jueves, 15 de octubre de 2009

el miedo

El miedo
Ramón Serrano G.
“Sancho, el miedo te hace que no veas ni oigas a derechas, porque uno de les efectos del miedo es perturbar los sentidos”. Don Quijote.- Parte I.- Capítulo XVIII.

Aquella tarde, en nuestra andadura, Luis y yo, nos habíamos quedado demasiado tiempo extasiados ante los distintos y hermosos colores que mostraban los árboles en la otoñada y algún que otro rato oyendo el canto aflautado de una oropéndola, cosa un tanto inusual en estas fechas, por lo que la noche vino a echársenos encima sin que nos diéramos cuenta. De cualquier forma vimos las luces del pueblo no muy lejanas y apretamos un poco el paso para, aunque nadie nos estuviese esperando, no llegar demasiado tarde. Y cuando ya casi adivinábamos, más que veíamos, el camino, se me ocurrió decirle:
- Oye Luis, pese a que poco o nada nos puedan hacer o quitar, a ti no te da miedo andar a estas horas por estos parajes tan solitarios.
- Pero tú Luca, ¿sabes lo que es el miedo? -me contestó-. Creo que no. Pero para que lo comprendas un poco te voy a contar una historia que me ocurrió cuando niño. Por aquellos entonces mi padre cambió nuestro domicilio a otra ciudad, y en aquella a la que llegamos me hice pronto amigo de los chicos del barrio, los cuales, entre otras muchas cosas, me hablaron enseguida del maestro que me encontraría en cuanto fuese a la escuela. “Tiene un genio irascible, es exigente en extremo y severo e inclemente en sus castigos” -me decían- y yo adivinaba en sus palabras y sus gestos un verdadero temor al profesor. Y mientras los demás le temían, yo estudié cuanto pude, aprendí luego, y llegué a descubrir después su verdadera forma de ser. Mis compañeros estaban completamente equivocados. El maestro era estricto en el cumplimiento de sus obligaciones docentes y le irritaba que los muchachos perdiésemos el tiempo tontamente. Pero no había que tenerle miedo porque no era malo. De hecho no podía ser malo, pues está demostrado que los maestros, como las madres, sólo hay uno malo entre cien millones.
- Sin embargo, continuó, está claro que el miedo existe y que hay muchas clases de miedo. Hay un miedo lógico, como el que padece el hombre que está solo en una barquichuela en el mar en medio de una gran tormenta. Ahí sí aparece el miedo justificado, ya que lo contrario sería algo tan temerario como irreflexivo. Está luego el inane, que es este que tú has apuntado, porque ¿quién nos va a atacar y para qué? Es el mismo que sufre aquél que teme fracasar en su actuación ante un determinado evento, teniendo dotes y sabiduría para salir airoso.
- Pues quizás sea por esa variedad, le dije, o por aquello que tiene de cierto atractivo aunque este sea morboso, a mí, en verdad, me parece muy atrayente este tema que ha salido hoy a relucir. Tú bien sabes que del miedo han hablado muchas y muy sesudas gentes, y a lo largo de todos los tiempos. Por ejemplo de él, decía Sancho: el miedo tiene muchos ojos y ve las cosas debajo de la tierra, cuanto más encima del cielo. Sabes también que se tiene dicho que hay gentes que ganan un dinero y luego les atosiga el miedo a perderlo. Y habrás oído que el instinto social de los hombres no se basa en el amor a los demás sino en el miedo a la soledad.
- He oído y he leído muchas cosas y sucesos acerca del miedo, amigo Luca. Pero te digo que según mi pobre criterio este sentimiento no debería existir. En suma no es sino una situación afectiva en la que una persona ve ante sí un peligro o un padecimiento y teme a los daños físicos o anímicos, que puedan sobrevenirle por su causa. Y la mayoría de las veces, en esos momentos, la persona no obra convenientemente.
- ¿Por qué?, le pregunté.
- Porque en las más de las ocasiones, se acobarda, y se esconde o huye, cuando lo que debería hacer es estudiar a fondo ese peligro, conocer su causa y su esencia, y tratarlo debidamente. Así, si es eluctable, debe anularlo, y si fuese infranqueable debe tener la arrogancia y la altivez de saber soportarlo con tósigo, pero sin miedo. Llevas razón al decir que muchos viven medrosos de perder lo ya conseguido, sobre todo si ello tiene cierta importancia. Pero si lo pensaran bien no estarían así, sabedores de que quien ha sido capaz de conseguir algo una vez, puede hacerlo de nuevo cuando de nuevo lo intente.
- Entonces, le dije, ¿sólo tienen miedo los cobardes?
- No, repuso de inmediato. Los valientes lo sufren igualmente, pero su mérito está en que saben sobreponerse a él. Esto ya lo afirmaba Shantideva, un sabio hindú del siglo VIII de nuestra era, al decir que no es posible controlar todas las circunstancias que te rodean y que pueden tener influencia sobre ti. Porque, si controlas tu mente, ¿qué necesidad tienes de controlar todo lo demás?
-Pues habré de creer que a lo único que hay que temer es a la muerte.
- Ni mucho menos, me cortó mi amigo. A esa menos que a nadie. Si acaso hemos de temer a algo, será a lo desconocido. Pero nada es más seguro que la llegada de la guadañadora. Así pues, espérala tranquilo. Y para ello, lo mejor es un buen comportamiento en todos los aspectos: trabajar sin desmayo, pero sin codicia, que avidez sólo se debe tener por la cultura. Holgar, cuando se tercie. Fomentar la amistad, siempre. Con eso y con algún que otro consejillo más que podría darte, no te importará en absoluto su venida, tanto si eres creyente, como si no. Porque si lo eres, con ella te irás al empíreo, y si no lo eres, con su abrazo dejarás para siempre los padecimientos de este valle de lágrimas. No. No tengas miedo a la muerte ni a nada si obras siempre con honradez y derechura.
Octubre 2009
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 16 de octubre de 2009