jueves, 8 de octubre de 2015

El error

No sé bien si fue Alfonso X el Sabio o Francis Bacon, pero el Bacon lord canciller, que no el pintor del siglo XX, quien dijo aquello de: Viejos vinos que beber, viejos leños que quemar, viejos libros que leer y viejos amigos con quien conversar. Desgraciadamente, esa ponderación hacia lo añoso, que es una de las mayores verdades que se hayan dicho jamás, no la podíamos hacer en la época de mi niñez, primero, porque no lo sabíamos y aunque lo hubiésemos sabido, no nos hubiera parecido aconsejable, sobre todo a nuestros padres, entre otras cosas porque la gran mayoría de las gentes aquellas estaban hasta la coronilla de cosas viejas. Se solía decir: -La mejor marca es la de nuevo. Pero alguien respondía de inmediato: - ¿Y quién tiene cuartos para comprarla? Claro que aquello que se tildaba de cosas viejas eran artículos sin importancia, si se le puede quitar esa cualidad a las ropas, los muebles, los utensilios, etc. Pero the necessity forced, y todo lo de entonces tenía que poseer las mismas cualidades que algunas pequeñas baterías actuales, o sea, tenía que durar, durar, durar… Recuerdo también que los muchachos gastábamos los pantalones (los únicos que teníamos, o casi), de tres maneras: largos, bien y cortos. Luego, los tiempos (y muchas cosas más) han cambiado y ahora tenemos muchos, muchísimos, objetos nuevos. Demasiados, diría yo. Pero hemos venido aquí hoy a hablar del tiempo y sus efectos, que son antagónicos en muchos casos. Porque es archisabido que el citado tiempo, ese constante, monótono, rápido y a la vez lento paso de las horas, actúa de diferente manera. Sabemos que todos los elementos, y muchas situaciones y circunstancias personales, se degradan con el uso y con el paso del tiempo. Es lógico que lo hagan con aquél, por lo que no nos detendremos a comentarlo, pero sí con el transcurrir de este ya que, al hacerlo, no deja la misma huella en unas cosas que en otras. Muchas de ellas, y generalizando diremos que las que carecen de la mínima calidad o condiciones, se ven deterioradas, mientras que otras, las buenas, las bien hechas, las de auténtica valía, ganan con el transcurrir de los días. En resumen, el tiempo degrada, aja, destruye y da valor a muchas cosas, dependiendo de muchas circunstancias y vicisitudes. Cabría hacer una apostilla más para decir que, por regla general, lo antiguo suele tener una valoración dignamente ganada debido a que antes las cosas se hacían despaciosamente y en su confección primaba más la calidad que la apariencia. Citemos a los anticuarios y las tiendas de antigüedades, y recordemos cómo, hasta hace muy poco, venían gentes por los pueblos comprando cosas viejas, sabedores de su valía. Pero no es ese camino el que quiero seguir hoy. Pero sí lo es el comentar las cualidades positivas que el paso del tiempo le proporciona a los vinos, los leños, los libros y los amigos. Vamos a ello, aunque sea en brevedad. Cuando el vino, un buen vino, ha fermentado, se mete en barrica en la cual se van a producir muchos cambios en él y todos favorecedores. Por no alargarnos, diremos que uno de ellos es la micro-oxigenación, con la que se oxidará de una manera controlada e irá adquiriendo sensaciones aromáticas, sápidas e incluso táctiles. Siendo un vino potente se irá suavizando, redondeándose y ganando en olores y matices. Y todo eso se consigue criándolo, reservándolo, con el paso del tiempo. Hay un dicho que afirma que la leña, cuanto más seca, más arde, y con la que está recién cortada, verde aún, no podremos conseguir jamás un buen fuego, ya que el que se intenta hacer con ella produce más humo que calor. Habrá que apilarla y que con el paso de los días se vaya secando. ¡Cómo recuerdo las viejas gavilleras! En muchas ocasiones se pondera la obra de algún autor, pero matizando que aún no está consagrado. Y se hace bien porque muchos de ellos sólo presentan con sus libros ideas y maneras novedosas, que los días, al no poseer más cualidad que esa, la innovación, no le han conferido aún una insigne categoría, siendo los lectores y los años los que, en verdad, los acrisolan y se la otorgan. Por otra parte, alguien puede escribir un buen texto, pero la calificación de gran autor sólo la conseguirá cuando haya creado varias obras y todas ella sean de alto nivel. Léase lo que Montaigne, el insigne filósofo, escritor y humanista francés del siglo XVI, habla de esto en sus Ensayos, libro este, encomiable donde los haya. Y todo lo dicho sobre estos tres temas se ve corroborado e incluso incrementado en la amistad. Hoy, en mayor modo que ayer, nuestra forma de vivir nos lleva a conocer a muchas personas -tal vez a demasiadas- y en cuanto hemos tenido contacto con ellas en más de un par de ocasiones tendemos a calificarlas, en un tratamiento afectuoso, como amigos. Grave error. Un amigo no lo es hasta que ha convivido junto a nosotros hechos y situaciones desagradables; quien acude a nuestro lado siempre, en cualquier momento, y, principalmente, en los difíciles; quien nos pregunta cómo estamos y espera a escuchar la contestación; quien aparece cuando caen rayos y truenos y no sólo en los momentos felices. Y todo eso a lo largo de los años, y en una y en mil ocasiones. En la vida hay muchas cosas que, a pesar de ser viejas, son admirables. Ramón Serrano G. Octubre de 2015

Lo viejo

No sé bien si fue Alfonso X el Sabio o Francis Bacon, pero el Bacon lord canciller, que no el pintor del siglo XX, quien dijo aquello de: Viejos vinos que beber, viejos leños que quemar, viejos libros que leer y viejos amigos con quien conversar. Desgraciadamente, esa ponderación hacia lo añoso, que es una de las mayores verdades que se hayan dicho jamás, no la podíamos hacer en la época de mi niñez, primero, porque no lo sabíamos y aunque lo hubiésemos sabido, no nos hubiera parecido aconsejable, sobre todo a nuestros padres, entre otras cosas porque la gran mayoría de las gentes aquellas estaban hasta la coronilla de cosas viejas. Se solía decir: -La mejor marca es la de nuevo. Pero alguien respondía de inmediato: - ¿Y quién tiene cuartos para comprarla? Claro que aquello que se tildaba de cosas viejas eran artículos sin importancia, si se le puede quitar esa cualidad a las ropas, los muebles, los utensilios, etc. Pero the necessity forced, y todo lo de entonces tenía que poseer las mismas cualidades que algunas pequeñas baterías actuales, o sea, tenía que durar, durar, durar… Recuerdo también que los muchachos gastábamos los pantalones (los únicos que teníamos, o casi), de tres maneras: largos, bien y cortos. Luego, los tiempos (y muchas cosas más) han cambiado y ahora tenemos muchos, muchísimos, objetos nuevos. Demasiados, diría yo. Pero hemos venido aquí hoy a hablar del tiempo y sus efectos, que son antagónicos en muchos casos. Porque es archisabido que el citado tiempo, ese constante, monótono, rápido y a la vez lento paso de las horas, actúa de diferente manera. Sabemos que todos los elementos, y muchas situaciones y circunstancias personales, se degradan con el uso y con el paso del tiempo. Es lógico que lo hagan con aquél, por lo que no nos detendremos a comentarlo, pero sí con el transcurrir de este ya que, al hacerlo, no deja la misma huella en unas cosas que en otras. Muchas de ellas, y generalizando diremos que las que carecen de la mínima calidad o condiciones, se ven deterioradas, mientras que otras, las buenas, las bien hechas, las de auténtica valía, ganan con el transcurrir de los días. En resumen, el tiempo degrada, aja, destruye y da valor a muchas cosas, dependiendo de muchas circunstancias y vicisitudes. Cabría hacer una apostilla más para decir que, por regla general, lo antiguo suele tener una valoración dignamente ganada debido a que antes las cosas se hacían despaciosamente y en su confección primaba más la calidad que la apariencia. Citemos a los anticuarios y las tiendas de antigüedades, y recordemos cómo, hasta hace muy poco, venían gentes por los pueblos comprando cosas viejas, sabedores de su valía. Pero no es ese camino el que quiero seguir hoy. Pero sí lo es el comentar las cualidades positivas que el paso del tiempo le proporciona a los vinos, los leños, los libros y los amigos. Vamos a ello, aunque sea en brevedad. Cuando el vino, un buen vino, ha fermentado, se mete en barrica en la cual se van a producir muchos cambios en él y todos favorecedores. Por no alargarnos, diremos que uno de ellos es la micro-oxigenación, con la que se oxidará de una manera controlada e irá adquiriendo sensaciones aromáticas, sápidas e incluso táctiles. Siendo un vino potente se irá suavizando, redondeándose y ganando en olores y matices. Y todo eso se consigue criándolo, reservándolo, con el paso del tiempo. Hay un dicho que afirma que la leña, cuanto más seca, más arde, y con la que está recién cortada, verde aún, no podremos conseguir jamás un buen fuego, ya que el que se intenta hacer con ella produce más humo que calor. Habrá que apilarla y que con el paso de los días se vaya secando. ¡Cómo recuerdo las viejas gavilleras! En muchas ocasiones se pondera la obra de algún autor, pero matizando que aún no está consagrado. Y se hace bien porque muchos de ellos sólo presentan con sus libros ideas y maneras novedosas, que los días, al no poseer más cualidad que esa, la innovación, no le han conferido aún una insigne categoría, siendo los lectores y los años los que, en verdad, los acrisolan y se la otorgan. Por otra parte, alguien puede escribir un buen texto, pero la calificación de gran autor sólo la conseguirá cuando haya creado varias obras y todas ella sean de alto nivel. Léase lo que Montaigne, el insigne filósofo, escritor y humanista francés del siglo XVI, habla de esto en sus Ensayos, libro este, encomiable donde los haya. Y todo lo dicho sobre estos tres temas se ve corroborado e incluso incrementado en la amistad. Hoy, en mayor modo que ayer, nuestra forma de vivir nos lleva a conocer a muchas personas -tal vez a demasiadas- y en cuanto hemos tenido contacto con ellas en más de un par de ocasiones tendemos a calificarlas, en un tratamiento afectuoso, como amigos. Grave error. Un amigo no lo es hasta que ha convivido junto a nosotros hechos y situaciones desagradables; quien acude a nuestro lado siempre, en cualquier momento, y, principalmente, en los difíciles; quien nos pregunta cómo estamos y espera a escuchar la contestación; quien aparece cuando caen rayos y truenos y no sólo en los momentos felices. Y todo eso a lo largo de los años, y en una y en mil ocasiones. En la vida hay muchas cosas que, a pesar de ser viejas, son admirables. Ramón Serrano G. Octubre de 2015