jueves, 20 de junio de 2013

Pour toujours

-Madeleine, somos nosotros -le grité al entrar-. Ya hemos regresado. Fui derecha a ver a los niños, y al encontrarlos durmiendo, pasé al cuarto de estar, y allí estaba ella, con un libro en las manos, como siempre. -Hija, no me explico cómo te puedes pasar las horas dejándote la vista y el cerebro en esos mamotretos. ¿Por qué no te distraes viendo la televisión como hace todo el mundo? Mira, nos hemos tenido que venir de la cena porque a Marcel se le ha presentado una jaqueca horrorosa. Se tomará un calmante y se meterá en la cama. No son más que las once y algo, así que, en vez de irte a casa, podrías pasarte ahora por La Bastille y compartir una copa con algún amigo que, de seguro, habrá por allí. Pero soy una idiota diciéndote nada, puesto que jamás me haces caso en estas cosas. Bueno, ni en estas, ni en muchas otras. Pareciera que por ser tu hermana menor no pudiese darte buenos consejos. Madeleine continuó leyendo sin hacerme caso visiblemente. -Por lo menos podías hacer como que me estás escuchando, aunque no lo hagas, ni te importe un bledo lo que te estoy diciendo. Sí, ya sé que te repito lo mismo una y mil veces, pero es que creo que así cumplo debidamente con mi obligación fraternal. No se puede, aunque tú lo hagas constantemente, dedicar y hacer que todos y cada uno de los días de tu vida discurran de casa al trabajo y de este a casa, y luego no salir apenas de ella. -Recuerdo que antes de sucederte lo de Antoine, y de esto hace ya dos largos años, eras una mujer normal y corriente. Incluso antes de conocerle, eras una mujer alegre, radiante, con ganas de vivir. Y sí, ya sé, puesto que es un tema que tenemos demasiado trillado, que te hizo muchísimo daño su abandono, no ya por el alejamiento en sí, sino por el modo tan burdo en que lo llevó a cabo. En realidad, y perdóname que repase otra vez lo sucedido, es por todos reconocido que su actitud fue totalmente incomprensible y, desde luego, perniciosa para ti. Su proceder no fue correcto, ni elegante, ni consecuente, aunque mirándolo bien, lógico tal vez si lo fuera, pues puede que actuase en congruencia con su modo de ver las distintas formas de unión que puede haber entre dos personas o, si prefieres, el modo de enfocar y sentir el amor. -Porque, vamos a ver. A pesar de todo, y aunque nos duela el reconocerlo, quizás él esté libre de culpa, si no en la forma, sí en el fondo. Porque hay que dar por válidas dos opciones, a saber: que él tuviese una manera distinta a la tuya, o a la de mucha gente, de lo que constituye una relación y su desarrollo, funcionamiento, duración. Sabemos que no hay para el amor razones y sí que las puede haber para el cariño. Y eso fue lo que te tuvo. Tal vez luego, con el paso del tiempo, descubriese en ti defectos o minoración de las virtudes que le llevaron a sentirse complacido con vuestra unión. Pero fuera cual fuese el motivo que le llevó a separarse de de ti, no te obliga, en absoluto, a mantener esa compunción en la que te sumiste. Antes bien, y aunque pueda parecerte en un principio que lo que te voy a decir es algo ilógico o incoherente, si lo analizas tout doucement, comprenderás de inmediato que tu actitud debería ser completamente distinta. Deberías estar exultante, feliz y, sobre todo, satisfecha. Sí, de veras. Y me explico: -Cuando los seres humanos rompen una relación, de la clase que sea, se dedican mayormente a resaltar los motivos, aparentes o reales, por los que la otra parte dejó de cumplir lo prometido, cuando, en realidad, lo que deberían analizar, y con detenimiento, es el savoir-faire propio. Ver racionalmente si se ha sabido cumplir con las expectativas ofrecidas, dejando a un lado si el otro las ha ejecutado y mantenido las suyas, o no. Y en ese aspecto yo sé, todos lo sabemos, que tú fuiste estrictamente fiel a tus promesas. Que diste de ti cuanto tenías dentro, y que fue mucho más de lo que te pedía, y aun de lo que esperaba. Y si todo eso, con ser mucho, no fue lo suficiente, o lo bastante, para evitar el alejamiento, es cosa que no debe apenarte en la manera en que lo está haciendo. -Para que veas que llevo razón en lo que digo te voy a proponer que plantees la cuestión de otra manera. ¿Cómo estaría tu alma si hubieses sido tú la que, por cualquier motivo, hubieses dejado de depositar en Antoine el amor que le diste en un principio? Si hubieses observado que no tenía todas las virtudes que creíste poseía; que hubieras descubierto en él algún defecto o vicio; o que simplemente, tras conocerle, encontraste a otro hombre que te dejó mejores sensaciones. Si algo de esto, o cualquier otra cosa similar, hubiera acaecido, ¿estarías hoy tranquila, feliz, satisfecha? No. Tú, yo y cualquiera que te conozca sabemos de sobra que no sería ese tu estado. Que entonces te hallarías mucho peor de cómo lo estás ahora, con la diferencia notable de que tendrías motivos para encontrarte así. -Por eso, no olvides nunca que el amor, y tú estás bien enterada de ello, consiste en entregar y no en recibir. Ni en ofrecerlo con estas o aquellas condiciones. Y tampoco en darlo durante un rato, o unos meses, o unos años. Sino para siempre y sin exigir nada a cambio. Pour toujours et sans rien demander en retour. - Y déjame que te cite, finalmente, a un magnífico autor español, el gran Lope de Vega, que dijo: “…dar la vida y el alma a un desengaño. ¡Esto es amor! quien lo probó, lo sabe”. Ramón Serrano G. Junio 2013