viernes, 23 de febrero de 2018

Subjetiva - objetiva. (y 2)

Habiendo hablado en el número anterior de la subjetividad, trataré de hacerlo hoy de su antónima, la objetividad, concepto este que para mí y para muchos otros tiene un muy superior valor sobre aquel, y, pese a ello, es utilizado muchísimo menos, tanto por el hombre de la calle como por los medios sociales, en todas y cada una de sus categorías. Repetiré que, según el Diccionario de la Lengua Española, objetividad es el concepto desapasionado, desinteresado, que se tiene de algo o de alguien, perteneciente o relativo al objeto o al suceso en sí mismo, y con absoluta independencia de la propia manera de pensar o de sentir del sujeto que la ejerce. Y abundando en su descripción, ya que siendo un concepto importantísimo no suele utilizarse como se debiera, diré que es el sentir sobre algo con una falta de sesgo o prejuicio, y de tal modo, que hace que sea posiblemente el trabajo más difícil para un juez. Es aquello que nos hace ver las cosas tal como son en realidad y no como nos agradaría que fuesen, por lo que, aplicándola, podremos ver la verdadera luz de un problema y con ello encontrar las soluciones correctas. Para su mejor comprensión citaremos sus sinónimos que son ecuanimidad, imparcialidad, neutralidad, equilibrio, realidad, con lo que los antónimos quedan así prácticamente expuestos. Diremos además, aunque muy de pasada, que se le puede dar un sentido ontológico, epistémico o ético. El primero la caracteriza como aquello que es propio de un objeto, o sea, lo que lo constituye, lo que se considera real antes que nada, algo invariante. El segundo es el índice de confianza o de calidad que se tiene, o tenemos, del objeto o concepto en cuestión. Y por último, al hablar de lo ético, nos estaremos refiriendo al distanciamiento del sujeto de él mismo en aras de acercarse al objeto, optando por la concepción de la idea de que la objetividad y la subjetividad se excluyen mutuamente. Sobre ella han escrito mucho y bien autores de gran valía. Veamos algunas de ellas: -“El valor cognoscitivo de una teoría nada tiene que ver con su influencia psicológica sobre las mentes humanas. Creencias, convicciones, comprensiones... son estados de la mente humana. Pero el valor científico y objetivo de una teoría es independiente de la mente humana que la crea o la comprende”, afirmaba Imre Lakatos, filósofo húngaro judío. -“Las palabras se doblan en nuestro pensamiento a los caminos infinitos del auto engaño, y el hecho de que pasamos la mayor parte de nuestras vidas mentales en mansiones cerebrales construidas de palabras significa que nos falta la objetividad necesaria para ver la terrible distorsión de la realidad que aporta el lenguaje” dijo Dan Simons, un gran psicólogo estadounidense, aunque es más conocido por sus trabajos sobre la ceguera del cambio y la ceguera desatencional, dos sorprendentes ejemplos de cómo la gente puede desconocer la información justo delante de sus ojos. - “La realidad existe como un absoluto objetivo: los hechos son los hechos, independientemente de los sentimientos, deseos, esperanzas o miedos de los hombres”, afirmaba Ayn Rand, la gran escritora y filósofa estadounidense. Por otra parte, San Juan de la Cruz bendecía a quienes dejando aparte sus gustos e inclinaciones miraban las cosas en razón y en justicia para hacerlas correcta y debidamente. - “Vemos las cosas, no como son, sino como somos nosotros” dijo Immanuel Kant, el gran filósofo prusiano. Y todo esto puede, y viene a quedar resumido, en un proverbio alemán que dice que los ojos se fían de ellos mismos, mientras que los oídos se fían de los demás. He querido así, con esta sucinta exposición, recordar cómo la forma más común de actuar entre los seres humanos está, habitualmente, muy lejos de ser objetiva. Las opiniones se basan más en los sentimientos que en el análisis desde todos los puntos de vista, y a ello suele llevar el engreimiento de pensar que somos omnisapientes o la desilusión por no haber acertado plenamente en la elección de la pareja, el trabajo o el lugar de residencia. Es sabido que hay una tendencia natural a querer llevar siempre la razón, sin querer ver la posibilidad de nuestro error. Deberíamos ser siempre objetivos, y para esto no permitir que las circunstancias nublen la visión del hecho que hay que resolver; pedir consejo a los demás, sabiendo y queriendo escucharlo; evitar cualquier tipo de apasionamiento; centrase en los hechos y no en las personas, que se pierde la objetividad cuando se dice: “Siempre haces lo mismo, eres igual que tu padre”; basarse en lo ocurrido sin calificar al sujeto; no precipitarse para emitir juicios. Y hasta aquí estas opiniones sobre el tema, manifestando que al desarrollarlas y exponerlas he intentado, a toda costa, fuesen lo más objetivas posibles. Ramón Serrano G. Febrero 2018

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