viernes, 5 de diciembre de 2014

El señor Pérez

En el despacho del director general, don Ezequiel Gómez del Paular se percibía un ambiente tenso, dramático. Al acto sólo habían acudido el titular, que ocupaba su sillón, y sentados ante la mesa, el señor Ridruejo, jefe del área de personal, con cara de circunstancias, y el señor Pérez, serio, muy serio, sabedor de que no había sido convocado allí para nada bueno. Por la mente de este último desfilaron en un instante la gran cantidad de veces que había ocupado ese mismo lugar con anterioridad, pero en todas esas ocasiones precedentes fue para recibir agradecimientos y enhorabuenas por las mil actuaciones suyas en las que la empresa, pionera en Europa entre las del ramo, le felicitaba, ya que, a consecuencia de ellas, se habían obtenido pingues beneficios. Pero esos eran otros tiempos. Hoy el ambiente era otro. Tomó la palabra el director general para decir: -Señor Pérez, puede creerme si le digo que. por ninguna causa, me hubiese agradado haberle citado aquí hoy por el motivo por el que lo hago. Pero en la vida hay ocasiones en las que se ve uno obligado a dar pasos que son necesarios, aunque muy amargos. En fin, usted conoce los motivos que nos han llevado a tomar la decisión de despedirle de esta empresa, a la que ha estado siempre tan vinculado y en la que ha sido muy apreciado por todos. Y como no quiero hacer muy extenso este penoso, pero obligatorio, trance, paso a decirle que queda despedido. Le ruego acompañe al señor Ridruejo, que le dará la carta de despido y el correspondiente finiquito con su indemnización. Ahora, tan sólo me queda desearle lo mejor para su futuro. - - - - - - - Tres días después, a las 10 horas o`clock, los señores Gómez del Paular y Ridruejo, se hallaban ente el despacho de don Alfonso Racionero Estévez, presidente y dueño de la empresa. Treinta segundos más tarde, la secretaria les abrió la puerta del mismo rogándoles que pasaran. Así lo hicieron, y tras los oportunos saludos -de rigor por parte del receptor, y protocolario y casi reverencial de los visitantes-, aquél pidió el relato de lo sucedido. Cumplió con el ruego el director y acabada su intervención: -¿Y cómo tomó el hombre nuestra decisión?, preguntó el presidente. -Con sumisión, en un silencio sepulcral, y que con un dolor enorme según me pareció percibir. -¿Ustedes creen que hemos obrado correctamente?, inquirió de nuevo aquél. -Nosotros pensamos que sí, repuso el otro buscando con la mirada la corroboración del jefe de personal, quien asintió bajando la cabeza. -Pues yo estoy cada vez más convencido de que no ha sido de esa manera. No teníamos suficientes fundamentos para hacerlo. -Pero sí sabemos, intervino el señor Ridruejo, que cometió faltas tan graves como el trabajar durante varios meses con una abulia impensable, y que además mantuvo contactos con la competencia. -Seamos francos, le interrumpió Racionero. Fue esa competencia a la que usted alude, la que, conocedora de las muchas virtudes y del buen hacer del señor Pérez, le convocó para tratar de conseguir sus servicios. Él, obrando correctamente, acudió a la cita que le dieron, pero denegó la petición que le proponían, la cual, dicho sea de paso, le concedía una remuneración bastante superior a la que nosotros le dábamos. -Por otra parte, prosiguió diciendo el presidente, todos sabemos que, durante una buena temporada, su rendimiento laboral no ha sido el habitual. Pero es que conocen ustedes a alguien que durante todos los días de su vida laboral rinda al cien por cien. No voy a referirme a las conocidas ausencias, digamos justificadas en mayor o menor medida, que tienen ustedes dos. Pero sí he de confesar que son muchas las jornadas que yo antepongo el yate al despacho, y no hablemos de que bastantes mañanas, y tardes, me dedico a evitar bogies y conseguir birdies, en vez de estar revisando proyectos y estudiando posibles inversiones. ¿Y qué ocurre, que yo como soy el jefe puedo tener fallos y el currante no? -De cualquier forma, y si me lo permite señor presidente, sigo creyendo que ha faltado a las promesas que nos hizo cuando le contratamos, intervino Gómez del Paular. -¡Claro!, mi querido señor director general. Ya le digo que los trabajadores son los que siempre faltan a sus compromisos laborales. Pero ¿y nosotros? ¿Hemos sido fieles a la promesa que le hicimos al señor Pérez de que siempre tendría asegurado un puesto de trabajo, si actuaba de acuerdo con sus posibilidades? No amigos, no. Hablemos claro. Ese despido se ha efectuado por causas normales si se quiere, pero vergonzosas. En primer lugar porque nuestro hombre tuvo un bajón en su productividad y no nos preocupamos ni de averiguar las causas, ni, por supuesto, de ayudarle para que se recuperara. Y en segundo, porque nuestra verdadera razón para despedirle ha sido un “aviso a navegantes” para todos sus compañeros. No se le ocurra a nadie ponerse al habla con cualquier empresa, porque, si nos enteramos, estará despedido al día siguiente. -Sí, comentó Gómez del Paular. Sí lleva muchísima razón en lo que está diciendo, pero convendrá conmigo en que, hoy en día, nadie obra como usted lo va a hacer. -Y a mí qué más me da que sea así. Por regla general, cuanto más alto se está en la escala social, más comprensión se pide para nuestras faltas y menos tolerancia se suele tener con las ajenas. Pero esta vez no ocurrirá de este modo. Esta vez quiero reparar esa injusticia equiparando a ambas partes, pues si él obró mal o no actuó todo lo bien que debiera, nosotros le hemos hecho pésimamente. Y no debe quedar de esa manera. Así que, señor Ridruejo, le ruego se ponga en contacto de inmediato con el señor Pérez. Háblele en mi nombre, pídale disculpas por el desafortunado despido, y, si no ha sido contratado ya por otra empresa, cosa que me temo, concierte lo antes posible una cita conmigo, bien en su casa, aquí, o en el lugar que elija, y hágale el ofrecimiento por mi parte de un nuevo contrato por tiempo indefinido, y con condiciones muy mejoradas para él. Cuando haya concretado esa reunión, me da fecha, hora y lugar de la misma. ¡Ah! Me acompañará usted a ella con todos los papeles debidamente preparados. Dentro de una hora recibirá en su despacho las condiciones que ha de especificar en el contrato. Buenos días señores. Ramón Serrano G. Diciembre 2014

jueves, 4 de diciembre de 2014