sábado, 27 de mayo de 2017

Alter ego

Entre las muchas expresiones interesantes que tiene nuestro gran idioma castellano, quiero hoy hablar un tanto de ésta, alter ego, el otro yo, que se puede correctamente emplear en muy diferentes ocasiones y de distintas maneras. Proveniente del latín, yo diría que por fortuna dada la belleza de aquella lengua, se utiliza, aunque no demasiado, en varias acepciones o con diferentes significados. Completamente distinto del ego, por ser éste, al decir de Freud, la instancia psíquica a través de la que el individuo puede reconocerse como yo, o bien un exceso de autoestima. El otro, el alter ego, se podría definir como un otro yo, como una segunda personalidad, al parecer diferente de la forma de ser original y principal de una persona. Aunque Séneca dijo que: “el amigo es otro yo”, fue en 1730, cuando Antón Mesmer utilizó la hipnosis para separarlo, y en el siglo XIX se habló por vez primera de este término, al describir los psicólogos esta alteración disociativa de la forma de ser de alguien. Teniendo varias estructuras, pasaremos a hablar de las dos más usuales, y ruego que se me permita llamar a la una externa e interna a la otra, al ser una expresada en persona distinta del individuo en cuestión y la otra en el interior del sujeto al que se está haciendo referencia. En la primera se dice que una determinada persona es el alter ego de otra cuando se tiene conciencia de que puede llegar a hacer sus veces sin limitaciones y actuar de una manera prácticamente igual que el otro, en un sinfín de ocasiones o momentos. Como se tiene más que sabido que la continuada manera de obrar de uno es similar en grado sumo a la del otro, aquí se utiliza el término en el sentido de semejanza o paralelismo. Se puede abundar en el tema diciendo que un persona es también el otro yo de la otra si en su obrar se ve un trasunto de ella, tanto en la esencia de sus actos, como en el modus operandi. Por otra parte, se expresa igualmente que X es el alter ego de Z, cuando en aquél se tiene absoluta confianza por parte de éste, que sabe de antemano cuál será su comportamiento en todas y cada una de las ocasiones que pudieran presentársele. Queda por decir que, por lógica, ha de ser muy elevada la categoría de alguien para que otro desee actuar a su imagen y semejanza. Hablemos ahora de la perspectiva a la que llamaremos interna, que es para mí, mucho más importante que la otra. Consiste, a grandes rasgos, en que cada ser humano tiene una doble personalidad, podríamos decir que una segunda identidad, si no ficticia, sí poco usual, que hace que, en un momento dado, se comporte de una manera diferente a la que en él es habitual. Alguien dijo que todos tenemos dos caras en una sola moneda. Un poco para él mismo, y un mucho para los demás, se descubre espontáneamente un cierto día una idiosincrasia añadida a la que tenía, mejor o peor que la ya conocida, pero desde luego diferente y sincera. Para nada se deberá confundir con verse obligado a llenar las expectativas de los demás, sino de ser uno mismo, aunque a partir de ahora padezcamos o disfrutemos de una doble naturaleza. A poco que echemos la vista atrás veremos que hemos sido testigos bastantes veces de estos casos. Algunos ejemplos: quien aparentemente sólo se preocupaba de sus intereses y sin embargo, y sin dar cuatro cuartos al pregonero, participaba en diversas acciones humanitarias; quien ha parecido tener un comportamiento y un gusto eróticos normales, siendo en realidad homosexual; quien, siendo tímido y callado, ha saltado contra una injusticia o una arbitrariedad; quien sabe disculparse, con lo que no siempre quiere decir que está equivocado, sino que le da más valor a sus relaciones que a su ego; quien en el trabajo, en el bar o con los amigos, ha sido la mar de divertido, mientras que en su casa mostraba siempre un carácter serio y agrio. De ellos se decía por estas tierras que eran alegres de calle y tristes de cocina. Y así se podrían traer a colación muchos ejemplos más. Cabe decir igualmente que a esto se han referido en los más diversos territorios. Dos casos: en algunos se pensaba que ese otro modo de ser nos venía impuesto desde un país desconocido llamado Tule, que bien podría ser Escandinavia, u otro lugar en el lejano norte. Y en Alemania existe el doppelganger, que nos habla de la doble personalidad, con la existencia de un doble fantasmagórico enclavado en una persona viva. Igualmente hemos de hacer mención de que el tema ha sido tratado por algunos autores; unos para exponer cómo era el otro yo, y otros que han mostrado en sus obras cuál era, de facto, su propio alter ego y lo han hecho a través de los protagonistas de sus escritos. Por citar a algunos, nos referiremos en primer lugar a Ágatha Cristie, que lo hace en dos de sus obras, Parker Pyne y Cartas sobre la mesa, con la actuación de Ariadne Óliver. El conocidísimo Extraño caso del doctor Jekill y el señor Hyde, en el que su autor, Robert L. Stevenson, nos muestra que los dos personajes son la perfecta constatación de que el bien y el mal se pueden hallar dentro de una misma persona. Nick Adams, de Hemingway, Un libro de Bech, de John Updike, y así bastantes más. Y hasta aquí llega mi osadía de escribir sobre un tema tan complejo como el tratado, ignorando si he llegado a decir algo de interés o si he sabido hacerlo. Me vale para tener la propia conciencia de que tenemos una doble personalidad. Ésta puede ser buena en lo externo y mala en lo interno; mala de cara a los demás, pero buena en nuestro fondo. Lo nocible es cuando es mala en ambos casos. Ramón Serrano G. Mayo 2017

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