jueves, 12 de marzo de 2015

Ir y volver

- Por lo que te tengo oído en el mucho tiempo que llevamos juntos, creo adivinar Luis, que conoces toda España. Entonces, si alguien te pidiera que le recomendases la visita a algún lugar, ¿cuál o cuáles, elegirías? - Difícil me lo pones, Luca, ya que hay tantos y tantos, que no sabría escoger algunos sin que esto supusiera detrimento para otros. Tan es así, que acabaría por no tomar partido. Tenemos la inmensa fortuna de vivir en un país colmado de bellezas geográficas de todo tipo. Y ¿qué escoges? si aquí hay de todo: sol, playas, montañas, nieve, ríos, valles. Al igual poseemos una riqueza arquitectónica verdaderamente fantástica, tanto antigua como moderna, y, a la par, tanto religiosa como civil. Y por qué no hablar de nuestra gastronomía, de una variedad y exquisitez casi únicas. -Por otra parte, tendría que saber asimismo las preferencias o el interés concreto de quien me preguntara. Porque no todos los gustos son iguales, ni debemos valorarlos subjetivamente, aunque ese es un acto tan absurdo como generalizado. Hay a quien le agrada la playa y a otros las alturas; a unos lo rural, lo bucólico, y a otros, más urbícolas, la albórbola y el tráfago. Pero lo malo no es eso. Lo malo es que la mayoría no dice: a mí me gusta esto más que aquello, sino que suele laudar lo que a él le place y, si no denostar, sí menospreciar lo que no es de su preferencia. Pensemos igualmente en otras circunstancias intrínsecas del viajero, como son la distancia, el tiempo, e incluso, el costo económico del destino. Así Z iría de buena gana a AAA, pero está demasiado lejos. X lo haría a BBB, pero aquello es demasiado frío para su salud. W se estaría unos días en CCC, pero esa es una zona muy cara. Y hay que valorar también el interés estrictamente personal por algún motivo justificado. Un ejemplo: DDD es lugar precioso, pero lo es más para V, ya que allí se casaron sus padres, o nacieron sus abuelos. - Pero sí quiero añadir un matiz a esto de la belleza de los lugares. Y es algo en lo que no piensan los más, pero que es trascendente para la visita a un determinado sitio, independientemente del atractivo de sus paisajes, la benignidad de su climatología, o la grandiosidad de sus monumentos. Me estoy refiriendo al trato que los lugareños dan a aquellos que los visitan. Porque has de saber, Luca, que los lugares, como las personas y como las cosas, no son lo que son por ellos solos, o sea, por su eseidad, sino por un cúmulo de circunstancias que hay en su derredor. Unas banales, pero otras tan sustanciales, que condicionan, e incluso, alteran su mesmedad. Ya sabes, aquella frase del gran Ortega y Gasset que hemos comentado varias veces: Yo soy yo y mis circunstancias. - Porque a los lugares les ocurre, que aquello que les da una gran y auténtica magnitud, no es tan sólo que se quiera ir a ellos. Lo que los hace destacar, verdaderamente, es que se quiera volver. Les pasa como a otras muchas cosas, que primero acudes a ellas por simple curiosidad, y una vez probadas, si repites, es porque han sido de tu agrado. La gente hoy en día, con el turismo, las mejoras sociales, etc., ha postergado el sedentarismo y se lanza a calmar su necesidad de conocimientos geográficos, hasta el punto de que vayas donde vayas, aunque sea al último rincón, siempre encontrarás allí a alguien que, al igual que tú, ha sentido la necesidad de conocer algo que no había visto antes, o de repetir lo ya apreciado. - Pero se debe tener siempre presente lo que acabo de decirte. Lo potísimo en esto de acudir a los pueblos y rincones, es el volver , que no ya el ir. Porque la ida puede hacerse por varias razones: deseo de ver y saber; simple fisgoneo; un cierto modo de pasar unos días, o incluso la boba presunción de haber viajado mucho. Mas el regreso y, sobre todo, si es reiterado, es porque en aquel punto te han tratado bien, te has sentido a gusto. Quiero que sepas que una ciudad, La Coruña, a la que yo quiero muchísimo, adoptó como eslogan publicitario: La ciudad en la que nadie es forastero, haciendo ver a los posibles viajeros que se quisieran acercar a ella, que allí estarían como en su propia casa. Y era, y es, gran verdad. - Y te diré por último, que al igual que con esto de las excursiones, sucede con todo en la vida. Tornamos, y retornamos al café en donde nos atienden bien y con los amigos con los que congeniamos. Así, las gentes van aquí y allá, pero vuelven únicamente adonde antes fueron bien acogidas y esmeradamente tratadas. Que si en su primera visita a un punto les hubiesen descargado un masculillo, o les hubieran tratado con exabruptos y dicterio, o dicho de otra forma, de haber sido verberadas de palabra u obra, maldecirían la hora en que decidieron poner pie en él. No lo olvides, Luca, bueno es querer ir, pero es mucho mejor querer volver. Ramón Serrano G. Marzo de 2015

martes, 10 de marzo de 2015

Afrodita no,...Isis (y II)

… la muchacha respondía siempre a esos impenitentes embistes de forma invariable, del mismo modo que lo hiciera el primer día: negándose rotundamente a todas sus lascivas pretensiones, por nimias que estas fueran, y tratando de razonar sus contumaces rechazos, tanto por su lujuriosa eseidad, como por su enfrentamiento radical con la forma de ser y de procedimiento que ella tenía. A él, con tanta oposición, se lo llevaban los demonios, y como habitualmente se reunía con su amigo Esteban, no cesaba de contarle sus andanzas y pedirle consejo. Pero las recomendaciones de este siempre eran las mismas: -Mira Adolfo, pienso que te estás embarrancando demasiado en ese barrizal, y la cosa, la verdad, no merece tanto empeño. Al fin y a la postre no aspiras más que a realizar un acto que, tal vez, y después de tanto esfuerzo, no te produzca una gran satisfacción. Además, estás viendo que la chica no es una furcia y que mantiene constantemente su honor. Déjala y dedícate a tu trabajo y a otras diversiones más pacíficas y placenteras. -Pues no. No voy a dejar que se salga con la suya. A esa la tengo que conseguir sea como sea. Y a eso se dedicó en cuerpo y alma en los siguientes meses, lo que le produjo un cambio en su estado físico y síquico y en su conducta que hasta su propia madre lo veía raro. Un día lo llama aparte y le dijo: -Hijo ¿qué te ocurre? Vas nervioso de un lado para otro, pareces como perdido, y estás en la casa muchas horas, como buscando, como preparando algo, y te diré más: me da la impresión de que al venir a casa lo haces en unos momentos en los que tu padre y yo, o no estamos, o nos hemos retirado ya a nuestras habitaciones. -No me pasa nada madre, no te preocupes. Son cosas del trabajo. Y esperando a que se marchase a sus entretenimientos hogareños, se fue en busca de Ludivinia, a la que encontró en la sala de planchar, y a la que volvió a requerir con insistencia. Esta le volvió a negar todas sus peticiones rotundamente, por lo que él la amenazó con despedirla del trabajo y utilizar todas sus influencias para obstaculizar que pudiese encontrar otro en el pueblo. A lo que la muchacha le contestó: -No me agradaría perder este trabajo porque aprecio mucho a sus padres, que además de lo bien que se portan conmigo, me pagan generosamente. Pero ya sé lo que es pasar hambre, y lo mismo que tuve que dejar mi país, dejaré este pueblo y buscaré en otro. Pero nunca me conseguirá usted. Nuestro hombre tuvo que irse desquiciado y esa tarde, en el café volvió a sacarle el tema a Esteban, el cual, tras un momento le dijo: -Creo que tengo una solución a tu problema. Vas a estar quince días sin pensar en ello, ni hacer ninguna otra intentona. Pasado ese tiempo, volveremos a hablar de este asunto y le daremos solución. O eso espero. Aceptó Adolfo, aunque de mala gana, y durante esas dos semanas no hizo nada como había prometido, pero tampoco se le fue la idea de la cabeza. Pasado este tiempo volvieron a reunirse. -El tuyo es un sencillo problema de enfoque. Te dije un día que a esa mujer la habías visto siempre como Afrodita, y estabas obsesionado por sus faldas y la manera de levantárselas. Pero ¿por qué no te paras a pensar en que, en el fondo, tú lo que estás deseando es verla como a Isis? Me explico. Isis, en la cosmogonía heliopolitana era la más prominente esposa y la madre arquetípica. Por eso la llamaron de distintas maneras: “Gran diosa madre”, “La fuerza fecundadora de la Naturaleza”, entre otros muchos epítetos, pues fue muy venerada. Aparece por primera vez en la V dinastía de Egipto y el último templo se le construyó en la isla de File a unos diez kilómetros de Asuán. Isis es el auténtico símbolo femenino, la diosa madre, el poder mágico supremo de la feminidad. -Y quiero decirte con esto, prosiguió, que tú llevas ya mucho tiempo mirándola así; no ya como un simple capricho, o como un oscuro objeto del deseo, que diría Buñuel, sino como a Isis, como el símbolo de la mujer admirable y la madre de tus hijos. En pocas palabras: te has enamorado de ella. No, no pongas esa cara de extrañeza. Te has enamorado de ella, repito. En ella has encontrado el Amor. Pero no al estilo de Jardiel Poncela que nos decía que amor se escribe sin h, porque era algo trivial e intrascendente, sino sabiendo que el verdadero amor, ese que estás empezando a sentir sin saberlo, tiene la grandeza de hijos, hermanos, historia, honra o heroicidad. Tiene todo el derecho a escribirse con h. Y ahora, piensa detenidamente en lo que te acabo de decir, porque en estas cosas debes seguir aquél consejo, también de Jardiel, que decía que cuando tiene que decidir el corazón, es mejor que decida la cabeza. Marchose Esteban y quedose Adolfo, dando mil y una vueltas en su caletre al meollo de lo que acababa de escuchar, y viendo que, cuanto más pensaba en ello, en ello encontraba más visos de verosimilitud. Que esto era potísimo, toral. Sin duda alguna, la decisión más importante que había tenido que adoptar nunca. Y así, tomándoselo con calma, se dio un mes de plazo para rebinar tranquilamente, antes de elegir un camino u otro. Pasado, más o menos, este tiempo, una mañana se presentó en casa de sus padres a la hora en que sabía que ambos estarían en el salón, una con sus labores y el otro leyendo. Buscó a Ludivina y le pidió que lo acompañase, y una vez allí, se dirigió a los tres con estas palabras: -Es posible que esto que voy a hacer no lo haya hecho antes nadie, pero tampoco pasa nada por ello. Y es que voy a aprovechar las palabras para comunicaros a vosotros dos una cosa y, al mismo tiempo, pedírtela a ti. Escuchadme bien: quiero casarme contigo Lu. Tras haberlo meditado durante algún tiempo, he llegado a la conclusión de que no hay nada en este mundo que me importe y que me agrade más. Perdóname por no habértelo pedido a solas como es lo habitual y vosotros por no habéroslo anticipado. Has de saber Lu, que el obrar de esta manera no condiciona, para nada, tu contestación, que te pido decidas con la mayor libertad. He acudido demasiadas veces a ti con unas pretensiones burdas y rastreras. Sé que no podrás olvidarlo, pero inténtalo al menos. Hoy vengo a suplicarte que seas mi esposa, y hasta que lo seas, te respetaré tratándote como mereces y siempre has merecido. -Podría haber escogido a otra con más dinero, o con estudios, o con mejor posición social, pero ninguna tan honrada como tú, ni que quisiera a mis padres como tú los quieres, y como ellos te quieren a ti. Y eso para mí es muy importante. He pensado también que, si acedes, podríamos vivir todos en esta casa, y no sería por ahorrarnos una fámula, que buscaremos a otra, por supuesto, sino por vivir los cuatro juntos, haciéndonos mutua compañía. Bueno los cuatro, de momento. Luego los que puedan venir… Ramón Serrano G. Febrero de 2015

Afrodita no, ...Isis (I)

Cuando ya había sentado a sus padres en el coche, Adolfo volvió a la casa y remoloneó dentro de ella con unos papeles hasta que, haciéndose el encontradizo, vio a Ludivina en el pasillo y le dijo en voz muy queda: -Esta noche volveré para hablar contigo, y para algo más si quieres. En el viaje de regreso casi se jugó la vida en la carretera, y dando las once entró en la casa, encontrándola en completo silencio y a oscuras. Llamó varias veces a Ludivina, y no obteniendo respuesta alguna, se fue hasta su habitación y dio unos toques en la puerta. Al no tener contestación, la abrió, comprobando que no había nadie, lo que le produjo un enfado tremendo. Sacó el móvil, y la llamó. -¿Se puede saber dónde estás?...-Pero tú sabes muy bien que deberías estar aquí, en esta casa, cumpliendo con tu trabajo…-Bueno, pues mañana, a las diez en punto, te quiero aquí, para hablar de algo muy importante. No faltes bajo ningún pretexto. Con puntualidad inglesa, y en compañía de una amiga, llegó la joven a la casa al día siguiente. Al ver que no venía sola, Adolfo, que estaba esperándola sentado en un sillón del hall, le habló en un tono iracundo: -¿A qué viene eso de traerte a una amiga? Quiero hablar contigo de algo muy serio (bueno, hablar y algo más como te dije), de algo que nos atañe a los dos y de lo que no tiene por qué enterarse nadie. Pasa al salón que charlemos, y tu amiga que espere aquí. Eso hicieron, y, una vez dentro, el hombre cambió el gesto y el habla como por encanto. Se acercó mucho a ella y, casi susurrando, le dijo: -Lu, ¿me permites que te llame así? Divina ya lo eres para todos, pero Lu lo serás sólo para mí. Bueno, tú sabes que yo te aprecio mucho y por eso me gustaría que no fueses tan arisca conmigo, sino un poco, o un mucho, más cariñosa y condescendiente. Si fuese así, yo te gratificaría cuantiosamente, y los dos seríamos muy felices. -¿Para decirme eso es por lo que me ha llamado? -Eso, y que tienes una boca muy bonita. Bueno, y unos ojos, y una figura, y unas piernas preciosas. Y me imagino que también lo serán otras cosas que aún no he visto, pero que estoy deseando ver...y acariciar. Diciendo esto intentó acercarse demasiado a ella, pero esta, dando un respingo, se apartó con rapidez y le dijo: -Oiga bien, don Adolfo, lo que voy a decirle. Usted me merece todo el respeto del mundo por ser el hijo de sus señores padres que son eso, unos auténticos señores en toda la extensión de la palabra. Pero no me pida nada como persona, porque no estoy dispuesta a concederle ni un tanto así. Usted diríjase a las señoritas de su posición y déjeme en paz a mí, que soy tan sólo una sirvienta, pero estimo que debe para conmigo una consideración que, a la vista está, no me dispensa. Piense también que lo que usted pretende no es más que un escaso rato de placer, que por eso me hace carantoñas y cirigañas, y halaga mis oídos con frases lagoteras, pero que todo ello no es nada más que un puro trámite para calmar la pasión y el deseo y quiere conseguirlo a expensas de que yo pierda mi honradez, y con ella mi propia estima. Por favor le ruego, es más le suplico, que deje de acosarme y me deje seguir con mi trabajo en paz. Y dicho esto, dio media vuelta y salió de la sala y luego de la casa. Él, ante la negativa, ante el fracaso de un lance en que esperaba triunfar muy fácilmente, quedó de un humor de perros. Acudió pronto al bar de costumbre, y en cuanto vio a su amigo íntimo le contó lo ocurrido. -Mira Esteban, me jode, no el que me haya dicho que no, pues era raro que accediese a las primeras de cambio, pero me fastidia más el pensar que tal vez lo haya hecho para encelarme y que yo siga insistiendo cada vez con más gana y con ello sacarme el oro y el moro. ¿tú que piensas? -Pienso que tú, mi querido amigo, quieres ser con las mujeres como tu héroe Don Juan, que tardaba un día para enamorarlas, otro para conseguirlas, …, dos para sustituirlas, y una hora para olvidarlas. Yo, que te conozco bastante bien, y tú lo sabes, puedo decir de ti que, siendo como eres un muy fiel seguidor de Baco, pero con mesura y sensatez, sin embargo pierdes el juicio de un modo exagerado por las sayas de Afrodita. Y esta Eros, que así es como deberíamos llamarla y no Afrodita, no debemos olvidar que es la soez obsesión de los casanovas y donjuanes, que sólo piensan en la mujer como algo con lo que refocilarse un rato, el tiempo justo que dura la eyección de su lujuria. -Me pides mi opinión, prosiguió Esteban, sobre la conducta ante tu acoso de esa mujer de nombre extraño y latino, y, si he de serte sincero, yo no creo que esté negándose a tu deseo para incitarte y conseguir algo importante de ti. Siempre que la he visto en casa de tus padres me ha parecido una mujer seria y buena, pero ha sido tan poco el trato que he tenido con ella que no quiero emitir juicio alguno sobre su rectitud o su impudicia. Obra como creas oportuno, pero, si puedes, pon freno a tu libido y mira de no equivocarte. -Pues ya tengo pensado lo que haré. Aunque me haya mostrado su carita de niña buena, esa no se me va a escapar, como no se me han escapado otras muchas. Además, es sabido que las empresas difíciles son más deseables y apetitosas. Por ello la seguiré abordando hasta que la consiga, y la conseguiré, me cueste lo que me cueste. Al final venceré en mi propósito. Ya lo verás. Y para celebrar, de antemano, ese triunfo, hoy pago yo los vinos. Y durante varios meses, Adolfo intentó por todos los medios convencer a Ludivina para que accediera a sus propuestas. La acechaba en los pasillos, en la cocina, donde fuese, siempre aprovechando que sus padres estuviesen en su alcoba, o fuera de la casa. Le hizo promesas de todo tipo (todas ellas poco creíbles), le ofreció regalos, la aduló cuanto pudo y se mostró ante ella de mil formas y maneras, dominado siempre por su desaforada obsesión carnal. Pero… Ramón Serrano G. Febrero de 2015