jueves, 29 de noviembre de 2012

Querido Esteban

Querido Esteban: Creo que ya sabes (tienes muchos motivos para ello) que, junto a ti, he vivido una de las experiencias más agradables que he tenido desde hace mucho tiempo. Algo me diste que no esperaba encontrar nunca, y que me ha llegado por sorpresa. Una maravillosa sorpresa que no olvidaré jamás. Estoy segura. Pero tengo la impresión de que esa agradable vivencia ha acabado, ya que, a partir de un determinado momento, tu actitud ha cambiado enormemente. Ese bienestar, esa satisfacción que mostrabas siempre conmigo, se ha tornado en prisas, ocupaciones y problemas. Tengo plena conciencia de que estos existen y que estás luchando mucho, muchísimo, por vencerlos porque te va mucho en ello. Sé, o espero, que lo lograrás, y pronto. Pero, sinceramente pienso, aunque quizás pueda estar equivocada, que no es esa la auténtica y única causa de tu actual distanciamiento para conmigo. Me imagino que viste primordialmente en mí a alguien que podría ayudarte a salvar la situación. Tú mismo hablabas una vez, “poniéndole voz a tus pensamientos”, dijiste, que una posible solución al mal momento que estabas atravesando podría ser el emigrar como los antiguos indianos y ver de encontrar algo allende las fronteras con lo que cubrir tus necesidades. Era una locura, decías, ya que si ellos vienen, ¿a qué voy a marchar yo allí? Pero no querías aguantar más en esa situación. Me pediste entonces que hiciese alguna gestión de tipo económico en tu ayuda. Y la hice de inmediato, lo sabes, pero fracasé porque mi situación monetaria actual, como la de la mayoría de los de nuestro entorno, no es que sea penosa pero sí está ajustadísima, hasta el punto de que no puedo hacer ningún gasto extraordinario por pequeño que este sea. Hubo además otras circunstancias que dificultaron mi ayuda, y también las conoces. Quise ayudarte, ten la plena seguridad de que quise auxiliarte, pero no pude. Exactamente eso: NO PUDE. Y ello te ha apartado de mí. También lo dijiste: “Cuando uno entrega algo, tiene derecho a pedir y recibir”. Y llevas razón, pero siempre que se lo estemos pidiendo a quien tenga algo para dar. De cualquier forma quiero pensar que esto es una falsa apreciación mía, porque tú mismo me has asegurado repetidas veces que, en cuanto solventes tu problema, y se calme tu ánimo, volverás a ser el de antes. ¡Cuánto me agradaría que así fuese! Principalmente porque se hayan resuelto tus conflictos, que te lo mereces, y luego para que vuelvas a ser como eras. Pero, si me permites la duda, me temo que esto último no sucederá. No puedo, ni quiero, ni debo, juzgar tu actitud. ¿Quién soy yo para hacerlo? En cualquier caso, la acepto y la respeto. Pero, de cualquier modo, deseo reiterarte algo que ya te he dicho anteriormente. Primero, que para lo que esté dentro de mis posibilidades, me tienes a tu disposición. Segundo, que te estaré agradecida por haberme proporcionado muchas más cosas de las que podía esperar e, incluso, que mereciera. Y tercero, porque, pese al recelo antes indicado, sigo y seguiré esperando que, como tú mismo me has asegurado en varias ocasiones, un día vuelva a sonar el teléfono y sea una llamada tuya. También puedes tener la certeza de que si volvemos a juntarnos, y ¡ojalá y así sea!, esta vez será por mucho tiempo. Ignoro qué me tendrá reservado la vida en los años que me queden, pero no me veo dispuesta a renunciar de nuevo a tantas cosas maravillosas que supiste darme. Así pues, no olvides que cuando quieras o puedas, si es que vuelves a querer o poder, mi puerta estará siempre abierta para ti. Atenta y cariñosamente, tu amiga Paula Ramón Serrano G.