sábado, 28 de septiembre de 2013

La belleza

He de decir, primeramente, que sería absurdo por mi parte creer, pese a que me guían las mejores intenciones, que yo podría hablarles, aunque fuese someramente, de un tema tan exquisito e importante como es la belleza. No debería hacerlo, pero lo haré siendo muy consciente de las limitaciones que tengo para ello, incluso para hacerlo de una manera somera, y, luego, porque este concepto, o cualidad, ha sido tratado maravillosamente por gran número de autores de todos los tiempos. Y esta incapacidad mía, antes aludida, no está en que no pueda, o no sepa, utilizar mi mácula lútea, y por tanto no consiga leer, ver o distinguir los rasgos y detalles de aquello que se halla ante mí. Eso sí que puedo hacerlo, y, afortunadamente, todavía bien a pesar de mis, ya, muchos años. Lo que me está vedado es hacerlo con coherencia y sabieza. Por tanto he de limitarme, aunque gustoso, a pregonar, a repetir, a recordar a algunos lo que otros opinaran de la belleza. Lo que, dicho sea de paso, es para mí una muy grata labor. Pero vayamos al tajo. Para hablar de esa cualidad que se aplica a las cosas que, al ser captadas por la vista o el oído, producen un deleite espiritual y que afecta al intelecto con la percepción de un paisaje o una cara, la audición de una poesía o de una obra musical, o la apreciación de acto noble o generoso, traeremos aquí lo que de ella pensaron en la antigüedad, y más concretamente, en la Grecia clásica. Y poco más. Anticipando que sólo he de hablar muy de pasada, únicamente ligeros apuntes, diré que refiriéndonos a lo estético, de inmediato surge la figura de Platón, bien sea exponiendo el pensamiento de su maestro Sócrates, bien el suyo propio. Así, en el diálogo entre este e Hipias, ambos buscan conocer el concepto de la belleza universal en el mundo de las ideas, diciendo que hay dos clases de ella, la tangible y la de la inteligencia. Luego, acudiendo al fundador de la Academia, encontraremos inmensa cantidad de reflexiones, a cual más interesante y reveladora. Quiero invitarles a que lean el mito de la caverna y se percaten de cuanto en él se explica acerca del desarrollo de la teoría del conocimiento, según la cual, el universal es el verdadero, mientras que el particular es el que nos muestran los sentidos. Resumiendo: la belleza para Platón es algo independiente de lo físico, de tal manera que no tiene por qué corresponderse con una imagen visual. Háganme caso, y acudan a la lectura de la obra platónica y se verán gratamente recompensados. De su discípulo Aristóteles hablaremos también muy brevemente para exponer que, para este, la estética no tiene relación con lo que es agradable a los sentidos, ya que es objeto de contemplación y no de deseo. Y que lo bello agrada porque es bueno. Nada más, aunque se podría continuar, y mucho, y por muy buenos senderos. Por último, citaré a Tomás de Aquino que definiese la belleza como quae visa placet, y a Goethe, para quien ella actúa con mucha mayor fuerza sobre los sentidos interiores que sobre los externos. Pero descendiendo de esas alturas filosóficas, bajando a la mía, que es escasa, y tratando, puede que sin conseguirlo, de exponer lo que tengo leído sobre el tema que nos ocupa, he decir que ese concepto es para mí completamente subjetivo. Que lo bello no está basado en conceptos. Que no se puede generalizar, pues estamos hartos de contemplar cómo lo que a unos les parece precioso, a otros apenas si les gusta, e incluso les desagrada totalmente. Ahí va algún ejemplo clarificador. El grito, de Eduard Munch, este lo ve horrendo, mientras que aquél procura verlo reiteradamente y se queda extasiado ante él. El tercer hombre, a fulano le parece un tostón, pese a haber obtenido el gran premio de Cannes en el 49, el BAFTA en el 50, y el Oscar a la mejor fotografía en 1951. Y a usted, ciudadano de raza aria, creo que no le parecerá bonita una mujer mursi, con su plato de arcilla incrustado en el labio inferior, o en la oreja, mientras que un individuo de aquella etnia no encontraría atractivo en Kim Novak Por supuesto, tampoco se puede medir la belleza. No hay grados, no existen categorías. Y si no, que alguien me diga qué es más bello, el David de Miguel Ángel o las Meninas de Velázquez; la Gioconda de Da Vinci, o la Venus de Milo. Y admitiendo que la visión del ilustrado, o del experto, tiene un valor reconocible, siempre ha de tenerse en cuenta también la del profano. Vemos, entonces, cómo siempre actúa aquí la subjetividad. Demasiadas veces, dos personas no se ponen de acuerdo en la apreciación de lo bello. Y esto ocurre, quizás porque alguno está incapacitado para saber verlo, o quizás porque tienen gustos diferentes. Diré que si esto ocurre con todo, mucho más sucede en el amor -¿habrá algo con más belleza que el amor?- . Y refiriéndose a este, alguien dijo, y no es un juego de palabras, sino una verdad tan grande como un templo, que no se quiere a quien se quiere querer, sino a quien, sin querer, se quiere. Decía Simone de Beauvoir que la belleza es aún más difícil de explicar que la felicidad. Y es muy cierto. Por eso, sólo me atrevo a decir que la belleza está en los ojos del espectador, y todavía diré más: dependerá del momento psicológico en el que este se encuentre. Ramón Serrano G. Setiembre de 2013