jueves, 1 de octubre de 2009

Y otros muchos

Y otros muchos
Ramón Serrano G.

Está claro que los hombres no obramos siempre con la ecuanimidad que debiéramos. Y yo, en mi modestia, me acuso de haber pecado de injusticia por no haber sacado antes a la luz estas líneas que hoy escribo, siendo consciente de que lo debería haber hecho tiempo ha. Vaya, entonces, por delante mi sentida confesión de la culpa y mi contrición.
Pero voy a mi relato. En muchas ciudades se pueden ver afortunadamente estatuas, obeliscos, arcos o padrones, levantados en honor de héroes, prohombres, científicos y artistas, que llevaron a cabo actos, hicieron descubrimientos o crearon obras, siendo dignos todos ellos del recordamiento y la gratitud de los que les sobrevivieron, y/o de sus paisanos, ya que bastantes de estos monumentos se hallan en el lugar natal del homenajeado. Innecesario citar ejemplos ya que son bastantes, están en muchos lugares y son, la mayoría, sobradamente conocidos.
Hay sitios en los que, con igual merecimiento, se han implantado estatuas no dedicadas a nadie en particular sino a algún oficio, y ubicadas allí, porque en esos lugares ese trabajo representado está, o ha estado, muy generalizado. Como muestra de lo dicho, citaré la del “Cenachero” en la plaza de la Marina en Málaga, la del vendedor de navajas en la Plaza del Altozano de Albacete, la de “A palilleira” en Camariñas, o la del ferroviario en Alcázar de San Juan, frente a la estación de Renfe.
Y digo que están muy bien esos testimonios de reconocimiento a los llamados grandes o famosos, pero es una pena que no pensemos en que, por igual, se debería rendir público testimonio de homenaje a aquellos que no lo fueron, ya que aparentemente no hicieron nada extraordinario, nada prodigioso. Pero la verdad es que sí realizaron algo que los hacía sobresalir y ser distintos a los demás. Supieron VIVIR, así con mayúsculas, y supieron también hacer VIVIR, así con mayúsculas, a todos sus convecinos. Y al hablar de vivir me estoy refiriendo a la mejor de las acepciones que este verbo pueda tener. Sabían cumplir fiel, callada, alegre y honrosamente con su labor cotidiana, con sus deberes laborales y con sus compromisos sociales. Quizás parecerá poco, pero era mucho su saber.
Y este adimplemento lo llevaban a cabo de forma alegre, sin aspavientos ni alharacas, y nos lo contagiaban a los demás, consiguiendo que todos nos sintiéramos complacidos de tratarlos y de tenernos como amigos suyos. Dejaban entrever su comportamiento con una forma de ser del individuo mucho más moral, más humana, más extrovertida que la idiosincrasia del hombre común. Era el suyo un proceder que venía a desembocar en hermosa herencia ya que muerto su cuerpo, sus ideas y sus maneras, su alma en suma, ese espíritu que se habían ido construyendo a sí mismos, eran para nosotros un muy buen patrón a seguir.
Desgraciadamente, esa raza ya está casi perdida. Hoy los individuos estamos clonados peyorativamente por el trabajo, las prisas, las ambiciones y las necesidades, y no ya por las obligatorias, sino por las auto-impuestas para poder conseguir esto, aquello o esotro, que en el fondo ni necesitamos ni nos proporciona paz o felicidad, pero que como lo tiene el vecino, el hermano o el compañero, hemos de tenerlo nosotros también. Y así, nuestro actuar monótono, acre, cariacedo, casi álalo y demasiado propenso al improperio o al exabrupto.
Y porque ya no solemos encontrar seres como aquellos, siguen estando en mi memoria personajes como el “Pipiso” o Carlines, de Argamasilla de Alba. “Pichi”, Pedro Carrasco o Teocles, de Socuéllamos. Maturras o Reve, de Villahermosa. A estos la mayoría de ustedes no les conocieron, pero para que se hagan una idea, eran de la misma forma de ser que estos que les voy a relacionar ahora y de los que sí se acuerdan, y muy bien, los que frisan mis años.
Me parece estar viendo a los “Guadinas” en su taller de zapatería en la calle Carboneros. Eran Samuel, el mayor, Octavio, el alma del negocio y Francisco, el más joven. Este, con un humor envidiable, capaz de hacer reír al lucero del alba. Y los tres del Atlethic de Bilbao. O a Tomás Blanco, el sastre, un hombre bueno hasta dejárselo de sobra. “Juaninas” el trapero, que solía aparecer para delicia de la chiquillería con su carro entoldado cargado de “tesoros” y se “dejaba engañar” dándonos a cambio de una pellica de conejo o de unas viejas alpargatas, una flauta o un trompo. Jesús Sánchez, el panadero de la calle Toledo, afable y socarrón, y al que nombrábamos como Don Jesús de Boca de Fragua. Federico, el de la Elodia, que trabajaba veinticinco horas al día, y en las tórridas siestas veraniegas se recorría el pueblo para que los muchachos le comprásemos algún polo, que los chiquillos de entonces no teníamos para helados. Lucio “Chaqueta”, agente de ventas vinateras, siempre con su magnífica bicicleta y su enorme boina, ocurrente, de perenne buen humor y amigo de todo el mundo. O Pura “la Torrera”, recadera de profesión, la cual, pese a ser analfabeta, iba y venía todas las semanas a Madrid, llevando y trayendo sobres con noticias o dinero, ropa, alimentos y encargos, a estudiantes, soldados y otros vecinos.
Personas todas ellas de muy grata memoria, que sin tener títulos, grados u honores, tan sólo dedicándose a llevar a cabo su faena, se ganaban el reconocimiento y el afecto de las gentes. Por ello, aunque tarde, vengo ahora a proclamar su florón y su buena imagen, cosa que, por otra parte, hago de buen grado, pues reconocer los méritos ajenos es algo que satisface enormemente. Por ello, ya que no poseo atribuciones para instalar la escultura de cada uno de ellos en la esquina de sus respectivas calles, sí quiero que estas líneas sean un canto a la memoria de esos PERSONAJES que no hacían nada, tan sólo dejar que saliera a flote su auténtica personalidad, y aunque sin saber de poesía, hacían lo que el poeta, confiar sus secretos al viento, este se lo transmitía a los árboles, que luego nos lo comunicaban a nosotros, lo que bastaba para tenernos encandilados.
Qué suerte, que en estos pueblos sencillos, estos pueblos de esta España mía, de esta España nuestra, a falta de famosos y “superhombres”, tuviésemos a estos magníficos personajes que lograban que la vida nos fuese: ¿placentera? No lo sé. ¿Feliz? Tampoco estoy seguro. Pero sí humana, tranquila y llevadera. Por eso quiero que sepas, querido lector, que estas líneas que estás leyendo no están escritas con tinta y papel, sino con piedra, bronce y mármol, puesto que esos son los elementos con los que habrá de estar confeccionado el monumento que quiero hacerles a todos esos a los que me he referido anteriormente. A ellos Y A OTROS MUCHOS que también lo merecieron, aunque sus nombres no estén aquí expresados por mi ignorancia o mi torpeza.

Octubre 2009

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 2 de octubre de 2009