miércoles, 13 de abril de 2011

Tino

Tino
Ramón Serrano G.

Lo primero que nos encontramos al llegar al pueblo fue un humilladero y tras él, una recoleta y antigua ermita rodeada de un arbolado. Allí había varios bancos y, sentados en ellos, algunos hombres ya mayores que entretenían sus horas en calmosa charla. Estaba también un joven de unos treinta años, que, al vernos, se vino hacia nosotros con paso ligero. Casi un trotecillo, aunque su forma de caminar era rara; como con una extraña y leve cojera. Vestía limpio, pero informal, y al llegar nos dijo con una voz desfigurada y con mucho agrado:
- Hola, soy Tino. Vosotros sois forasteros, ¿verdad?
- Pues sí, vamos de paso, pero vamos a sojornar aquí unos días porque no queremos irnos sin ver el pueblo, le contestó mi amigo. Yo me llamo Luis, y este es que ves aquí a mi lado es Luca.
- Qué bonito es. Y parece listo. Si queréis os acompaño y os enseño todo lo que hay que ver aquí, se ofreció.
- No gracias. Preferimos descansar un poco en uno de esos alhamíes. Pero vamos a estar por aquí un par de días. Ya nos veremos.
- Bueno, pues luego os busco. Me voy que tengo que ayudar a la señora Engracia y se me está haciendo tarde. Adiós.
Y se fue con prisa, y con su raro correteo, a hacer su menester. Nosotros nos sentamos junto a varios hombres a los que nos presentamos y que nos acogieron afablemente. Tras conversar un rato de los toretes de rigor, preguntamos si había en la población algún monumento a sitio digno de conocerse, y nos aconsejaron que no dejásemos de visitar la parroquia, pues había un baptisterio románico del siglo XIII de una sola pieza. Se supone, dijeron, que pensarían construir una iglesia, pero les faltarían los dineros y se tuvieron que conformar con eso. Que el lavadero de detrás de la plaza era “mu apañao”. Y “mu” antiguo, que creo que es del mil seiscientos, o por ahí. Luego estaba la casa de la Judía. No es que tuviese mucho que ver, pero se sabe que aquí vivieron algunas familias hebreas y que luego se fueron marchando todas menos una. En esa casa estuvo muchos años instalado un negocio de empeño y usura al cargo de una tal Débora, la cual, habiéndose quedado viuda muy joven, siguió desempeñando con mucho provecho el negocio de su marido. De esto hará casi dos siglos, pero la casa está lo mismo que entonces y la gente le tiene apego. Ahora es de un particular y no se puede visitar por dentro.
En esas, quiso Luis saber algo más de Tino, puesto que pese a la brevedad de nuestro encuentro y a sus extraños modos, que supusimos se deberían a alguna incapacidad, nos había causado una muy grata impresión. Tomó la palabra Domiciano para decirle:
- Puede que sea la mejor persona que hay en este lugar. La suya es una historia dolorosa y entrañable. ¿Si quieres, te la cuento?
Luis, más que asentir, le apremió a que lo hiciese, y el otro prosiguió: - Su padre, ¡un buen hombre!, era bracero y con muchos esfuerzos hizo que el muchacho estudiara. Pero a él lo que le gustaba era ser policía, y a ser posible, aquí, en su pueblo. Por tanto, se preparó concienzudamente hasta que consiguió la plaza de jefe. Al poco murió el padre, y él vivía tranquilo junto a su madre, a la que mantenía. Pero una noche, una mala noche, al regresar a su casa después de hacer la ronda, sorprendió a varios individuos robando en un comercio. Quiso detenerlos, pero la desigualdad de fuerzas hizo que los otros se le enfrentasen y le dominaran. Lo sujetaron bien, le tundieron con ganas, con saña, dejándolo casi muerto. Ocho meses tuvo que pasar en el hospital, dos de ellos en estado crítico, y luego casi otros dos años con recuperaciones lentas y penosas. Físicamente está bien, aunque cojea algo y habla de un modo raro. Lo peor es lo de su cabeza. Al darle el alta no nos conocía a nadie, y ahora, no es que haya recordado, es que ha aprendido a saber quién es cada uno pero sin relacionarnos con aquellos años. Por lo menos, se desenvuelve aceptablemente aunque su mente no coordine del todo, y le ha quedado una paga aceptable con la que viven decentemente la madre y el hijo.
- Pero él no para en todo el día y es feliz, continuó. Se ve que lleva en la sangre eso de ayudar al prójimo. Por ejemplo: es los pies y las manos de la señora Engracia. Como la pobre es ya muy mayor y está sola, le hace la compra y los recados, le barre la puerta, va al banco. De todo. Se marcha otras mañanas con Elpidio “Pintas” a su huerto y le ayuda en sus faenas. A coger zanahorias, plantar ajos, a lo que sea. Cuando puede, acompaña a Gorgonio “el Trucha” a pescar, o a dar una vuelta por la finca para ver si los gorrinos necesitan algo. Y siempre está dispuesto a prestar ayuda a quien se la solicite. Es un buen bastaje, y sin cobrar una perra a nadie, nunca, por sus servicios. La madre, la pobre, le dice: - Atiendes a todo el mundo, menos a mí. Pero ella, y todos, sabemos que no es verdad.
Sabidas estas cosas, y antes de despedirnos, nos aconsejó que nos alojásemos en la Posada Antigua y nos indicó cómo llegar a ella. Y eso hicimos. Pero antes de que hubiésemos acabado de acomodarnos, se presentó Tino y, cerrando cuidadosamente la puerta, dijo con sigilo:
- No se te ocurra cenar aquí. La posada es muy buena y muy limpia, pero en la comida no se pasan, y no digamos en las cenas. Vas a ir al Bar Becho, que está en esta misma calle, un poco más abajo, y allí sí te van a dar bien y barato. Jacinto, el dueño, es amigo mío. ¡Ah!, si necesitáis algo, no tenéis más que avisarme, que todo el mundo sabe donde vivo o en donde estoy. Y mañana os llevo a ver el pueblo. Veréis qué hermoso es.
Al día siguiente, mucho antes de la hora tercia, ya estaba Tino esperándonos en la esquina enfrente de la posada, tomando el sol y hablando con sus paisanos. Anduvo con nosotros casi toda la mañana, y no pudimos comprobar si era la mejor persona del pueblo, pero sí que era bueno de verdad. Bueno, hasta dejárselo de sobra.

Abril 2011

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 15 de abril de 2011