jueves, 7 de septiembre de 2017

Bomberos y plaquetas

Entre los muchos trabajos que pueden desarrollar los seres humanos, haylos de la más diversa clase y condición, al igual que suele ocurrir con tantas otras cosas en esta vida. Así, y refiriéndome a ellos, voy a recordar que todos necesitan su correspondiente esfuerzo y dedicación, pero mientras el desarrollo de unos es grato y placentero, el de otros, por esencia, práctica y realización, no es precisamente envidiable. Veamos algunos de ambas clases. Más aplaciente y deleitoso resulta el oficio de bordar (¿quedan aún bordadoras?, la tarea del confitero o el trabajo de una florista, que el que tiene que desempeñar un minero o el encargado de recoger la basura. Y dentro de las mismas labores, hay una gran diferencia entre una u otra especialidad. Al médico que atiende un parto y trae a la vida a un nuevo ser, se le ve más satisfecho que al forense. O en un periódico, donde hoy en día es tan lamentable atender la sección de sucesos que la de política, siendo muy fácil imaginarse el porqué. Por ello, y sabiendo que hay personas de toda clase y condición, y aunque la rutina hace que en la vida laboral, pese a que hay muchas satisfacciones, todos acabamos por tragar carros y carretas, en unos casos se dice de modo resignado y cabizcaído: -Voy a trabajar, como queriendo expresar que no queda más remedio, mientras que hay otros en los que la persona se manifiesta de manera exultante: - ¡Voy a trabajar!, o sea voy a ganarme el condumio y lo voy a hacer disfrutando. Y ahora, y declarando que todas las faenas son merecedoras de las mayores loas, con mi admiración y agradecimiento para ellas, quiero hacer mención especial para dos a las que considero especialmente difíciles de llevar a cabo siendo al mismo tiempo muy benefactoras para el correcto desarrollo de la vida de los seres humanos, aunque sólo actúen en determinadas ocasiones. Me estoy refiriendo, clara y sencillamente, a los bomberos y a las plaquetas. Son los unos aquellas personas que tienen por oficio extinguir los incendios y prestar ayuda en todos los siniestros imaginables. Su horario está útil las veinticuatro horas de los siete días de todas las semanas de los doce meses de todos los años. Por otra parte, alguien afirmó que a lo que unos llaman ser héroes, los bomberos le dicen hacer su trabajo. No les importa si el siniestro al que tienen que acudir está aquí mismo, en la Cochinchina o en las Chimbambas, ni si la persona afectada es un inmigrante, un empleado de comercio o el conde de Villamatorrales. Y, por supuesto, sus emolumentos no se incrementarán lo más mínimo haya sido mucha o poca su tarea, y si en ella se ha corrido un mayor o menor riesgo. Son personas en las que se puede confiar sin conocerlos y seguirlos aunque no se sepa adónde van. Y no quiero terminar mi referencia a ellos sin recordar aquella afirmación en la que se manifiesta que si alguien cree que es duro ser bombero, que piense en lo que debe ser mujer de un bombero. Sean ahora mis palabras para las plaquetas. Estas son junto a los glóbulos rojos, que transportan el oxígeno desde los pulmones por el resto del cuerpo, y los glóbulos blancos, que contribuyen a combatir las infecciones, son, digo, unos seres de corta vida, componentes de la sangre de los vertebrados. Están producidos por la médula ósea y tienen un tamaño de 3 o 4 micras, que habitualmente permanecen calladitos y aparentemente quietos, pero que cuando son necesitados, se ponen en movimiento para desarrollar su magnífica y beneficiosa tarea, que no es otra que la de colaborar en la coagulación sanguínea, cortando así las hemorragias e impidiendo un temible y peligroso desangrado. Como es fácil observar, o al menos a mí me lo parece, hay un gran paralelismo entre los bomberos y las plaquetas si lo enfocamos desde el siguiente prisma: ambos son agentes humildes, silenciosos e ignorados (en la vida corriente no se hace casi nunca referencia a ellos), pese a que si, y por desgracia, somos los sujetos pasivos de algún evento desagradable que precise de su ayuda, pocos van a acudir a prestárnosla con mayor rapidez y con tanta eficacia. Y luego, una vez llevada a cabo su beneficiosa intervención, sin reclamar nunca y casi nunca recibir el más mínimo reconocimiento de tirios ni de troyanos, retirarse a su cotidiana “pasividad” a la espera paciente de otra urgente llamada. Y si hasta aquí me he referido a seres humanos, a todo o a una parte de ellos, quiero también tener ahora un recuerdo para tantas y tantas personas, seres, o cosas, que ha habido, hay y habrá en este mundo, las cuales, sin dar un cuarto al pregonero, son extremadamente útiles y beneficiosas para el hombre a lo largo y ancho de la existencia tanto de unos como de otros. Por supuesto, no voy a enumerarlas detalladamente ya que su relación sería forzosamente prolija y, desde luego, incompleta. Pero sí quiero hacer hincapié y resaltar de nuevo que, en demasiadas ocasiones, dejamos que permanezca postergada la tarea de quienes, siendo enormemente útiles y beneficiosos para la vida humana, su existencia y méritos se ven muy olvidados y, por supuesto, escasamente reconocidos. Mas mala la hubiésemos, ¡ay de nosotros!, si un día los necesitáramos y no los tuviésemos cerca y, como siempre, a nuestra más entera disposición. Ramón Serrano G. Agosto 2017

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