sábado, 27 de mayo de 2017

Y entonces

Para TLS, por su constancia en la lectura de mis escritos. Con mi agradecimiento. . Pienso que no me equivoco si digo que a todos nos gusta soñar despiertos. ¡Oh, soñar, qué cosa tan agradable! Y hago constar que me estoy refiriendo a imaginar, a elucubrar en estado de vigilia y no mientras se duerme, sucesos o escenas que percibimos como reales aunque por supuesto sólo han acaecido, o han de suceder, en nuestro magín. Y al hacerlo, cuando estamos casi convencidos de que lo soñado es real, una vez que nuestra mente se ha instalado en el albergue de la sexta felicidad, en el instante en que se ha extasiado nuestro espíritu en esa creencia, entonces viene el jefe y te echa la bronca; o el vecino te fastidia la siesta con el volumen del televisor; o te manchas la corbata desayunando en la cafetería; o el cliente anula el pedido; o el político se pone a hablar (eso si no actúa, que si actúa es peor); o lo que sea. Pero el caso es que el día, y lo que es peor aún, nuestro sueño, se tuerce de muy mala manera. Porque la mayoría de los humanos, haciéndonos eco de nuestra esencia hedonista, buscamos siempre la felicidad, bien la verdadera, o bien la que a nosotros nos parece que lo es, o lo sería, si las cosas sucedieran a nuestro antojo. Y esto lo hacemos a ultranza, tanto, que a veces nos esforzamos en mentirnos a nosotros mismos sin querer ver nuestras carencias y limitaciones, reales o soñadas, sean del tipo que sean. A veces, repito, creemos oír o ver aquello que tememos y a veces lo que deseamos. Y esas ilusiones oníricas de las personas, esas que les proporcionan tanta dicha (a veces tanto miedo), pese a ser pequeñas, llegan a producir visiones, casi visuras, grandiosas, trascendentes, y llenas de importancia, aun cuando esto sea distinto en cada individuo. Supongo que esto pueda deberse a que el sol, al ponerse, deja de brillar sobre nuestra alma, y la noche del infortunio, o lo que es peor aún, la de la rutina, le quita la luz a nuestra vida. Por ello, en la soledad del dormitorio, así como en la de la celda del prisionero, en la que este gusta de compartir su escaso condumio con el ratoncillo que le visita asiduamente, digo que en las más de las ocasiones a los seres humanos nos agrada dejar volar sin tasas a nuestra imaginación y, fantasiosos, trasladarnos a paraísos de las más distintas condiciones. Antes de continuar, diré que sé que alguien estará de acuerdo conmigo en esto, como sé que otro alguien afirmará que eso es afición de niños o de adolescentes que no se han enfrentado aún a los avatares de la vida, ni han sufrido en sus propias carnes los reveses que esta impone, pero que una vez metido en la cruda realidad, cuando te retiras a descansar, o son las preocupaciones las que motivan el desvelo, o el agotamiento te hacer dormir de inmediato. Como también he de decir que sí, pero no. Que hay un gran número de personas que padecen de esas “miserias”, pero que también haylos que gozan lo indecible sacando, pródiga y minuciosamente, a pasear a su mente,, inquieta o ávida de gozo. Y la tarea de estos últimos es la referencia de este escrito. La sucesión de peripecias ensoñadoras en estado de vigilia suele empezar de dos maneras: casual o forzada, aunque suele haber más de estas que de aquellas. Es natural. Como nos cuesta lo mismo, y nadie nos obliga a nada, llevamos nuestros pensamientos por donde nos viene en gana, que bastante hay que penar cuando no queda otro remedio. Entonces, mientras el sueño llega (y a veces debe venir desde muy lejos, no sé de donde, pero lo cierto es que tarda muchísimo en hacerlo), damos comienzo a un repaso para nuestra satisfacción y empezamos a sacarle al magín un rendimiento óptimo a todas y cada una de nuestras actividades. Dos son también las ocupaciones a la que nos entregamos. A veces repasamos el pasado, o mejor dicho, parte de él, y concretamente, aquella que nos interesa ya que nos resulta placentera y deleitosa. Condenamos al más absoluto olvido lo que nos resultó fastidioso, hasta llegamos a creer que no fuese sucedido, y rememoramos de contino, cuanto sea menester, pormenorizadamente y magnificándolo, lo que nos acaeció en otra época y que permitió nuestro beneficio o leticia. En otras ocasiones dedicamos los ensueños a darle un buen fin a cualesquiera de nuestras empresas o dedicaciones: estudios, trabajo, relaciones, negocios, planes y proyectos, todo, absolutamente todo lo que nos planteemos, nos parece factible y hasta fácil de conseguir, y para ello aportamos cuanto esfuerzo sea necesario. Con la imaginación saltamos vallas, sorteamos obstáculos, resolvemos problemas, hacemos cuanto sea preciso para felizmente conseguir al fin nuestro anhelo. Y en bastantes ocasiones, no contentos con lo alcanzado imaginariamente en un primer envite, deseosos de más satisfacción, de un más amplio godeo, añadimos cuanto cabe a nuestra imaginación para tratar de llegar al infinito gozo. Y así, cuando la mente comienza a obnubilarse, en el momento en que los sentidos van perdiendo energía, Morfeo nos va cogiendo entre sus brazos y el tío de la arena va esparciendo su mercancía por la alcoba por lo que los ojos no pueden, casi, permanecer abiertos, en ese justo instante, cuando estamos habiendo felicidad en grado sumo… nos acordamos que hemos dejado encendida la luz de la cocina. Ramón Serrano G. Mayo 2017

No hay comentarios: