.¡Qué guapiña yes!
Y del Principado, aun a sabiendas de que es precioso en su totalidad, desde Castropol a Colombres, sólo me voy a ocupar de algo que me llamó poderosamente la atención la primera vez que lo vi. Es un mueble, aunque nadie lo diría pues parece una edificación: lo conocemos como hórreo. Sí, me estoy refiriendo a esa construcción del norte hispano, consistente en un granero de madera o piedra que se eleva del suelo mediante pilares o “pegollos”, los cuales terminan sosteniendo unas placas o ménsulas, los “tornarratos”, colocados para impedir el acceso de los roedores. Con una escalera o “patín” separada un tanto del piso; la puerta principal orientada siempre al sur o al este, y otra opuesta a ella para favorecer la ventilación interior, que se consigue de ese modo y con las ranuras de las paredes.
Su uso principal es el almacenamiento de aperos de labranza, pero sobre todo, de maíz, fabes, patatas, grano, etc., aunque también se hayan llegado a utilizar hasta como dormitorio. Pero principalmente en ellos, y defendiéndose del orbayu, se hacían labores agrícolas como esfoyar (desprender las hojas al maiz) o esbillar (descascarar los frutos secos). Recordemos que los hórreos tienen cuatro patas o pilares, y que a los de seis, u ocho, se les llama paneras. Todos son tan hermosos que me pasaría un día entero describiéndolos, desde los “pilpayos” al “canta paxarinos”. Qué bonito aquello de: “Paxarinos que vais cantando, decidle a ella,…”.
Quiero aclarar, por último, que califiqué antes al hórreo como mueble sencillamente porque lo es. Desde luego no es un inmueble, y el poseerlo, no conlleva a su propietario al pago del I.B.I. Por otra parte, en su primitiva construcción no se utilizan clavos metálicos de ningún tipo, lo que permite armarlo y desarmarlo con relativa facilidad. Y, de hecho, muchos han sido transportados de un sitio a otro.
Un buen día, contemplando uno de ellos, alguien me sorprendió diciéndome cómo lo había definido el gran maestro Ortega y Gasset. Y yo, pese a mi escaso caletre, pero pensando que de sabios y de viejos es bueno aconsejarse, comencé a filosofar sobre lo que venía a representar la figura del hórreo. Entonces imaginé a los antiguos astures ideando el modo de poder conservar lo mejor posible aquello que tanto les había costado conseguir y que más tarde habría de servirles de sustento. Lo tenían todo en su contra. El clima, húmedo y frío. Las tierras, montañosas y poco productivas, aunque muy valedoras para llindiar vaques y elaborar sidrina. El entorno, muy arbolado, capaz de cobijar cantidad de roedores y alimañas, ávidos de alimentarse con lo ajeno. En verdad que había muy poco en su favor. Pero supieron lograrlo.
La trabajosa forma de vivir de los humanos había sido desde siempre de ese modo y posiblemente lo sea también ahora: luchar lo tantas veces dicho, y lo indecible, contra las inclemencias del tiempo y frente a los depredadores y bicharracos de todo tipo para poder conseguir la subsistencia, la manduca, la vida decorosa. Y luego, y puede que esto fuera lo más importante pese a lo mucho que costó ganarla, poderla conservar para cuando fuese menester. Los viejos aprendieron a costa de tiempo, de sudor y de sufrimiento. Y diéronse cuenta pronto de que hay que saber ganar, pero que por igual hay que saber guardar. Vinieron en recordar el sueño de José, hijo de Jacob, tal y como se relata en el Génesis, 41, donde dice que a la abundancia sucede la escasez y hay que estar preparados para ella. Es aquello de las vacas y las espigas flacas, y la entrega de un quinto de lo cosechado para poder soportar después los períodos de poqueza.
Pero no siempre el hombre ha actuado con esa cordura, sino que ha sido proclive en dilapidar lo conseguido. Muchas de las veces pensó que quien gana cien puede ganar doscientos, sin recapacitar en que las fuerzas, las posibilidades y las circunstancias que han de darse para obtener un beneficio no son siempre fijas. Porque es más que sabido que el camino hacia la riqueza y el bienestar depende de dos condiciones: el trabajo y el ahorro. Pero si fallare alguno de estos, ese camino se torcerá, se llenará de abrojos y tríbulos y se dirigirá a la pobreza.
Miré de nuevo al hórreo, y aunque arcaico en apariencia, volvió a mostrárseme, firme, hermoso, tal vez algo tosco, pero seguro y eficaz. Y también de nuevo recordé lo dicho sobre él por el filósofo Ortega: “Un hórreo no es sino el templo de una religión muy vieja, donde lo fuera todo el dios que asegura las cosechas”.

Octubre 2009
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 30 de octubre de 2009

jueves, 15 de octubre de 2009

el miedo

El miedo
Ramón Serrano G.
“Sancho, el miedo te hace que no veas ni oigas a derechas, porque uno de les efectos del miedo es perturbar los sentidos”. Don Quijote.- Parte I.- Capítulo XVIII.

Aquella tarde, en nuestra andadura, Luis y yo, nos habíamos quedado demasiado tiempo extasiados ante los distintos y hermosos colores que mostraban los árboles en la otoñada y algún que otro rato oyendo el canto aflautado de una oropéndola, cosa un tanto inusual en estas fechas, por lo que la noche vino a echársenos encima sin que nos diéramos cuenta. De cualquier forma vimos las luces del pueblo no muy lejanas y apretamos un poco el paso para, aunque nadie nos estuviese esperando, no llegar demasiado tarde. Y cuando ya casi adivinábamos, más que veíamos, el camino, se me ocurrió decirle:
- Oye Luis, pese a que poco o nada nos puedan hacer o quitar, a ti no te da miedo andar a estas horas por estos parajes tan solitarios.
- Pero tú Luca, ¿sabes lo que es el miedo? -me contestó-. Creo que no. Pero para que lo comprendas un poco te voy a contar una historia que me ocurrió cuando niño. Por aquellos entonces mi padre cambió nuestro domicilio a otra ciudad, y en aquella a la que llegamos me hice pronto amigo de los chicos del barrio, los cuales, entre otras muchas cosas, me hablaron enseguida del maestro que me encontraría en cuanto fuese a la escuela. “Tiene un genio irascible, es exigente en extremo y severo e inclemente en sus castigos” -me decían- y yo adivinaba en sus palabras y sus gestos un verdadero temor al profesor. Y mientras los demás le temían, yo estudié cuanto pude, aprendí luego, y llegué a descubrir después su verdadera forma de ser. Mis compañeros estaban completamente equivocados. El maestro era estricto en el cumplimiento de sus obligaciones docentes y le irritaba que los muchachos perdiésemos el tiempo tontamente. Pero no había que tenerle miedo porque no era malo. De hecho no podía ser malo, pues está demostrado que los maestros, como las madres, sólo hay uno malo entre cien millones.
- Sin embargo, continuó, está claro que el miedo existe y que hay muchas clases de miedo. Hay un miedo lógico, como el que padece el hombre que está solo en una barquichuela en el mar en medio de una gran tormenta. Ahí sí aparece el miedo justificado, ya que lo contrario sería algo tan temerario como irreflexivo. Está luego el inane, que es este que tú has apuntado, porque ¿quién nos va a atacar y para qué? Es el mismo que sufre aquél que teme fracasar en su actuación ante un determinado evento, teniendo dotes y sabiduría para salir airoso.
- Pues quizás sea por esa variedad, le dije, o por aquello que tiene de cierto atractivo aunque este sea morboso, a mí, en verdad, me parece muy atrayente este tema que ha salido hoy a relucir. Tú bien sabes que del miedo han hablado muchas y muy sesudas gentes, y a lo largo de todos los tiempos. Por ejemplo de él, decía Sancho: el miedo tiene muchos ojos y ve las cosas debajo de la tierra, cuanto más encima del cielo. Sabes también que se tiene dicho que hay gentes que ganan un dinero y luego les atosiga el miedo a perderlo. Y habrás oído que el instinto social de los hombres no se basa en el amor a los demás sino en el miedo a la soledad.
- He oído y he leído muchas cosas y sucesos acerca del miedo, amigo Luca. Pero te digo que según mi pobre criterio este sentimiento no debería existir. En suma no es sino una situación afectiva en la que una persona ve ante sí un peligro o un padecimiento y teme a los daños físicos o anímicos, que puedan sobrevenirle por su causa. Y la mayoría de las veces, en esos momentos, la persona no obra convenientemente.
- ¿Por qué?, le pregunté.
- Porque en las más de las ocasiones, se acobarda, y se esconde o huye, cuando lo que debería hacer es estudiar a fondo ese peligro, conocer su causa y su esencia, y tratarlo debidamente. Así, si es eluctable, debe anularlo, y si fuese infranqueable debe tener la arrogancia y la altivez de saber soportarlo con tósigo, pero sin miedo. Llevas razón al decir que muchos viven medrosos de perder lo ya conseguido, sobre todo si ello tiene cierta importancia. Pero si lo pensaran bien no estarían así, sabedores de que quien ha sido capaz de conseguir algo una vez, puede hacerlo de nuevo cuando de nuevo lo intente.
- Entonces, le dije, ¿sólo tienen miedo los cobardes?
- No, repuso de inmediato. Los valientes lo sufren igualmente, pero su mérito está en que saben sobreponerse a él. Esto ya lo afirmaba Shantideva, un sabio hindú del siglo VIII de nuestra era, al decir que no es posible controlar todas las circunstancias que te rodean y que pueden tener influencia sobre ti. Porque, si controlas tu mente, ¿qué necesidad tienes de controlar todo lo demás?
-Pues habré de creer que a lo único que hay que temer es a la muerte.
- Ni mucho menos, me cortó mi amigo. A esa menos que a nadie. Si acaso hemos de temer a algo, será a lo desconocido. Pero nada es más seguro que la llegada de la guadañadora. Así pues, espérala tranquilo. Y para ello, lo mejor es un buen comportamiento en todos los aspectos: trabajar sin desmayo, pero sin codicia, que avidez sólo se debe tener por la cultura. Holgar, cuando se tercie. Fomentar la amistad, siempre. Con eso y con algún que otro consejillo más que podría darte, no te importará en absoluto su venida, tanto si eres creyente, como si no. Porque si lo eres, con ella te irás al empíreo, y si no lo eres, con su abrazo dejarás para siempre los padecimientos de este valle de lágrimas. No. No tengas miedo a la muerte ni a nada si obras siempre con honradez y derechura.
Octubre 2009
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 16 de octubre de 2009

jueves, 1 de octubre de 2009

Y otros muchos

Y otros muchos
Ramón Serrano G.

Está claro que los hombres no obramos siempre con la ecuanimidad que debiéramos. Y yo, en mi modestia, me acuso de haber pecado de injusticia por no haber sacado antes a la luz estas líneas que hoy escribo, siendo consciente de que lo debería haber hecho tiempo ha. Vaya, entonces, por delante mi sentida confesión de la culpa y mi contrición.
Pero voy a mi relato. En muchas ciudades se pueden ver afortunadamente estatuas, obeliscos, arcos o padrones, levantados en honor de héroes, prohombres, científicos y artistas, que llevaron a cabo actos, hicieron descubrimientos o crearon obras, siendo dignos todos ellos del recordamiento y la gratitud de los que les sobrevivieron, y/o de sus paisanos, ya que bastantes de estos monumentos se hallan en el lugar natal del homenajeado. Innecesario citar ejemplos ya que son bastantes, están en muchos lugares y son, la mayoría, sobradamente conocidos.
Hay sitios en los que, con igual merecimiento, se han implantado estatuas no dedicadas a nadie en particular sino a algún oficio, y ubicadas allí, porque en esos lugares ese trabajo representado está, o ha estado, muy generalizado. Como muestra de lo dicho, citaré la del “Cenachero” en la plaza de la Marina en Málaga, la del vendedor de navajas en la Plaza del Altozano de Albacete, la de “A palilleira” en Camariñas, o la del ferroviario en Alcázar de San Juan, frente a la estación de Renfe.
Y digo que están muy bien esos testimonios de reconocimiento a los llamados grandes o famosos, pero es una pena que no pensemos en que, por igual, se debería rendir público testimonio de homenaje a aquellos que no lo fueron, ya que aparentemente no hicieron nada extraordinario, nada prodigioso. Pero la verdad es que sí realizaron algo que los hacía sobresalir y ser distintos a los demás. Supieron VIVIR, así con mayúsculas, y supieron también hacer VIVIR, así con mayúsculas, a todos sus convecinos. Y al hablar de vivir me estoy refiriendo a la mejor de las acepciones que este verbo pueda tener. Sabían cumplir fiel, callada, alegre y honrosamente con su labor cotidiana, con sus deberes laborales y con sus compromisos sociales. Quizás parecerá poco, pero era mucho su saber.
Y este adimplemento lo llevaban a cabo de forma alegre, sin aspavientos ni alharacas, y nos lo contagiaban a los demás, consiguiendo que todos nos sintiéramos complacidos de tratarlos y de tenernos como amigos suyos. Dejaban entrever su comportamiento con una forma de ser del individuo mucho más moral, más humana, más extrovertida que la idiosincrasia del hombre común. Era el suyo un proceder que venía a desembocar en hermosa herencia ya que muerto su cuerpo, sus ideas y sus maneras, su alma en suma, ese espíritu que se habían ido construyendo a sí mismos, eran para nosotros un muy buen patrón a seguir.
Desgraciadamente, esa raza ya está casi perdida. Hoy los individuos estamos clonados peyorativamente por el trabajo, las prisas, las ambiciones y las necesidades, y no ya por las obligatorias, sino por las auto-impuestas para poder conseguir esto, aquello o esotro, que en el fondo ni necesitamos ni nos proporciona paz o felicidad, pero que como lo tiene el vecino, el hermano o el compañero, hemos de tenerlo nosotros también. Y así, nuestro actuar monótono, acre, cariacedo, casi álalo y demasiado propenso al improperio o al exabrupto.
Y porque ya no solemos encontrar seres como aquellos, siguen estando en mi memoria personajes como el “Pipiso” o Carlines, de Argamasilla de Alba. “Pichi”, Pedro Carrasco o Teocles, de Socuéllamos. Maturras o Reve, de Villahermosa. A estos la mayoría de ustedes no les conocieron, pero para que se hagan una idea, eran de la misma forma de ser que estos que les voy a relacionar ahora y de los que sí se acuerdan, y muy bien, los que frisan mis años.
Me parece estar viendo a los “Guadinas” en su taller de zapatería en la calle Carboneros. Eran Samuel, el mayor, Octavio, el alma del negocio y Francisco, el más joven. Este, con un humor envidiable, capaz de hacer reír al lucero del alba. Y los tres del Atlethic de Bilbao. O a Tomás Blanco, el sastre, un hombre bueno hasta dejárselo de sobra. “Juaninas” el trapero, que solía aparecer para delicia de la chiquillería con su carro entoldado cargado de “tesoros” y se “dejaba engañar” dándonos a cambio de una pellica de conejo o de unas viejas alpargatas, una flauta o un trompo. Jesús Sánchez, el panadero de la calle Toledo, afable y socarrón, y al que nombrábamos como Don Jesús de Boca de Fragua. Federico, el de la Elodia, que trabajaba veinticinco horas al día, y en las tórridas siestas veraniegas se recorría el pueblo para que los muchachos le comprásemos algún polo, que los chiquillos de entonces no teníamos para helados. Lucio “Chaqueta”, agente de ventas vinateras, siempre con su magnífica bicicleta y su enorme boina, ocurrente, de perenne buen humor y amigo de todo el mundo. O Pura “la Torrera”, recadera de profesión, la cual, pese a ser analfabeta, iba y venía todas las semanas a Madrid, llevando y trayendo sobres con noticias o dinero, ropa, alimentos y encargos, a estudiantes, soldados y otros vecinos.
Personas todas ellas de muy grata memoria, que sin tener títulos, grados u honores, tan sólo dedicándose a llevar a cabo su faena, se ganaban el reconocimiento y el afecto de las gentes. Por ello, aunque tarde, vengo ahora a proclamar su florón y su buena imagen, cosa que, por otra parte, hago de buen grado, pues reconocer los méritos ajenos es algo que satisface enormemente. Por ello, ya que no poseo atribuciones para instalar la escultura de cada uno de ellos en la esquina de sus respectivas calles, sí quiero que estas líneas sean un canto a la memoria de esos PERSONAJES que no hacían nada, tan sólo dejar que saliera a flote su auténtica personalidad, y aunque sin saber de poesía, hacían lo que el poeta, confiar sus secretos al viento, este se lo transmitía a los árboles, que luego nos lo comunicaban a nosotros, lo que bastaba para tenernos encandilados.
Qué suerte, que en estos pueblos sencillos, estos pueblos de esta España mía, de esta España nuestra, a falta de famosos y “superhombres”, tuviésemos a estos magníficos personajes que lograban que la vida nos fuese: ¿placentera? No lo sé. ¿Feliz? Tampoco estoy seguro. Pero sí humana, tranquila y llevadera. Por eso quiero que sepas, querido lector, que estas líneas que estás leyendo no están escritas con tinta y papel, sino con piedra, bronce y mármol, puesto que esos son los elementos con los que habrá de estar confeccionado el monumento que quiero hacerles a todos esos a los que me he referido anteriormente. A ellos Y A OTROS MUCHOS que también lo merecieron, aunque sus nombres no estén aquí expresados por mi ignorancia o mi torpeza.

Octubre 2009

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 2 de octubre de 2009

jueves, 17 de septiembre de 2009

Sabiduría

Sabiduría
Ramón Serrano G.

Quisiera decir, haciendo caso a Aristóteles, que aunque sé que no llegaré nunca a ser sabio, todas estas reflexiones que expongo no son más que eso, cavilaciones, dudas, ya que sé también que sólo quien es ignorante afirma, y no me tengo como tal, pidiendo perdón por la inmodestia. Y sacado el tema, me pregunto: ¿pero qué es la sabiduría? El diccionario la define como un alto grado de conocimientos en ciencias, artes, letras, etc., aunque bien sabemos que inalcanzables en su totalidad. Pero fijémonos en que no se dice saber concretamente esto o aquello, o tanto ni cuanto. Algo parecido a lo que ocurre con la felicidad. Sobre esta, aclara que es la situación de aquel para quien las circunstancias de la vida son como él las desea. Tampoco habla de que necesariamente ha de cumplirse tal o cual condición. O sea que ambas, sapiencia y placidez, pueden ser completas o parciales, y desde luego son totalmente subjetivas, distintas para cada hombre, dependiendo de épocas, sitios, edades u otras situaciones. Al igual que es diferente la importancia que cada quien le da a poseerlas, o no.
Pero vayamos a esto de la sabiduría. Primeramente hemos de diferenciarla de la instrucción, o sea, de la adquisición de conocimientos prácticos que nos servirán para un mejor desempeño de nuestro trabajo o la consecución de un puesto en la sociedad social. Podríamos apuntar que antes sabía quien quería y hoy se sabe casi sin querer, debido a la profusión de elementos medíáticos, aunque eso no sea saber sino tener cierto conocimiento de algo. Y confundir una cosa con otra sería una estolidez.
Admitiendo luego que la mayor desgracia para un hombre es la ignorancia, hemos de ver que hay diversas clases de sabiduría y, además distintos intereses por conseguirla. Hace tiempo leí que un fraile franciscano del siglo XVI, tras ponderar el deseo de aprender, tiene dicho que querer saber tan sólo por saber, es curiosidad; hacerlo por ser conocido, vanidad; si es por adquirir honores y riquezas, torpe ganancia; pero gran virtud si es para edificar y educar al prójimo. O sea, una expresión completamente antónima a aquella latina de: do ut des.
Y así, yo entiendo que es sabio, no sólo quien mucho sabe, sino quien conoce y practica la hermosa ciencia de saber convivir con sus vecinos, dándoles continuo ejemplo de buen hacer y bien comportarse. A esto es a lo que yo llamo saber vivir. Esto, el obrar durante toda nuestra existencia de acuerdo con la moralidad y las buenas costumbres, es lo que llevará al hombre a poder decir que, habiendo vivido bien, ha salvado su periplo vital. Y que lo ha hecho porque ha tenido la suficiente sabiduría para lograrlo. Recordemos lo escrito: En esta vida emprestada / el bien vivir es la clave / aquél que se salva sabe / y el que no, no sabe nada. Podría para algunos existir la incógnita de qué significado le podemos dar a salvarse. Para mí ya queda dicho. Otros pueden conferirle un sentido religioso o de cualquier otra entidad. Para ellos mis respetos, como para todos los que tienen unas opiniones o creencias que no son las mías.
Quiero decir entonces que es de sabios buscar a quien lo es más, escucharle y aprender de viva voz sus enseñanzas. Hoy quizás lo tengamos más difícil que antaño. Ahora, con tanto ajetreo, tantas prisas por ganar dinero, tantas actividades sociales y tanta, y tan nociva, televisión, apenas si hay diálogo entre las personas. Y a mí, tal vez porque me gusta mucho hablar, me complace oír las cosas claras y dichas de vis a vis. Pienso que el hombre es fundamentalmente un ser sociable y parece ser que cuando oye de viva voz las cosas las asimila mejor pues las palabras están henchidas de espontaneidad y de sentimientos sinceros. Se me antoja que estas son más verdad, son más sentidas, al no estar deformadas por tendencias insidiosas conductoras a metas que favorecen tan sólo a los que las proponen.
Demostrado está que libros, caminos y días, otorgan sabiduría. Pensemos entonces que la mejor de las rutas para adquirir sapiencia no es tratar de encontrar lo excelso o lo maravilloso, que está bien, sino el buscar y dar con el hombre justo; el experto curtido en cien contiendas; el amigo fiel; aquél a quien los días duran mucho sabiéndoles sacar partido, el que conoce cuál es el mejor camino a seguir y qué paso debe darse; el que trata con humildad de hacer felices a los demás o al menos que no sean desventurados; el que no expondrá su saber por vanagloria o interés, sino por uno de las más nobles deseos que el hombre puede atesorar, y que no es otro que el de la enseñanza. El que querrá ilustrarnos llana y apaciblemente, compartiendo con los demás lo conocido por él.
Alguien tan esciente como Pasteur afirmó que hay más filosofía y más sabiduría en una botella de buen vino que en todos los libros. Los ingleses dirían ante una taza de té, pero ya sabemos cómo son los ingleses. Yo, desde luego, prefiero el vino.

Setiembre 2009

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 18 de setiembre de 2009

jueves, 3 de septiembre de 2009

Dos...y otro más

Dos… y otro más.
Ramón Serrano G.

A los pecados les ocurre lo que a las enfermedades, que unos hostigan más que otros y también que, unos más y otros menos, se soportan mejor o se toleran impacientemente. Desde luego, todos son malos, pero algunos son peores, de esto no hay duda. Para mi parecer, los pésimos, los detestables, son sin duda la envidia y la avaricia. Las razones que me llevan a esta diferenciación, aparte de las exclusivamente subjetivas, estriban en que a la ira, la pereza, la gula o la lujuria se las ve claramente en el mismo instante en que se apoderan de una persona y le hacen actuar de determinado modo, mientras que la envidia y la avaricia operan ladina, taimadamente en el interior de quien las padece. Aquellas se establecen en el cuerpo y estas en el alma. Otra diferencia claramente perceptible es la duración de sus zalagardas. Los yerros promovidos por las cuatro primeras se mantienen normalmente un momento, acaso un rato. Con seguridad se reincidirá en su delinquimiento, pero eso ya será un episodio distinto, un caso aparte. Sin embargo, cuando el livor o la insaciable ansia anidan en alguien, ese suplicio suele perdurar, por desgracia, de por vida.
Pero hablemos un poco de la envidia y digamos de ella, como el poeta latino, que es aquello que nos hace ver más abundantes las mieses de los campos ajenos y más rico en leche el rebaño vecino. O como escribiese Góngora.“Y aunque del cercado ajeno, es la fruta más sabrosa que del propio ¡extraña cosa!...”. O sea un padecimiento casi inaguantable que alguien tiene por no poseer un bien del que disfruta otra persona y ya sea este físico o espiritual. Y esto, a más de otros muchos calificativos poco agradables, se merece el de ser un absurdo. Bien sea por que aquél tiene algo que se lo ha sabido ganar y también porque nadie es realmente digno de ser envidiado. O dicho de otro modo: hay veces que da la impresión de que alguien lo tiene todo, de que es muy feliz, pero luego tiene sus cruces y sus pesares como cualquier nacido. Y por edulcorar un algo el tema, diré que, aunque muchos opinan que no existe, puede que haya una llamada “envidia sana”, que no es sino un acicate para quien, viendo en otro algún mérito, virtud o tenencia, trata sana y llanamente de conseguirlo.
Ningún adjetivo cuadra mejor a la avaricia que el de insaciable, porque es sabido que la bebida apaga la sed y la comida calma el hambre, pero el oro, por mucho que se tenga, no satisface jamás la codicia. Además, se da en quien la padece una dicotomía horrible, ya que sufre todos los padecimientos del pobre y todas las preocupaciones del rico. Y para explicar un poco lo que es, les remito a que conozcan o recuerden las vidas y andanzas de tres personajes literarios de excepción: el vinatero Tio Grandet, Shylock el judío mercader veneciano, y cómo no, Harpagón y su baúl con diez mil escudos. Cada uno de ellos mas avariento que los otros, sin poder determinar cual padece la enfermedad en mayor grado. Pero apliquemos también a este mal un bálsamo afirmando que existe una “avaricia” buena. Es la inconformidad con lo hecho si, aun siendo buena la obra, creemos no haber realizado todo aquello de lo que somos posibles y tratamos de mejorarla.
Si cuentan verán que he citado únicamente seis pecados capitales. Me falta uno, lo sé. Pero es que ese, para mí, ni es pecado ni es nada. La soberbia es tan sólo la expresión externa de una imbecilidad inmensa. Por ello, siendo la altanería y el engreimiento sinónimos de la estulticia, estimo que no merecen más comentarios. Pese a todo, quiero referirles dos anécdotas, creo que verídicas, claras exponentes de adónde pueden llevarnos la presunción y la pedantería. El protagonista de ambas fue Apeles, el gran pintor griego, amigo entrañable de Alejandro Magno.
Nos cuenta Plinio el Viejo que el gran Apeles mantenía una gran rivalidad con un colega suyo llamado Zeuxis, el cual siempre estaba menospreciándolo, manifestando una supuesta e importante superioridad artística sobre él. Un día, cansado de tanto ninguneo, Apeles invitó a su casa a Zeuxis y a un grupo de amigos, para que vieran su última obra. Era esta un paisaje medio cubierto por un velo y Zeuxis para poder observarlo mejor se acercó e intentó apartar la cortina, dándose cuenta entonces de que no existía tal gasa, sino que esta se hallaba pintada, formando en realidad parte del cuadro. Humillado ante los presentes, desde aquél día reconoció su gran valor y ponderó sin tasa al artista antes minusvalorado.
También se cuenta de Apeles, que un día presentó en el ágora una pintura suya. Acertó a pasar por allí un zapatero quien observó una falta en la sandalia de uno de los personajes del lienzo. Se lo hizo ver al autor, y este, que era muy receptivo y abierto a la crítica constructiva, lo acepta, lo corrige y, al poco, vuelve a exponer el cuadro. Volvió por allí el zapatero, que envalentonado al ver que el artista había hecho caso a su observación, empezó a opinar sobre las piernas y el cuerpo de otro personaje. Entonces Apeles le dijo de inmediato: “Ne supra crepidam sutor judicaret” o sea: “El zapatero no debe juzgar más arriba de las sandalias”.
Posiblemente, de aquella frase naciera la que luego vino al español como: “Zapatero, a tus zapatos”.

Setiembre 2009

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 4 de setiembre de 2009

jueves, 13 de agosto de 2009

las fuentes

Las fuentes
Ramón Serrano G.

“Junto a la fuente que vierte, por seis caños de oro fino, cristal y perlas sonoras, …”
Del romancero de Don Rodrigo.

- Galano nombre tiene el pueblo: Villahermosa. Y a fe que cumple con los dos epítetos. Tan sólo llevamos aquí tres días, pero he visto ya dos cosas dignas del mayor elogio: su iglesia y el carácter alegre y abierto de sus gentes. Tendrá más, estoy seguro, pero estas son las que más han llamado mi atención. Sin embargo, fíjate, qué cosa tan rara, he notado que no hay ninguna fuente en sus calles o plazas. Será porque con un carro cargado con dos cubas es como se repartía el agua a domicilio. Sin embargo, Montiel, donde estuvimos la semana pasada, tiene una, me dijeron que tuvo dos, y aun tres, y eso que es un pueblo más pequeño que este.
- Dices bien, Luca. Hacia la mitad del siglo pasado, Villahermosa alcanzaba las siete mil almas y Montiel superó las cuatro mil. Hoy, sin embargo, uno apenas si salta de los dos mil, y el otro estará en los mil setecientos. En cuanto a eso de las fuentes también es cierto, en parte. Y pese a ser más pequeño, sabrás que es más antiguo, ya que Villahermosa, que a la sazón se llamaba Pozo Hondo, fue desligada de Montiel el 22 de setiembre de 1444, día en el que recibió la “Carta Puebla”.
- Parece ser que conoces bien la historia de ambos pueblos.
- Claro que sí, ya que en ellos tengo pasadas largas temporadas de mi vida. Pero si te parece hablemos de lo de las fontanas, ya que eran uno de los puntos más importantes de cada lugar. Verás, en España no se instala el agua potable hasta las primeras décadas del siglo XX, y esto en las ciudades, ya que en la mayoría de las villas y aldeas no llega ese servicio hasta bien mediado el siglo. Así, en estas pequeñas poblaciones remediaban esta ineludible necesidad mediante aljibes y pozos particulares, aunque estos solían ser peligrosos por el riesgo de filtraciones.
-Pero había vecinos que no disponían de esas instalaciones, por lo que al carecer de algo tan imprescindible como el agua, para obtenerla, tenían que usar de los servicios que los Ayuntamientos les proporcionaban, y que solían ser de dos clases, y aún de tres: para el uso de boca, cocina e higiene, para el lavado de la ropa y, en algunos sitios, como abrevadero. Así Montiel tenía tres. De las de beber, una en la plaza principal, y otra, que muchas veces se secaba, en la carretera, frente a la casa de Dª Blanca. A ellas iban diariamente las mozas con sus cántaros. Y había una tercera para que bebiesen los animales. Esta la mandó poner por los años 30 el alcalde Ramón García en la plazoleta que hay frente a la casa de Pretel y de la que arranca la calle que antes se llamaba de la Condesa y hoy es de la Concordia. Para lavar la ropa, las mujeres se iban como a un kilómetro, por la carretera de Villanueva, hasta un lugar que le decían “La Lagunilla”, en el río Jabalón. Y sabrás que algunos cogían su burro, sus aguarones y sus cántaros y se iban hasta un manantial cercano que daba, a su decir, un agua más fina y gustosa que la de la fuente del pueblo.
- Y así tú que has visto muchos lugares, ¿conocerás muchas fuentes?
- Sí que he visto bastantes, sí. Y algunas muy curiosas. Por ejemplo la de Mojácar que tiene una placa en la que dice que ante ella se entregó el pueblo a los Reyes Católicos. La del Rey, en Priego de Córdoba, con sus tres estanques y sus 139 caños, muchos de ellos con mascarones de piedra. Junto a Segorbe, en la margen derecha del río Palancia, hay otra con cincuenta caños, y sobre cada uno de ellos el escudo heráldico de cada provincia española. En Orense, en el centro de la ciudad, está la de As Burgas, y en ella sale el agua a más de 65 grados centígrados, y debes tener cuidado al tocarla porque te puedes quemar. La fuente del Toro, sustituidora de la de las Ninfas, de cuyos pezones manaba el agua que bebían los granadinos voluptuosamente. O la que hay en el Retiro madrileño, que es la única en el mundo que está dedicada al demonio.
- Es curioso. Parece como si las fuentes, en los pueblos, tuviesen su propia personalidad, su propia vida.
-Es que la tenían. Lo mismo que la iglesia, o que el ayuntamiento. Eran sitios que marcaban la vida local, y así está recogido por el sentir popular en infinidad de coplas y poemas. “Por dónde vas a misa, que no te veo, que no te veo…” cantan en Cantabria. Has de saber que la asistencia a los oficios religiosos, la misa, el rosario de la aurora, o las novenas, eran ocasiones esperadas y buscadas por mozas y mozos para encontrarse.
- Y a las fuentes les ocurría otro tanto. Eran lugares “sociales” a los que había que acudir necesariamente, y esto trascendía en poemas ( San Juan de la Cruz, Rosalía o Machado, las citan en sus obras) o en canciones populares. Acuérdate del célebre polo:“Carmona tiene una fuente/ que con catorce o quince caños/ con un letrero que dice…” O de aquella copla: “Caminito de la fuente, va llorando una morena, porque no tiene vestido, para ponerse en la fiesta”. O de la que pregunta: “¿Dime dónde vas morena, dime dónde vas salada,,,,,? Voy a la fuente del Caño/ a beberme un vaso de agua, que me han dicho que es muy buena, beberla por la mañana…”.
-Piensa, por otra parte, que las fuentes solían estar en sitios agradables, en los cuales, arrullados por el cantar del agua, se hacían frecuentemente tertulias. Tienen fama los coloquios que junto a la del Avellano, en Granada, mantenían Ángel Ganivet, Falla, Rusiñol y un joven García Lorca. Y aprovecho para decirte que esta fuente, la del Avellano, que está al final del paseo de los Tristes, en la parte baja del Generalife, en realidad no es una sino tres, ya que junto a ella están la de la Orilla y la de la Salud, cuyas aguas tienen fama de ser muy curativas.
- Claro, siendo así, y con lo que a ti te gusta el palique, te lo habrás pasado estupendamente.
- Doy fe de ello. Sentado entre los viejos, junto a cualquier fuente de cualquier pueblo perdido de Asturias, de Castilla, de Navarra, o de cualquier otra región de nuestra España, y oyéndoles hablar, se me iban las horas y se me encandilaba el alma. Los había muy tunos, no creas. De vez en cuando, dejaban la cháchara y miraban a las mozas: “Hay que alegrar un poco el ojo viendo correr la caza”, decían. Todos ellos con sus caras vestidas de arrugas y sus cabezas cubiertas por la boina o la gorra. Y todos con una vida entera por delante. Una vida de tan sólo unos días, o quizás de algunos años, los menos. Pero para ellos, toda una vida por delante. Y pronto volvían a sus temas. A repetirse, una y mil veces, en sus historias tantas veces contadas. A renegar del presente y a sublimar el pasado. A resignarse con todo. A contentarse con nada. A demostrar continuamente sus saberes a unos compañeros-alumnos que se tenían por tan doctos, o más que ellos A quejarse de la brevedad de la vida, cuando muchos de ellos no sabían qué hacer con sus jornadas, que se les antojaban demasiado largas.
Pero acudían alrededor de la fuente de forma habitual, sobre todo para que el aire y el sol entrasen en sus entrañas, repodridas de tanto aguantar en la soledad de sus casas, este la pérdida de la mujer, aquél la ausencia del hijo que marchó a buscarse el pan a otros tajos, y todos, soñando como Machado que..” una fontana fluía dentro de su corazón,” y diciendo como el poeta: “Di,¿por qué acequia escondida/ agua, vienes hasta a mí,/ manantial de nueva vida….”

Agosto 2009
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 14 de agosto de 2009

jueves, 30 de julio de 2009

Formas de hablar

Formas de hablar
Ramón Serrano G.

Jugando al bonito juego de imaginar situaciones y comportamientos anómalos o irrealizables, el otro día pensé en qué le ocurriría a un ciudadano del siglo XV, o incluso del XVIII si lo prefieren, si su sueño no fuese eterno, sino tan sólo largamente transitorio, y despertara en la actualidad. Creo que el pobre se asombraría tanto que no sabría ni salir de su casa. Son tantas y tantas las variaciones que encontraría, que, sin duda, le parecería hallarse en otro planeta, aunque al despertar estuviera en la misma ciudad en la que se durmió. Ha evolucionado absolutamente todo. Todo, y no exclusivamente aquello que se ha visto obligado a hacerlo por el descubrimiento de nuevos métodos o técnicas como el transporte, la comunicación, la sanidad, etc. Han cambiado también, y sustancialmente, usos, costumbres sociales, alimentación, vestido y cómo no, el lenguaje. Y a esta, a la mutación del idioma, es a la que quiero referirme.
Las palabras, bien que lo sabemos, son auténticos seres vivos. Siempre lo fueron y siempre lo serán. No pertenecen al reino animal, vegetal o mineral, pero tienen una vida propia e intensa, y gracias a ello se van desarrollando paulatinamente con el paso del tiempo. O sea que la mayoría de los vocablos, acaban siendo en su mayoría de edad de una forma muy distinta a la que mostraban en su nacimiento. O sea, que les ocurre lo mismo que a los seres vivos.
Sería prolijo, y bastante atrevido por mi parte, tratar de describir, aun cuando fuese someramente, las razones que motivan esas variaciones. Digamos tan sólo que el cambio viene produciéndose en un cierto plazo de tiempo, y que viene a darse como el resultado de mutaciones, alguna recombinación, la natural selección e incluso una derivación genética. De cualquier modo, acuda quien desee profundizar en el tema a las doctas doctrinas que sobre el tema existen. Bástenos con afirmar aquí, que como queda dicho son de diversos tipos, y que la mayoría de los cuales, una vez estudiados detenidamente, nos llevan a comprender la causa. Sin embargo, permítaseme un ejemplo aclaratorio. La palabra cielo proviene del griego koilon, que significa hueco, y de ahí pasa al latín como caelum, hueco de gigantesca magnitud, apareciendo por primera vez como cielo en “El Cantar del Mío Cid” hacia el año 1140.
Este cambio, como otros muchos, se produce de un modo digamos natural. Pero hay otros que están determinados por unas fuerzas, unas alteraciones, de evolución no ortodoxa. Algo así como unos escirros, ateromas o tuberosidades, benignos o malignos, o dicho de distinta manera de formación no natural o atípica. Y como sería completamente imposible hacer una relación, ni siquiera pequeña de algún caso de cambio notorio en la forma de hablar, citaré algún ejemplo.
Veamos. A finales del siglo XIX los presos argentinos, para que los carceleros no les entendiesen crean el lunfardo, una germanía, una especie de jerga que pasa pronto a los prostíbulos, y que, con el paso del tiempo, es utilizado en numerosas letras de tangos, e incluso se extiende a Chile o a Paraguay. En lunfardo las antenas son las orejas, mango es el dinero, y a los gallegos se le decía yoyega, y luego, por metonimia, se traslada este nombre a todo aquello que sea español.
En esta Mancha nuestra, y a mediados del pasado siglo, se extiende entre los dueños y dependientes de comercio la costumbre de expresarse invirtiendo las sílabas de las palabras para hablar entre ellos sin que los clientes se enterasen de lo que decían. Así nobue era bueno, cochi era chico, lecocha chaleco y tozapa zapato, y de esta trastocada, pero ingeniosa, forma mantenían conversaciones enteras. Cabe añadir que, curiosamente, esta vez somos nosotros los que exportamos, y hacia 1980 la juventud francesa se apropia de este hábito y crean el verlán, argot en clave que utilizan bastante en aquél país. Así, y en esa jerga, hablan de meuf por femme/mujer, de chebou por bouche/la boca, o de ouf por fou/chalado.
Sin embargo, y también por Tomillares y sus aledaños, se utilizaban frases que incluían vocablos con un significado totalmente distinto al real. Los que tengan mi edad, y aún algunos más jóvenes, han oído mil veces aquello de: Se agarró a hablar, en lugar de comenzó a hablar. Algo todavía más raro: Has estado comiendo y te has llenado la camisa, debiendo haber dicho te has manchado la camisa. Le metió un tortazo, en vez de le propinó. O eso de: No te siento, así que habla más fuerte, empleando sentir en vez de oír. Esto último es correcto hasta cierto punto, estando la “anomalía” en que sólo se emplea el verbo sentir para el oído, pero nunca para el tacto o el olfato, por ejemplo Debo decir con relación a los tres anteriores, que por más que he indagado, nunca supe de dónde nacieron estas rarezas en el cambio de algunos modismos.
Y finalmente apuntaré el que me parece un auténtico cáncer terminal del lenguaje. Hace años, y debido al analfabetismo existente, era común escuchar tamién por también, toavía en lugar de todavía, y una ingestión perenne de la d en los participios. Ya saben: acostao, comío, etc. Hoy, afortunadamente, esto ya se da menos, o apenas si se da, pero un gran mal, con aviesas intenciones, acecha peligrosamente a la pureza y corrección de los idiomas. Me estoy refiriendo en concreto al destrozo que se está llevando a cabo con la desastrosa redacción de los mensajes que se envían a través de los teléfonos móviles. Una debacle.
Pero esto es una amenaza tan maligna y de tal magnitud, que merece la pena un escrito aparte y en exclusiva. Ya hablaremos de ello otro día.
Julio 2009

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 31 de julio de 2009

jueves, 16 de julio de 2009

La soledad no existe

La soledad no existe
Ramón Serrano G.
“A mis soledades voy, de mis soledades vengo,…” .- Lope de Vega

A lo largo de la historia, el hombre ha ido descubriendo cantidad de sustancias, artilugios, ideas o situaciones que le han cambiado su vida, para bien las más de las veces y para su mal otras. Ha ido encontrando, ya digo, cosas cuya existencia desconocían sus antepasados y que han condicionado de manera importante su vida y la de sus sucesores. Sería prolijo, y desde luego absurdo, hacer aquí una lista de esos hallazgos, aunque fuese exigua.
Sin embargo, no es tan común encontrar cosas (sustancias, artilugios, ideas o situaciones) que no existan. Por dos motivos. Uno, porque no se puede ver ni definir lo que no está ni se conoce. Otro, porque puede ser que hoy se ignore su entidad, pero es muy posible que mañana ese algo haya aparecido y sea muy común. Pero sí que hay cosas sobre las que se puede asegurar que no se hallan ni en este mundo en que vivimos, ni en el que vivirán quienes nos sucedan. Y no es que yo en mi limitada asofia las desconozca. No. Es que tengo la completa seguridad de que no existen. Al menos, una: la soledad. Y a tratar de explicarlo es a lo que voy a referirme.
Aunque sabido, empezaré por decir que la soledad es, en lo físico, una carencia de compañía ya sea esta voluntaria o involuntaria. Pero dejaremos a un lado esta perspectiva corporal, para tratar de verla únicamente como un sentimiento de nuestro espíritu. Como una sensación que alguien percibe en su alma, merecida o inmerecidamente. Así, en un determinado momento, uno se siente feliz, enamorado, triste, contrito, exultante, o solo.
Hasta aquí todo sería normal. Pero hay que fijarse en que para que se dé un determinado talante, o cierto estado de ánimo, se han de producir unas determinadas condiciones. Unos ejemplos sencillos y aclaratorios. Si tu hijo aprobó sus exámenes, eres feliz. Si te miraron aquellos ojos y de aquella forma, te enamoraste. Si falleció tu hermano, la tristeza está contigo. Si erraste en algo, te hallarás abatido. Si conseguiste ese puesto de trabajo que tanto ansiabas, mostrarás tu exultación. Pero nunca, pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, te hallarás solo, aunque creas que lo estás.
Y para demostrar la irrealidad del aislamiento hablemos de su antónima la compañía. Queda dicho que el estar solo es una ausencia de compaña, pero no se ha especificado ni de cómo, ni de qué tipo de compañía, ni tampoco de si la ausencia es total o parcial. Es obvio que el hombre se ve siempre rodeado de seres. Queridos unos, como la familia, los amigos, los vecinos, las montañas, los árboles, los ríos o el mar. Admisibles algunos, como la mayoría del resto de los vivientes, las casas, los puentes, las señales de tráfico, los museos o los cardos. E intolerables otros, como los profesionales del terror, los especuladores leoninos, los racistas, o las lenguas viperinas. Pero siempre hay alguien junto a nosotros.
Alguno se opondrá a esta teoría y me dirá que no es así. Que hay ocasiones en las que el hombre sí que está solo, y me hablará del pastor en el campo, del preso en su celda o del farero en su faro. E incluso alguien vendrá a recordar a quien, sin estarlo, se siente sin tener a nadie a su lado, no porque no la haya, sino porque es su espíritu el que se encuentra aislado de todo y de todos. Y me citará esa paradoja de la extraña soledad en la que se encuentran algunos en muchas ciudades, en medio de la multitud, pero desvinculados de ella y aherrojados por una lacerante incomunicación. Ernesto Sábato describe esto a la perfección diciendo que son aquellos que deambulan sin que nadie los llame por su nombre, sin saber de qué historia son parte o hacia dónde se dirigen.
Mas podemos estar tranquilos porque sabemos que hay una panacea que hace que no estemos nunca sin algún acompañamiento. Cuando veamos, o creamos ver, que todo o todos ya no están a nuestra vera, eso no debe suponer para nosotros tristeza, miedo o desamparo. Por el contrario será la ocasión para ir a reunirnos con nuestra alma y ello será el bálsamo, el específico, que cure nuestro padecimiento puesto que ha de satisfacer nuestras inquietudes y nuestros anhelos. Acudiremos al encuentro con nosotros mismos, y, entonces, nuestro corazón y nuestra mente nos cobijarán y nos darán consuelo con los recuerdos, con la melancolía, y ¿por qué no?, incluso con la compunción y con la pesadumbre. “..porque para andar conmigo, me bastan mis pensamientos” dice Lope.
No, el hombre no está solo nunca, ni aún después de la muerte. Porque incluso en la quietud de los camposantos, en esas nublosas tardes otoñales, los cuerpos tendrán junto a ellos a sus vecinos sepulcrales, y con muchos de ellos mantendrán sosegadas e inacabables charlas. Por su parte, las almas harán nuevas y etéreas amistades, y vagarán con ellas por el espacio, como si fuesen una bandada de pájaros invisibles, sobrevolando lugares vividos o soñados.
Tengo muy, muy, claro que la soledad no existe, y que sólo está solo quien quiere estar solo. Y así, como el aislamiento total no puede darse, la descripción que podríamos ofrecer de la soledad no sería sino la de un sucedáneo de la misma. Muchos han querido definirla, pero jamás lo consiguieron. Sí que escribieron acerca de ella cantidad de frases, bonitas unas, sugeridoras otras, consoladoras las más. Yo, como ustedes, he leído bastantes, pero la que más me ha gustado es aquella que dice: la soledad es la mejor compañera cuando no está la persona a quien se ama.

Julio 2009
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 17 de julio de 2009

sábado, 4 de julio de 2009

Siempre
Ramón Serrano G.

“Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano”.- M.Luther King

Los que ya vamos siendo viejos nos solemos quejar frecuentemente de la vida actual. De sus prisas y arrebatos, de sus penas y penurias. Como también es usual que rememoremos con agrado costumbres y modos antañones. Bien pudiera ser que hagamos esto último, no porque antes nos fuese mejor que ahora, sino porque en aquellas épocas éramos jóvenes, no teníamos achaques ni alifafes y nos sobraban fuerzas y ánimos para intentarlo todo y luchar contra todo. Y así, gustamos de derramar con despacio y en el viento nuestros sinsabores, sabiendo que él, viajero impenitente, los llevará a aquél lugar donde nadie los atiende.
De cualquier manera, hemos de reconocer que son bastantes las situaciones de diversos tipos que hoy en día nos proporcionan comodidades y satisfacciones, haciéndonos pasar ratos, si no enteramente agradables, sí exentos de desacomodos y carencias, agradeciendo que estos quedaran anclados en el pasado. Efectivamente, las condiciones en las que se desarrolla la vida humana en estos principios del siglo XXI han cambiado ostensiblemente para bien, aunque a fuer de ser sinceros pudiéramos decir que también lo han hecho para mal. Y a ello vamos.
Es palmario ese bienestar aludido, producido por una serie enorme de posibilidades de llevar a cabo en la actualidad actos que ni se concebían en otro tiempo o que, a lo sumo, se sabía que podrían realizar otras gentes, digamos más afortunadas. Para quienes aún no han cumplido los sesenta es inimaginable que los que sí lo hemos hecho, y que somos más del veinte por ciento de la población, hayamos vivido situaciones como las que describo a continuación. ¿Se pueden creer que el 90 % de los niños de los años cuarenta del pasado siglo no sabía lo que era merendar, o que en las mayoría de las casas había temporadas en la que sólo se comían gachas (llegaron a darse casos de latirismo) y se carecía de luz eléctrica o agua potable, o su presencia era escasa y su suministro irregular en extremo?
Hoy en día han mejorado sin duda las condiciones y circunstancias laborales, sociales, sanitarias, etc., tanto para los que vivimos, más o menos, en el ámbito rural, como para los que lo hacen en la ciudad. Y pese a que existen rimeros de problemas de mucha enjundia o de poca envergadura, vemos que ha habido un alargamiento de la vida y que la mayoría tiene comida y trabajo normalmente. Y se viaja más, y se tiene más cultura, y se pasa menos frío, y ya no son mortales muchas enfermedades. Es obvio que hemos progresado, pero también es palmario que seguimos padeciendo muchos males. Unos porque no hemos sabido hallarles solución y otros porque los acabamos de crear nosotros mismos.
Así pues, para qué les voy a hablar de guerras, fanatismo, violencias, cayucos, pederastia, estrés, cohechos, lucros, prevaricaciones y otro sinfín de plagas y calamidades que nos amenazan peligrosamente con hacer de nuestras vidas un vía crucis, al parecer, insoportable. Todos lo sabemos porque todos lo estamos viviendo. Y todos estamos atemorizados, sabedores de que tanto desatino no nos puede llevar a buen fin. Lo que no sé, es si todos nos estamos percatando de que estas conductas aberrantes pueden atormentarnos, traernos desasosiego, pero que nunca deben abellacarnos. No, nunca. Debemos estar muy por encima de ello.
Y no digo esto pensando en aquello de que si un problema no tiene solución no debe preocuparte, y si tiene solución, no debe preocuparte. No. Lo hago porque es posible que la importancia de la dificultad que nos ocupa depende en gran parte de cómo afecta a nuestros gustos e intereses. A veces, y para algunos, porque los días se asemejan demasiados unos a otros. A veces, y para otros, porque se nos avienen reveses o erizamientos, que no queremos aceptar. El estoico Epicteto, más moralista que filósofo, nos dejó dicho que no son los diarios acontecimientos los que nos hacen sentir mal, sino la formar de pensar y actuar que tenemos ante ellos Pero debemos pensar que las cosas no son, y no tienen por qué acaecer siempre como a nosotros nos agradaría. Y que tienen que ocurrir unas veces para nuestro bien y otras para nuestro mal. Y que lo que agrada o beneficia a uno, puede hacer lo opuesto con el otro. ¿Recuerdan aquella vieja historia de que la lluvia contentaba a un hombre e irritaba a la vez a su hermano? Era natural que así fuese, ya que este era tejero y aquél hortelano.
Pero es más. Aunque las adversidades que vemos allegarse sean descomunales, incluso trascendentes, siempre habrá panaceas, triacas y cauterios que puedan curarnos o, al menos, aliviarnos de ellas y devolvernos la tranquilidad. Miren qué sencillo es. Ayer mismo, me llegó un mensaje que decía que los días son siempre buenos días. ¡Qué gran verdad, y qué poco aprovechada! Pese a que las circunstancias sean tenebrosas, a que la realidad se nos muestre cruel, hemos de tener siempre presente que la felicidad no es inasible como, a veces, pensamos. Si acaso un tanto dificultosa de alcanzar. Incluso aunque supiésemos que está próximo nuestro final, tanto que cada amanecer pueda tener un gusto a despedida y cada ocaso nos deje el sabor del adiós. ¿Qué puede importarnos la muerte, si tras ella está la nada o, tal vez la clemencia?
Debemos concienciarnos hasta la saciedad de que cada nueva jornada que vivimos, le lever de l’aurore, es una promesa de felicidad que se realiza y no una intimidación que nos aflige, pues aunque haya algún mal que nos acore y este fuese de gran enjundia y mala catadura, demostrado está con creces que hay bálsamos, cayancos y jaropes que ocluyen la pena y el desánimo, dando paso, dejando discurrir y poniendo a nuestro alcance la dicha y el sosiego. Para eso están siempre, precisamente para eso y no para otro fin, el ciprés de Silos, ver apuntar las claras del día, el saludo de un vecino, la poesía de Tagore, el balbucear de un niño, o una sutil mirada tras la reja….
Julio 2009
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 4 de julio de 2009

jueves, 18 de junio de 2009

La charla

La charla
Ramón Serrano G.

“Mi vida es un erial; flor que toco, se deshoja; por mi camino fatal….” G.A.Becquer.

Inconscientemente, como queriendo descargar en alguien las causas de problemas exclusivamente míos, hubo un día en el que me puse a hablarle a mi corazón, y le dije: -¿Por qué te aceleras tanto? ¿Por qué corres siempre de ese modo? ¿Por qué te afanas constantemente en querer adelantar al tiempo?
Y mi corazón se rió de mí, o mejor dicho, se limitó a mostrarme cómo su actuación no era capitosa, sino que se hallaba impelida a ella por los mandatos de alguien que le forzaba a un zangoloteo vertiginoso.
-Mira, me contestó. Yo apenas si puedo mantener este ritmo que me impones y que incluso me es lesivo, pero sabes muy bien que es el cerebro quien dirige el comportamiento de los hombres, y el tuyo se halla ahora mismo, y demasiadas veces, como un volcán en erupción.
- No sé si creerte, le apunté.
- Pues harías bien en hacerlo, porque es de ese modo. (Era mi mente la que en ese momento había intervenido en nuestra charla). Así estoy, continuó, como te acaba de decir el corazón, y aunque a ti no te lo parezca. Con tu forma de ser y tu comportamiento, en muchas ocasiones al igual que ahora, haces que ninguno de los dos, ni él ni yo, podamos obrar como debiéramos. Esa impaciencia tuya, esa ansiedad, nos obliga al corazón y a mí a tener un funcionamiento anómalo, que además de perjudicarte de muchas maneras, impide a la felicidad instalarse en tus adentros. Razona, limítate a pensar y deja a un lado los sentimientos que puedan afligirte.
-Atiende, prosiguió hablándome el caletre. Acude a tu memoria que te funciona bien y ella te recordará a León Felipe, cuyas sabias palabras dicen que no es lo que importa el llegar sólo y pronto, sino hacerlo con todos y a su tiempo. O te llevará a tu admirado Antonio Machado quien, magistral como siempre, aconsejaba: Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas.
-Observo que todo el día andas con prisas y premuras, continuó. ¿Qué esperas encontrar al final de tu jornada? Sé que no buscas el éxito, ni el oro, ni tan siquiera el reconocimiento ajeno, pues tu fama y tu hacienda son cortas, aunque más buenas que malas desde luego, pero ya las tienes ganadas. También sabes, o deberías saber, que las cosas han de suceder en su momento y nunca antes, por mucho que nuestro deseo sea infinito y nuestra presura intensa. Por lo demás, no busques aquello que no merece la pena ser hallado. En estos momentos, lo más importante sería encontrarte a ti mismo, y eso ha de hacerse al igual que la fruta, dejando que madure lentamente para poder saborear bien su dulzura.
-Debes reconocer entonces que, en realidad, no tienes prisa para nada, o al menos, para nada que sea verdaderamente importante Además, si te obsesionas con estar pronto, perderás todos los encantos que te ofrece el camino y que a veces son tan beneficiosos y agradables, o más, que el final. Te diré lo que el alazán a la ardilla: Tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas, quiero amiga que me diga ¿son de alguna utilidad? Por otra parte, y como te conozco muy bien, pues formo parte de ti, sé que la necedad no figura entre la lista de tus defectos y es notorio que el hombre sabio sabe distinguir muy bien a sus adversarios. Y tú deberías saber ya que no eres necio, que esa premura, que la constante urgencia que tienes, son enemigas tuyas, y no nimias.
En ese momento vi que mi corazón asentía a todo cuanto mi magín estaba exponiendo, y pese a ello dije a mi cerebro con cierta brusquedad:
- Calla. Sé demasiado bien que es absolutamente cierto todo cuanto me estás diciendo, como sé que lo haces para que no soporte el sufrimiento que me acompaña de contino. Tú conoces mejor que nadie mis sentimientos y convendrás conmigo en que algunos son muy difíciles de sobrellevar. Es por eso por lo que, buscando alguna panacea para mis tribulaciones, le pido a mi amigo el tiempo no ya que corra, sino que vuele, y que en su vertiginosa huida arrastre la pena que me está hiriendo. No lo consigo, bien es verdad, y eso hace que mi existir sea un erial cuyo tránsito, podéis creerme, no es nada satisfactorio.
Noté entonces que mis propias palabras me iban apaciguando y comencé a rebinar que las que me había dicho mi cacumen, y que estaban siendo corroboradas en silencio por mi corazón, eran doctas y dignas de ser seguidas. Que mi forma de vida no era la adecuada y debería cambiarla. Por ello, quedamente, le dije a mis dos interlocutores:
- - Gracias, amigos, por vuestras advertencias y admoniciones. Sé que lleváis razón y por ello trataré de acatar y poner en práctica lo que me acabáis de comentar, aunque para ello tenga que llevar a cabo el mayor de los esfuerzos. Pero ahora, si os lo parece, abandonemos esta charla. Trataré de descansar un rato con los ojos cerrados, a ver si el silencio o el sueño me indican cuál es el camino a seguir para poder sosegar un tanto o un mucho, mi impaciencia. Luego, ¡ojalá sea pronto!, os volveré a convocar para seguir hablando de estas u otras cosas.

Junio 2009
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 19 de junio de 2009

viernes, 5 de junio de 2009

La culpa

La culpa
Ramón Serrano G.

A quienes nos gusta escribir, nos agrada también, sobremanera, trabajar con las palabras. Mirarlas, estudiarlas, leerlas, releerlas, sobarlas, resobarlas, encontrando en ello una satisfacción y un entretenimiento poco habituales. Está claro que no todas dan de sí lo mismo, puesto que las hay, digamos que con poca significación, mientras que otras son una mina de donde se pueden obtener enormes beneficios en cuanto al desarrollo de ideas o expresiones. Cabe añadir que, en cualquier caso, todas son de gran utilidad e importancia.
Y a una de esas voces que son generosas en alto grado es a la que me voy a referir hoy. Concretamente a culpa. Siguiendo mi costumbre, indicaré que de ella dice el D.R.A.E. que es lo que con respecto al autor de un delito o falta, la circunstancia de haberlo cometido le estigmatiza moralmente y le hace responsable de ello ante la justicia, ante los demás o ante su conciencia. También puede ser, con referencia a un suceso o acción, la causa de ello. Veamos ahora algunos casos en los que la culpa aparece en el sentimiento humano.
Digamos, primera y someramente, que la filosofía actual trata de explicar lo conveniente que es conseguir que los niños, tras llevar a cabo una acción incorrecta, tengan como suficiente reconvención el sentimiento de culpabilidad. Desaparecido el castigo físico, se intenta inculcar en el autor de la falta el desagradable concepto emocional que conlleva la palabra que hoy nos ocupa.
Pero quiero referirme mejor a la actitud del hombre ante la culpa y, cómo no, ante el culpable. Decir, en primer lugar, que sobre esto, como sobre casi todo, la opinión popular ha cambiado enormemente. Muy antiguo es aquello de odia el delito y compadece al delincuente. Hoy ya no se observan como faltas las que antes sí que lo eran, y si se hace, se hace con excesiva tolerancia el latrocinio, el nepotismo, la promiscuidad, el cohecho y tantas otras tropelías en las que usted y yo estamos pensando. A lo sumo se habla de ello un par de días y luego, como si tal cosa no hubiese ocurrido, el transgresor se pasea tranquilamente por la calle. Y tampoco es que a la gente se le haya olvidado, no. Sencillamente, pasamos de ello.
Por otra parte, la historia nos dice que buscar al culpable o buscar a “un” culpable ha sido tarea de algunos y desacierto de muchos. Porque la misión de estos no era, ni es, indagar como hace la justicia para descubrir al autor de la fechoría, sino encontrar un o unos nocentes que sirvan de chivo expiatorio atribuyéndole/s los desmanes propios. Así Roma no fue incendiada por Nerón, sino por los cristianos. En 1492 se pone como parapeto a La Inquisición para expulsar de España a los judíos y así no pagarles lo que se les debía y, además, quedarse con sus posesiones. Del Holocausto nazi, hablaré después. Pero es que se llega a la osadía de culpar a alguien hasta de lo inevitable, hasta el punto de que en Italia se dice: piove, porco goberno.
Está también el pensamiento que cada uno tiene de lo que es punible. Raskolnikov, el personaje central de Crimen y castigo, no se siente en absoluto culpable de la muerte de una vieja prestamista al considerarse un ser superior autorizado a hacer cualquier cosa, incluso el asesinato, con tal de favorecer el bienestar general de los individuos. Recordemos cómo Heydrich, Goebbels, Himmler, y tantos miembros del III Reich, no sentían el menor remordimiento en asesinar, y si hubiesen podido habrían exterminado a gitanos, polacos étnicos, discapacitados, judíos, homosexuales y otros, sencillamente porque no los consideraban seres humanos. Eliminarlos era limpiar el mundo de “animales” nocivos. Por otra parte, muchos, a los que no puedo ni debo nombrar, pero que usted y yo sabemos quienes son hoy o lo fueron ayer, el robar descaradamente hasta obtener un enriquecimiento desorbitado, o si prefieren un eufemismo, el desviar hacia su propia buchaca dineros y bienes que no les corresponden, por el desarrollo indebido de las funciones que les han sido encomendadas, no es para nada ilegal, sino simplemente mamandurrias, prebendas, sinecuras y chanfainas que lleva inherentes el desarrollo de su cargo.
Cabe llamar la atención, por último, sobre dos acciones de los seres humanos ante este tema. Una es la de afirmar siempre que fueron otros los causantes del mal. O sea que no nos autoculpamos nunca, y si lo hacemos, es paradójicamente para alabarnos. Cuántas veces tenemos oído aquello de: “No, si la culpa de esto la tengo yo por ser bueno”. La otra es destinar todos los esfuerzos en buscar al culpable para su condena, sin tratar de indagar qué razones le llevaron a cometer su falta, y no comprender tampoco que sería mucho más beneficioso investigar qué causas motivaron el desatino, para de ese modo poder evitar otros similares en el futuro.
Y quisiera dejar bien claro, que si las más de las veces se obra de ese modo, desde luego no es por mi culpa.
Junio de 2009
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 5 de junio de 2009

jueves, 21 de mayo de 2009

¿Quién sabe...

¿Quién sabe…
Ramón Serrano G.

El hombre es un animal. Sí, pero de costumbres, me dirá alguien enseguida, y también, que unos más y otros menos. De acuerdo, de acuerdo. Pero por eso, es cierto que debido a esas faltas esporádicas de racionalidad, cuando se nos trastoca el ejercicio de esas costumbres, también unos más y otros menos, hacemos cosas bastante raras. Mírese si no cada cual sus adentros y verá como algunas veces, muchas veces, se ha sorprendido a sí mismo, por ejemplo, elevando imprecaciones al averno porque estaba cerrado el kiosco donde tiene la costumbre de comprar la prensa a diario. En ese, o en cualquier otro nimio quebranto de nuestra rutina. Y una de esas anomalías es la que ha dado pie a este escrito.
Quienes habitualmente dormimos bien, las pasamos moradas si una noche, sin saber por qué, el insomnio se nos cuela en la cama y se acurruca en nuestra mente como fastidioso compañero. Antes, cuando me ocurría aquesto, y como lo de contar carneros no me dio nunca resultado, tras dar más de mil vueltas, solía agarrarme unos enfados monumentales y llegaba hasta a jurar en avéstico. Sin embargo ahora (el tiempo lo cambia todo) casi me alegro cuando esto me sucede en rara vez, ya que a esas horas y en esas condiciones, suele mi corta mollera pensar en cosas de las que habitualmente no se ocupa. Por otra parte, considero que esta actividad es casi lógica pues, al cambiar la situación, el horario, o el estado de ánimo, se altera el modo de actuar ante ellos. Pensemos cuál sería nuestro comportamiento si tuviésemos que bajar una escalera de espaldas, comer sopa con tenedor o limpiarnos los dientes con la izquierda sin ser zurdos. Posiblemente muy sorprendente, ya que estaríamos obrando de manera distinta a como lo hacemos habitualmente,
Y en esas raras vigilias a las que aludo, mi caletre puede adentrarse por los vericuetos más insospechados. Como no tengo cortapisas de tiempo, tema o extensión, me lanzo a la aventura de recorrer extraños caminos. En realidad, no tan extraños, ya que casi siempre, en esos episodios nocturnos, suelo enfocar mi personal coyuntura o la ajena, y si es esta, la de familiares, amigos, o acaso algún famoso. Y al adentrarme por cada una de esas veredas, me sumerjo de inmediato en los senderos del pasado, el presente y el futuro. Ya saben, en el pretérito, casi siempre una somera queja, un reconcomio. Aquello de: -Aquél día que fui y le dije, le debía hacer dicho esto y haber hecho esotro…- En lo actual, la duda omnipresente de qué actitud adoptar: -Creo que voy a esperar a que…Claro que si luego…- Y en lo advenidero, una insolente certeza para prevenir cuál será la mejor ejecución de nuestros planes y un inconsciente desprecio o ignorancia hacia las vicisitudes y avatares que puedan alterar el desarrollo de nuestras empresas para bien o para mal. – Cuando llegue ese momento, ya verás como yo…
Hace tiempo, hubo noches en las que quise entretenerme escuchando la radio. Y encontré en ella lo normal: tertulias, noticias, música, llamadas de oyentes, etc. Pero no. Aquello era para mí una monotonía y llegué a la conclusión de que prefiero el silencio. La relajante ausencia de ruidos que podemos disfrutar los que vivimos en sitios en los que todavía, a ciertas horas, el descanso no se ve alterado por molestos estruendos, algazaras y jollines. Sí, reconozco que me inclino a escuchar ese misterioso y sugerente silencio de la noche, y con él, saborear sones, murmullos, zalagardas, o ilusiones llegadas de no se sabe dónde
Y es entonces cuando me pongo a elucubrar y a jugar al juego del “Quién sabe”. Y para jugarlo, para disfrutar con él, pienso, aventuro, quimerizo, fantaseo o desvarío. Forjo actuaciones, tuerzo aventuras, trato de finalizar quimeras y me lanzo en busca de proezas que nunca llegaron ni llegarán a realizarse. Lo único malo de este entretenimiento es que siempre tiene un final agridulce, ya que algunas consecuencias no puedo siquiera llegar a imaginarlas. Pero les voy a enumerar algunas de estas entelequias, por si a alguno de ustedes, habiéndole sucedido lo que a mí, tuviese respuestas a preguntas que yo nunca he sabido contestar. Y es que digo yo:
-Quién sabe lo que hubiera ocurrido si Don Quijote hubiese limpiado este mundo de malandrines y follones. Si Schubert hubiese acabado la octava sinfonía. Si Romeo y Julieta hubiesen conseguido llevar la concordia a Montescos y Capuletos. Si la nariz de Cleopatra hubiera sido un centímetro más larga. O si un ruiseñor naciese mudo. Lo acaecido si César, pensando que la suerte no estaba echada, no hubiera cruzado el Rubicón. O si Neruda no hubiese podido escribir los versos más tristes aquella noche. Si Atila hubiese dejado que creciera la yerba tras el paso de su caballo. O adónde nos llevaría la impensable tragedia de que, en un indeseable año, pasásemos del invierno al estío sin que hubiese primavera.
- Y no para ahí la cosa, porque, a veces, además de esto, y para calmar mis sueños, sigo elucubrando con: ¿quién sabe si ...

Mayo 2009

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 22 de mayor de 2009

jueves, 7 de mayo de 2009

La viña

La viña
Ramón Serrano G.

Para los viñeros de Tomillares, sacrificados marineros de tierra adentro, con mi respeto y admiración.

Aquellos que conocen bien La Mancha saben que sus llanuras tienen un cierto parecido con la mar cuando esta está en calma. “…Con noches de mar sin mar, todo costa y todo cielo, casi para navegar” que cantara Juan Torres. Tan es así, que puede que no sea por casualidad que el museo de la Marina española esté asentado en las entrañas de esta parda tierra. Desde luego, lo que sí es seguro, es que los amaneceres manchegos son tan serenos y esplendorosos como los marítimos. Sobre todo en primavera.
Para deleitarnos con uno de ellos, y aunque las mañanitas de abril son muy dulces de dormir, y las de mayo, no tienen cabo, madrugamos y habíamos iniciado nuestra salida, tan sólo unos momentos después de que el pez de sombra hubiese abierto el camino del alba. Y nada más empezar nuestra andadura pudimos comprobar el mágico espectáculo a las afueras de Tomillares. Luego, cuando ya llevábamos caminadas un par de leguas, vimos con agrado que un labriego estaba realizando sus labores en una viña lindera con el camino y nos fuimos hacia él por ver si nos socorría con un trago de agua. Los días de mayo, ya se sabe son muy calurosos, “…cuando los trigos encañan y están los campos en flor…”, y además, era ya casi cercano el mediodía. Cuando llegamos a la vera del labrador, se incorporó este secándose el sudor con su pañuelo de hierbas.
- Buenos días, le saludamos. Hoy ya aprieta bien el amigo de arriba.
- Dímelo a mí, contestó el hombre. Con mis años, este trabajo y la calorina que está empezando a caer, a poco si puedo resollar. Pero lo voy a dejar pronto. ¿Qué se le ofrece a este hombre?
- Pues que mi perro y yo vamos ya sedientos y le agradeceríamos que nos diese un poco de agua, si es que tiene.
- Claro que tengo, y claro que os doy, ¡faltaría más! Esperar un poco. Y llegándose a una cepa cercana, sacó de debajo de su todavía escaso pampanaje una hermosa cuba de madera, con sus duelas, sus flejes, su asa de cadena y su pitorro para beber al chorro. Se la ofreció a Luis, este la alzó, bebió de ella y luego se echó agua en el cuenco de la mano y me dio a beber a mí como siempre hacía.
- ¡Está fresca, y cómo se agradece!, dijo mi amigo. Y usted, ¿qué hace trabajando con este calor?
- Y si no trabajo, ¿qué hago?, respondió el otro. Yo no sé, ni he sabido nunca hacer otra cosa más que eso, trajinar. Así que con esto me entretengo y al paso cuido y arreglo mi viña, que, después de mi familia, es lo que más quiero en este mundo. Y no es por lo que me dé, que algo me deja, eso sí, sino porque me costó mucho trabajo el hacerme de ella y procuro tenerla siempre como un jaspe. Además que luego por las tardes ya tengo tiempo de leer mis libros de historia, que eso también me gusta.
- ¿Y en qué consiste esta faena que está haciendo?
- Ya lo ves, escardillando. Claro que tú dirás ¿y eso qué es? Pues para que lo sepas, escardillar es quitar algunos de los demasiados tallos que echa la planta, podríamos decir los malos, y eso le da fuerza a la cepa porque así tiene que criar diez sarmientos en vez de quince, no alimenta a tantos y a los que cría los saca más apañaos. Además favorece luego la poda del próximo año, ya que la planta está, digamos, más despejada.
- Hombre, yo no entiendo de viñas, pero esta ¿dará muchas uvas, no?
- Da…, ni muchas ni pocas, pero las suficientes para que me sienta satisfecho. Yo no soy un boca seca de esos que siempre se están quejando de su cosecha. Es natural que el hombre busque rendimientos a su esfuerzo, pero la felicidad no se la dará el conseguir, sino la tranquilidad de conciencia de saber que ha actuado bien y sin reservas de ningún tipo.
- Desde luego, siguió Luis, se la ve toda limpia y cuidada como pocas.
- Pobre del hombre que no tenga su viña, su tienda, su taller o su despacho como los chorros del oro. El puesto de trabajo ya sea propio o del amo, dice mucho de aquél que lo desempeña, ya que demuestra bastante como es su persona, y, por ello, debe ser de lo más sagrado para cada uno. Igual que los hijos, igual.
- ¿Que los hijos?, preguntó mi amigo un tanto extrañado.
- Sí, sí, que los hijos, continuó el otro. Mira te los voy a ir comparando con la viña. Cuando los consigues, que no todos tienen esa suerte, has de velar cuidadosamente día tras día, y a todas horas, para que nada moleste o perturbe su crecimiento. A unos les das medicinas y a otros abonos e insecticidas para librarlos de enfermedades y plagas. Desde pequeños tienes que ir encaminándolos para que aprendan a ser productivos y al irse haciendo grandes, hay que estar muy atentos para que no se tuerzan. Después, si lo logras, no veas cómo te sientes de orgulloso. Vas a la plaza, te juntas con los amigos y en el corro no hay nadie más orondo que tú. Luego hay a quienes les gusta hablar y presumir de ello y quienes no, pero a unos y a otros se les ve esponjaos y a gusto, tanto si llevan la procesión por dentro como si la sacan a la calle.
- Pero usted sabe que hay hijos buenos y malos.
- No, contestó con rapidez el hombre. Hijos, los hay buenos y menos buenos, porque los malos no existen. Pero a todos se les quiere por igual, porque a todos has dedicado por igual tus esfuerzos y en todos has puesto por igual tus ilusiones. Si el fin conseguido no es el mismo en cada uno de ellos, a ti te da lo mismo. ¡Hombre! si todo sale bien, pues mejor, pero lo que de veras te compensa es la tranquilidad de saber que no ahorraste nada, absolutamente nada, para que el cuajar de todos fuese parejo.
-Y a este respecto te voy a decir otra cosa más, que seguro no conoces. La viña que tenemos delante, como ves, está en desnivel y eso hace que no produzca por igual. Estas laderas son mejores que el calar, que es aquello alto de la loma, y eso es lo más calizo. Y también son más buenas que eso de ahí abajo, el someral, o sea, la parte del barranco, y que además está un poco fastidiadilla porque el año pasado se heló. Sin embargo, ¿tú ves que unas cepas estén mejor arregladas que otras?, o ¿piensas acaso que yo estoy más satisfecho con algunas en especial basándome en su rendimiento? No. Desde luego que no, que a estas cepas que tenemos delante, “hijas” de mi alma, las quiero a todas por igual, lo mismo que quiero por igual a todos mis hijos, y tanto me da que uno llegue a conde y otro sea porquero.
- ¿Le da lo mismo que uno triunfe y otro no?
- Lo que no me daría lo mismo es que uno, el que sea, me hubiera salido granuja, u holgazán, o borracho. Si me hubiera dado el humo de que alguno hubiese querido tirar por mal camino, ya habría tratado por todos los medios de cambiarlo, lo mismo que repongo una cepa si está loca o aceda. Pero si cada uno de ellos ha dado de sí, honradamente, todo lo que llevaba dentro, o al menos la mayor parte de ello, y los míos lo han hecho así afortunadamente, yo estoy muy ufano de ellos. Lo mismo que me ves muy campante de que este majuelo se vea tan hermoso. Y si luego hay más o menos uvas, pues más o menos cuartos que me dan en la Cooperativa. Pero al fin y al cabo eso ¡qué más me da! Yo, al año que viene, voy a procurar tenerla igual de apañá.
- Bueno, estamos muy a gusto con usted, pero nosotros ya nos vamos. Sin embargo, antes de irnos, mire usted lo que le digo, buen hombre. He andado por muchos sitios y he conocido a gentes de muchas clases y condición, pero he visto pocas personas con sentimientos tan nobles, tan arraigados como los suyos y con esa forma de pensar tan sensata y generosa. Que viva usted muchos años así, sirviendo de ejemplo a los que le rodean, y hasta otro día.
- Gracias, amigo, por tus palabras. Pero has de saber que como yo estamos muchos. Más de los que crees. Que tengáis buen camino tú y la compaña. Y beber otro trago, que os va a venir bien.
Y satisfechos en extremo por lo oído al viñero, Luis y yo bebimos de nuevo y echamos a andar en busca de un montecillo que se aciguataba a lo lejos, para, debajo de alguna carrasca, sentarnos a tomar un bocado y echarnos una siesta, hasta que refrescase un algo la tarde “mayera”.

Mayo de 2009
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 8 de mayo de 2009

jueves, 23 de abril de 2009

Consejos II

Consejos (II)
Ramón Serrano G.

“Cuando las canas de un viejo/ dan a la gente un consejo/ la gente respetuosa/ lo atiende siempre, a no ser/ que aconsejen otra cosa/ los ojos de una mujer”.- J. Mª. Pemán


Hace poco tiempo, en mi escrito titulado “La homilía” hablaba entre otras cosas de los mensajes, podríamos llamarles consejos, que yo quería transmitir a través de mis artículos. Y desde entonces, varias personas han vuelto a tener la amabilidad de comunicarme algún comentario al respecto de esas recomendaciones, algunas, es verdad, en cierto desacuerdo con ellas. Independientemente de esto, y ya que los gentiles pareceres de mis lectores me llevan siempre a reflexionar sobre lo escrito, me he puesto a rebinar sobre el tema.
Lo que observo, en primer lugar, es cómo este hábito de dar consejos viene de muy antiguo y es común en todos los países y culturas. Su uso es debido, sin duda, a la benevolencia humana y puede ser también que dado que antaño los jóvenes, carentes de experiencia y sin otros medios para el aprendizaje, se tenían que apoyar en la sabiduría de los ancianos los cuales, normalmente, ya habían pasado por trances similares a los que a los otros les tocaba ahora enfrentarse.
Ahora la gente vive más y más deprisa que antes, y mucho más relacionada. Hoy están muy de moda los correos electrónicos, los e-mails, palabreja que ya está acogida en el diccionario, y aunque los hay de todos los fines, estilos y gustos, muchos de ellos suelen venir cargados de avisos y advertencias. Reflexiones, casi todas, magníficamente presentadas y acompañadas de citas y paisajes apropiados e incitadores a realizar lo sugerido. Pero sea cual sea su apariencia o forma de realizarse, no dejan de ser, simple y llanamente, consejos.
Pero si echamos la vista atrás, dando un ligero repaso a lo que sobre los consejos se ha escrito, podremos encontrar opiniones y sentencias para todos los gustos. Así, y con una visión negativa sobre ellos, existe el dicho de: No me des consejos que me sé equivocar solo. O cuando Terencio asegura: Cuando estamos sanos, todos tenemos buenos consejos para los enfermos. Los hay de índole positiva como estos otros, aunque tengan diferente matiz entre ellos: Mejor un consejo, que no una habladuría, o aquel que afirma: Más vale una cabra que dé leche, que una vaca estéril. Pero no existen, o al menos eso creo, los que no se decantan hacia ningún lado, lo bueno o lo malo, ya que ello va en contra de su propia naturaleza.
Hay por otra parte, personas muy dadas a aleccionar y a advertir, como las hay que no se fían demasiado de las advertencias. Como haylos extro e introvertidos, serios o risueños. Pero esto no es bueno ni malo per se, y más, cuando normalmente suele ocurrir con estos asesoramientos lo siguiente: pedimos consejos casi siempre queriendo escuchar, no ya aquello que nos conviene, sino lo que nos interesa. La mayoría de las veces lo hacemos tarde, a toro pasado, y es de nuevo Terencio quien nos recuerda: Si tienes que dar un consejo a tiempo, darás pocos. Tampoco lo hacemos con la intención fija de seguirlos (véase la cita del principio) sabiendo de antemano que no los hemos de seguir si no se acomodan a nuestras circunstancias. Y por último, y por no extenderme en demasía, o no los valoramos justamente debido a su gratuidad, o no sabemos llevarlos a la práctica. Lope de Vega nos dijo aquello de: No hay cosa más fácil que dar consejos, ni más difícil que saberlos tomar.
Todo esto en cuanto a la solicitud, pero en lo referente a la donación, diré tan sólo dos cosas: que estos adoctrinamientos, que normalmente se basan en la experiencia, la sabiduría y la buena voluntad del dispensador, no suelen encontrar muchas veces, demasiadas veces, epígonos que los sigan, y cada quien suele olvidar casi enseguida lo oído y actúa según su propio albedrío. Eso tan sabido de que nadie escarmienta en cabeza ajena. Y puede que también sea porque piensan que los viejos damos buenos consejos, tal vez porque no podemos dar malos ejemplos.
Pero para mí, y esto es lo mejor de cuanto vengo a escribir hoy, los mejores consejos que escuché en mi vida son los que oí decir a nuestro señor Don Quijote al buen Sancho. Empezando por aquel de: “Haz gala Sancho de la humildad de tu linaje y no te desprecies de decir que vienes de labradores”. Y continuando por aquellos de: “Sábete, Sancho, que….

Abril 2009
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 24 de abril de 2009