viernes, 21 de julio de 2017

La felicidad

Para Conchi López Moreno, con mi agradecimiento por los trabajos tan bonitos que hace sobre mis poemas. La fiesta de la vida había cesado mucho antes del atardecer de sus días.- Rabindranath Tagore. Ya he comentado en alguna ocasión que los seres humanos somos hedonistas por naturaleza, y que la mayoría de ellos dedican, o mejor dicho dedicamos, una gran parte de la subsistencia a la conquista de la felicidad, y no quiero dejar pasar este momento para recomendar la lectura del maravilloso libro que, con ese título, escribiera Bertrand Russell. Pero volviendo a lo que hablábamos, diré que constantemente creemos tener derecho a que nuestra vida, en su totalidad, sea una fiesta, y que no deberíamos tener nunca desdichas de ningún tipo. Sin embargo es bien sabido que, por el contrario, la existencia, por corta o larga que fuere, está llena de incidencias de toda clase y condición, muchas de ellas naturales y bastantes otras muchas producidas por un uso indebido de nuestras actuaciones y conductas, siendo cierto que algunas de esas conductas las llevamos a cabo sin detenernos a estudiarlas y sin pensar que pueden tener un final poco agradable, las ejecutamos sabiendo que nos van a proporcionar, ineludiblemente, una gran compunción, una inmensa amargura. Y pese a ello las hacemos. Ahora, y tan sólo muy de pasada, nombraremos a las que sin ser malas esencialmente, a nosotros nos lo parecen porque interrumpen o lesionan nuestras apetencias. Por eso, repito, que es completamente absurdo que anhelando como lo hacemos el ser felices, llevemos a cabo tantos disparates, tanta badomía, y que lo hagamos deliberadamente y con el conocimiento de que con ello conseguiremos, si acaso una pequeña y pasajera dicha, pero, con seguridad, un seguro fiasco que nos ha de llevar, por ende, a una gran pesadumbre. Sin embargo, repito, lo hacemos una vez y otra. Pero vayamos al tema de fondo que me lleva a este escrito: la felicidad. El DRAE la describe como un estado de satisfacción espiritual y física, o la ausencia de inconvenientes o tropiezos. Sobre ella se ha dicho tanto, y por tan grandes autores, que venir a decir algo nuevo sería una necedad por mi parte, por lo que me limitaré a tratar de ir recordando ideas y recopilando opiniones. Básicamente se ha de pensar que el conseguir ser feliz se basa mucho en el concepto que cada quien tenga de ello, en la valoración y el conformismo, pues lo que para unos no tiene importancia, para otros es el súmmum de la alegría, y viceversa. Tampoco hay que ser demasiado exigentes para conseguir su alcance pues se corre el riesgo de no lograrlo. Recuerdo que Joaquín Bartrina decía: “Si quieres ser feliz, como me dices, no analices, muchacho, no analices”. O aquella frase que corría por estas tierras nuestras, y que afirmaba que un pobre se daba por contento con que le salieran las alpargatas buenas. Por igual se ha de tener presente que, por diversas razones, no todo el mundo es capaz de alcanzar la plenitud de las cosas que desearía, por lo que se ha de procurar tener únicamente aquello que se pueda conseguir con las condiciones que cada cual posea, ni un ápice menos ni una brizna más, pero con ellas, se ha de tratar siempre de alcanzar un estadio en el que las horas parezcan leguas, y que se esté deseando que no transcurran sabiendo que nunca se podrá volver a vivirlas. Eso sería en cuanto a la cantidad, pero en cuanto al modo, se debe procurar primeramente ser feliz en nuestro interior sin necesidad de tener que acudir para logarlo, y por obligación, a cosas y elementos externos que nos proporcionen ese estado. Digamos también que se debe, a toda costa, procurar hacer agradable la vida a los demás y poner el mismo empeño tanto en serlo nosotros, como en que lo sean ellos. Con un sentido anecdótico, traigo a colación dos opiniones sobre las maneras de alcanzar la felicidad. La primera de Freud, quien dice:” Sólo hay dos maneras de ser dichoso: hacerse el idiota, o serlo”. Otra es un proverbio chino que afirma: “Si quieres ser feliz un día, emborráchate; si quieres serlo tres días, cásate; si quieres serlo toda la vida, hazte jardinero”. Finalmente, quiero afirmar que no existe felicidad completa, como tampoco hay una desventura completa, hasta el punto que todo rato que nos sea placentero conlleva, ineludiblemente, algún sacrificio, que es posible que lo padezcamos gustosamente, pero que hay que hacerlo. Así, somos felices cuando invitamos a nuestro derredor a familiares, amigos, deudos y allegados, aunque luego, acabado el sarao y una vez idos todos ellos, seamos nosotros los que tenemos que fregar los platos, volver a colocar el mobiliario, pagar las facturas… Termino ya porque es este un tema inacabable, y lo hago primero refiriéndome a que, en el decir de muchos, la felicidad completa no existe en este mundo, por lo que debemos desear más que otra cosa, es que la desgracia no nos visite con regularidad. Y después, con la transcripción de una frase de Benjamín Franklin, a mi juicio maravillosa, en la que asegura que hay que ser comedido en nuestras aspiraciones, porque la felicidad ha de llegarnos, no con grandes golpes de suerte, sino con la consecución de pequeños deseos, tanto por su cantidad como por calidad. Ramón Serrano G Junio 2017

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