viernes, 1 de diciembre de 2017

Ver y escuchar

¿Se han detenido ustedes alguna vez a pensar en la cantidad de egotismo que somos capaces de albergar la mayoría de los seres humanos? Para darse cuenta de ello no hace falta estudiar mucho ni realizar profundas investigaciones ya que la historia cotidiana está llena de sucesos de ese tipo y todos conocemos multitud de casos que así lo demuestran. ¡Cómo no vamos a conocerlos!, si en muchos de estos hemos sido nosotros mismos los protagonistas. Y no sólo en actos de egolatría, sino que, además, solemos actuar en bastantes ocasiones con una insinceridad enorme en aras de disimular nuestro engreimiento. De cualquier forma, ruego que admitan que a escribir estas líneas me lleva más la ecuanimidad que el pesimismo, aunque este también esté presente. Digo esto, porque a poco que echemos un vistazo a tiempos antiguos, a otros no tan lejanos e incluso al presente, comprobaremos que siempre y en todo lugar hubieron, y hay, reyes, dictadores, políticos y gentes no tan conocidas y encumbradas que se preocuparon en exceso de tener una vida “placentera”. Esto podría parecer que está dicho en pasado, pero diría con igual justicia que el mayor empeño de algunos de los citados, en la actualidad, es conseguir que a su lado Creso fuese un indigente. Pero no es a eso a lo que quiero referirme hoy, pues si tuviese que hablar sobre el desmedido afán de muchos en hacerse de oro en cuanto acceden a un cargo, necesitaría más de un año y alrededor de medio millón de artículos. Estas gentes a las que antes aludía obran… como todos sabemos que lo hacen, y a qué ponernos malos cuerpos citando nombres y detallando casos archiconocidísimos. Ellos, y quienes les aceptan su proceder, quieren justificarse, y lo hacen, mala y desvergonzadamente, amparándose en la cantidad exagerada de sujetos que han obrado de un modo similar. ¡Qué absurdo el querer justificar una mala acción diciendo que hay muchos que también la cometen! No daré nombres, ya digo, pero sí citaré lo que me ocurrió con una persona a la que comenté el bochornoso proceder de un familiar de cierto vicepresidente del gobierno. -¿Pues qué ha hecho de malo?, me preguntó, a lo que le repuse: -¿Que qué ha hecho? Robar descaradamente, y él lo quiso justificar de inmediato manifestando: -Son tantos los que roban, que por uno más…¡Habrase visto disparate! Sí, saben que han obrado mal, pero su narcisismo y su impudicia les llevan a tratar de justificarse, no reconociendo su error, que eso nunca, sino tergiversando circunstancias, inventando causas o motivos, mintiendo en suma para no tener que avergonzarse de sus deshonestos actos. Por otra parte sabemos que hay cargos y profesiones que, además de la dedicación extrema y probidad en su ejercicio, comunes a todo trabajador en el desarrollo de su tarea, llevan inherente un comportamiento decoroso y exento de cualquier tipo de falta, no sólo en el tajo, como es lógico, sino también cuando se está fuera de él. Imanes, sacerdotes o rabinos, médicos, maestros, profesores, jueces o militares, saben bien que su proceder ha de ser intachable, y no sólo en el ejercicio de su profesión, sino que, además, ha de serlo fuera de su actividad. Si un comerciante, un obrero, un agricultor o un administrativo cometen una falta, están atentando, no sólo contra su prestigio personal, sino además contra su negocio o su puesto de trabajo, pero siempre sobre algo personal, exclusivo del actor. Los otros obran siempre, SIEMPRE, en función de la magnificencia de su cargo, o de la ciencia, o del credo que defienden, y del que y para el que viven. Un poco aquello de que no es suficiente con que la mujer del Cesar ha de se honesta, sino que también tiene que parecerlo. Sin embargo, es evidente, que ese elitismo -haciendo constar que utilizo el término en su mejor versión-, tanto en el rigor enjuiciamiento popular como en la actuación de la otra parte, se está reduciendo grandemente en los tiempos que corremos. Siendo muy escasos mis conocimientos de sociología, pienso que esta aminoración que puede ser comprobada fácilmente con sólo ver y escuchar el comportamiento de los ciudadanos, quizás sea debida a que está habiendo una importante relajación de costumbres por parte de todos, y que afecta enormemente a todo el mundo. Y que es debida al intento de equipararse los unos con los otros, pero eso sí, por lo bajo, por lo cómodo, no hacer un esfuerzo para subir sino que bajen ellos. Pienso que la tan traída y llevada globalización nos ha llevado a ello. Se ha masificado no la auténtica cultura, que también pero escasamente, sino unos relativos conocimientos adquiridos con la enorme importación de palabras, la forma de decirlas y el excesivo, y no siempre adecuado, uso de los aparatos electrónicos. Vamos a tutear, a cambiar los modos de vestir, a meternos en la vida de los famosos haciéndolos habituales de la prensa del corazón y otros medios de comunicación. Y además, pero este ya es otro tema, a muchos de ellos no les importa, lo están deseando, porque es uno de sus “medios de vida”, y no el menos importante. Ramón Serrano G. Diciembre 2017

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