jueves, 17 de septiembre de 2009

Sabiduría

Sabiduría
Ramón Serrano G.

Quisiera decir, haciendo caso a Aristóteles, que aunque sé que no llegaré nunca a ser sabio, todas estas reflexiones que expongo no son más que eso, cavilaciones, dudas, ya que sé también que sólo quien es ignorante afirma, y no me tengo como tal, pidiendo perdón por la inmodestia. Y sacado el tema, me pregunto: ¿pero qué es la sabiduría? El diccionario la define como un alto grado de conocimientos en ciencias, artes, letras, etc., aunque bien sabemos que inalcanzables en su totalidad. Pero fijémonos en que no se dice saber concretamente esto o aquello, o tanto ni cuanto. Algo parecido a lo que ocurre con la felicidad. Sobre esta, aclara que es la situación de aquel para quien las circunstancias de la vida son como él las desea. Tampoco habla de que necesariamente ha de cumplirse tal o cual condición. O sea que ambas, sapiencia y placidez, pueden ser completas o parciales, y desde luego son totalmente subjetivas, distintas para cada hombre, dependiendo de épocas, sitios, edades u otras situaciones. Al igual que es diferente la importancia que cada quien le da a poseerlas, o no.
Pero vayamos a esto de la sabiduría. Primeramente hemos de diferenciarla de la instrucción, o sea, de la adquisición de conocimientos prácticos que nos servirán para un mejor desempeño de nuestro trabajo o la consecución de un puesto en la sociedad social. Podríamos apuntar que antes sabía quien quería y hoy se sabe casi sin querer, debido a la profusión de elementos medíáticos, aunque eso no sea saber sino tener cierto conocimiento de algo. Y confundir una cosa con otra sería una estolidez.
Admitiendo luego que la mayor desgracia para un hombre es la ignorancia, hemos de ver que hay diversas clases de sabiduría y, además distintos intereses por conseguirla. Hace tiempo leí que un fraile franciscano del siglo XVI, tras ponderar el deseo de aprender, tiene dicho que querer saber tan sólo por saber, es curiosidad; hacerlo por ser conocido, vanidad; si es por adquirir honores y riquezas, torpe ganancia; pero gran virtud si es para edificar y educar al prójimo. O sea, una expresión completamente antónima a aquella latina de: do ut des.
Y así, yo entiendo que es sabio, no sólo quien mucho sabe, sino quien conoce y practica la hermosa ciencia de saber convivir con sus vecinos, dándoles continuo ejemplo de buen hacer y bien comportarse. A esto es a lo que yo llamo saber vivir. Esto, el obrar durante toda nuestra existencia de acuerdo con la moralidad y las buenas costumbres, es lo que llevará al hombre a poder decir que, habiendo vivido bien, ha salvado su periplo vital. Y que lo ha hecho porque ha tenido la suficiente sabiduría para lograrlo. Recordemos lo escrito: En esta vida emprestada / el bien vivir es la clave / aquél que se salva sabe / y el que no, no sabe nada. Podría para algunos existir la incógnita de qué significado le podemos dar a salvarse. Para mí ya queda dicho. Otros pueden conferirle un sentido religioso o de cualquier otra entidad. Para ellos mis respetos, como para todos los que tienen unas opiniones o creencias que no son las mías.
Quiero decir entonces que es de sabios buscar a quien lo es más, escucharle y aprender de viva voz sus enseñanzas. Hoy quizás lo tengamos más difícil que antaño. Ahora, con tanto ajetreo, tantas prisas por ganar dinero, tantas actividades sociales y tanta, y tan nociva, televisión, apenas si hay diálogo entre las personas. Y a mí, tal vez porque me gusta mucho hablar, me complace oír las cosas claras y dichas de vis a vis. Pienso que el hombre es fundamentalmente un ser sociable y parece ser que cuando oye de viva voz las cosas las asimila mejor pues las palabras están henchidas de espontaneidad y de sentimientos sinceros. Se me antoja que estas son más verdad, son más sentidas, al no estar deformadas por tendencias insidiosas conductoras a metas que favorecen tan sólo a los que las proponen.
Demostrado está que libros, caminos y días, otorgan sabiduría. Pensemos entonces que la mejor de las rutas para adquirir sapiencia no es tratar de encontrar lo excelso o lo maravilloso, que está bien, sino el buscar y dar con el hombre justo; el experto curtido en cien contiendas; el amigo fiel; aquél a quien los días duran mucho sabiéndoles sacar partido, el que conoce cuál es el mejor camino a seguir y qué paso debe darse; el que trata con humildad de hacer felices a los demás o al menos que no sean desventurados; el que no expondrá su saber por vanagloria o interés, sino por uno de las más nobles deseos que el hombre puede atesorar, y que no es otro que el de la enseñanza. El que querrá ilustrarnos llana y apaciblemente, compartiendo con los demás lo conocido por él.
Alguien tan esciente como Pasteur afirmó que hay más filosofía y más sabiduría en una botella de buen vino que en todos los libros. Los ingleses dirían ante una taza de té, pero ya sabemos cómo son los ingleses. Yo, desde luego, prefiero el vino.

Setiembre 2009

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 18 de setiembre de 2009