viernes, 21 de julio de 2017

Consejos

Las gentes, y sobre todo los amigos, son y somos muy proclives a darnos y darse consejos, y todos lo hacen y lo hacemos, casi siempre, con la mejor intención aún a sabiendas de tres cosas: que no se van a seguir en un alto porcentaje de veces; que no siempre esas recomendaciones son las más adecuadas para el problema en cuestión y que, por tanto, en demasiadas ocasiones son merecedores de ser escuchados, por la más elemental educación, pero no de ser obedecidos. De cualquier forma, vaya este escrito como testimonio de agradecimiento hacia los amables consejeros, dado su aparente interés y buena voluntad. De este tema, como de tantos y tantos otros, se han dicho infinidad de cosas, unas amenas, otras interesantes, tanto por parte del pueblo llano como de los más renombrados personajes. Citaré tan sólo estas que siguen. Sócrates llegó a decir: -Mi consejo es que te cases; si encuentras una buena esposa serás feliz; si no, serás filósofo. El romano Tácito reconocía que cuando gozamos de salud damos fácilmente consejos a los enfermos. Por su parte, el gran Lope de Vega afirmaba: -No hay cosa más fácil en este mundo que dar consejos, ni más difícil que saberlos tomar. Y por último, tan sólo una alusión al gran número de ellos, y estos sí que eran todos sabios, que D. Quijote regalase a Sancho. Aquel de: - Come poco y cena más poco, que...; o ese otro: - No andes, Sancho, desceñido y flojo… Hablemos ahora de ellos que en sí, como todo el mundo sabe, son opiniones que se dan para orientar a alguien en un momento concreto a fin de que actúe de un modo determinado en un específico asunto. Suelen estar basadas esas sugerencias en la experiencia, mucha o poca, que sobre ese tema en particular tiene el aconsejador de turno, pero en ellas pueden influir, y de hecho lo hacen y con bastante trascendencia, varios condicionantes, que son a saber: La primera referencia va destinada a las personas que los dan (releamos la afirmación de Tácito), que suelen ser muchas y, de ellas la mayoría, hacen sus recomendaciones con la mejor buena fe. Pero también debemos tener presente que esas recomendaciones están, ante todo y la mayoría, preñadas de subjetivismo (cada una habla de la feria según le va en ella) y que ellos, como cada quien, tienen sus gustos particulares, una peculiar manera de tratar el problema, ya sea porque lo ven con un enfoque diferente, o porque cada persona aspira a dar el modo en el trato o un final a sus problemas, que no siempre es el mismo, tanto por importancia, urgencia, conformismo, etcétera. Y además, y esto no debe olvidarse, que el que conseja no paga. El siguiente problema que suele darse en la donación de las soluciones más convenientes, es el hecho de que el decidor esté lejos de ser una autoridad en la materia (en la mayoría de las ocasiones así es), por lo cual no está propagando un dogma y, sin saberlo, puede hallarse confundido y por tanto inducir al error al escuchante tanto en acción, como en omisión o pensamiento. Sin generalizar, que no sería lo correcto, está demostrado que el creíque y el penseque, son síntomas de tonteque. Por último acudiremos a otras descoveniencias que pueden favorecer o perjudicar en mucho el resultado final del consejo a dar. Son variadas y frecuentes. Así están aquellas sugerencias que se hacen, no para eludirlos en su totalidad, sino, únicamente, para evitar males mayores. Las que, con eficiente caridad, quieren sacar de su inopia al actor. Las que se tienen que realizar con premura pues cumple el plazo establecido para su realización, y es mejor hacer algo, aunque no sea todo lo bueno o eficiente que se quisiera, que quedarse mano sobre mano. Podría ir relacionando gran cantidad de acciones de esa condición, mas no es el caso, pero sí quiero insistir en que, aun cuando lo normal es que esas labores se hallen repletas de las mejores intenciones, ello no es suficiente para atestiguar que su obedecimiento sea el mejor camino a seguir por parte del aconsejado, puesto que hasta se han dado consejos, y demostrado está, en los que el consejero buscaba antes que nada, no el bien del otro, sino sus propios intereses. Recordemos al efecto la fábula de Samaniego que comienza de este modo: “Bebiendo un perro en el Nilo, al mismo tiempo corría. -Bebe quieto-, le decía, un taimado cocodrilo. Díjole el perro prudente: -Dañoso es beber y andar, ¿pero es sano el aguardar a que me claves el diente? ¡Oh, que docto perro viejo! Yo venero tu sentir en esto de no seguir del enemigo el consejo.” La solución es clara o, al menos, así me lo parece. Cuando hayamos de llevar a cabo alguna obra y no seamos duchos en el modo de hacerla, hay que tener muy en cuenta que es apropiado (y mucho, se podría decir) pedir consejo a persona que sea docta en la materia y de gran fiabilidad, hacerlo con el mayor tiempo posible, y exponer con absoluta claridad, y sin reserva alguna, los datos, condiciones y finalidad que nos guía. Tras ello, estoy seguro de que la persona a la que hemos pedido asesoramiento, pondrá a nuestra disposición, casi con seguridad, su mayor sapiencia. Pero también estoy seguro de que, estando convencidos de la bondad de sus consejos, luego nosotros actuaremos como nos venga en gana. Ramón Serrano G. Junio 2017

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