miércoles, 25 de julio de 2018

Costumbres

Entre las muchas feas costumbres que, para mí, tienen los seres humanos, está la de comparar la magnitud de muchas de sus acciones, ya sea para magnificarlas o para su degradación. Tenemos, estaría mejor dicho y metámonos todos, el hábito de decir si esto o aquello es el mayor bien o la peor desgracia, sin conformarnos con aplicarles epítetos como grande, pequeño, desagradable o excelente. Lo estamos oyendo diariamente: -Esta es la mayor desgracia que te puede pasar. -Esta es la mayor alegría que se puede llevar una persona. Las causas de esta acción parecen claras. Si se trata de algo dañoso o desagradable, lo que buscamos desaforadamente es la conmiseración del prójimo ante nuestro infortunio y cuanto mayor lo mostremos, más grande será su misericordia y su disposición a favorecernos. Y aunque el ejemplo no sea agradable en modo alguno, es la actitud que toman algunos indigentes cuando salen a ejercer su “tarea”, que utilizan ropas andrajosas e incluso fingen lesiones o carencias físicas inexistentes. El motivo de la magnificación de nuestras expresiones es bien diferente si lo que nos viene sucedido es de naturaleza beneficiosa, sea esta de la clase que sea: económica, social, familiar, etc., etc. Aquí empezamos a darle cuartos al pregonero para que todos sepan que hemos obtenido algún beneficio, que hemos triunfado en algo, que nos acaba de sonreír la diosa Fortuna. Y se trata de que de ello se enteren, “desde la princesa altiva, a la que pesca en ruin barca”, propios y extraños, tirios y troyanos, ya que cuantos más sean los conocedores de nuestro éxito, mayor será la importancia de este y más personas nos envidiarán. Y el citar este comportamiento me da pie para exponer una terminología de nuestro vocabulario verdaderamente extraña, y casi, casi, increíble, a mi juicio. Me estoy refiriendo a la envidia, que es el pesar del bien ajeno o la emulación y el ansia de tener lo que no se posee. Algo, a todas luces malo, y malo de solemnidad, que hay hasta quien tiene dicho que es el peor de los pecados que puede cometer el ser humano. Es, en su principio, desear desaforadamente cualquier bien, de cualquier clase o condición, que posea otra persona. Sin embargo, y debido a la inteligencia emocional, se ha cambiado el significado original del término añadiéndole el adjetivo sana. Y así, la envidia sana es la noble admiración que sentimos hacia los méritos, virtudes o posesiones, de otro, deseando que los mantenga y con la ilusión de que algún día también podamos disfrutarlos nosotros. La verdad, es que no sabría explicar la causa por la que se ha producido este nuevo concepto, que sería impensable en términos como enfado, tristeza, rencor, por ejemplo. Pero ni este es el medio, ni yo soy quien para seguir abundando en el tema, así que pasaremos página. Después seguiré refiriéndome a la envidia, pero ahora me detendré brevemente en la palabra envidiable, derivada natural de envidia, y a la que se le ha dado extrañamente un concepto laudatorio, ya que siendo algo que despierta envidia, la cual, y como acabamos de decir, es deleznable, se tiene como algo digno de ser deseado y apetecido por su bondad en una o varias facetas, sin que se sepa el motivo; yo, desde luego, lo ignoro. Misterios tiene la ciencia. Pasemos, ahora sí, a hablar de la envidia. Sobre ella podemos encontrar cantidad de dichos, refranes y sentencias: si la envidia fuese tiña cuántos tiñosos habría; que es mala consejera; que es peor la envidia del amigo que el odio del enemigo; que ella sigue al mérito como la sombra al cuerpo; que el envidioso quiere tanto lo que tú tienes como que lo pierdas. Y así podríamos seguir citando gran cantidad de ellos. Cosa parecida es la opinión que cierto personaje argentino tiene dada sobre la envidia diciendo que es el peor de los pecados, ya que el goloso come, el lujurioso realiza su acto, el avaro toma su dinero…, mientras que el envidioso se reseca en…Bueno, en su envidia. Ya, y por último, diré tres citas de estos pensamientos, las tres muy breves, pero enormemente acertadas. Napoleón dijo de ella que tan sólo era una declaración de inferioridad. Unamuno, que era la más terrible plaga de nuestras sociedades y la íntima gangrena del alma española. Francisco de Quevedo la describió diciendo que siempre está flaca porque muerde y no come. Y aun pensando que estos asertos tienen todo el fundamento habido y por haber, quisiera, en mi parvedad, mostrar mi disconformidad a esa afirmación de Alejandro Dolina diciendo que es el livor (y permítaseme llamarla así), el mayor yerro, la peor falta que puede cometer el ser humano, pues pienso que tan grande como pueda ser esa falta hay otras varias, entre las cuales podríamos citar al egoísmo, cuyo empuje nos lleva a preocuparnos exclusiva y desmedidamente de nuestros intereses y ambiciones, desatendiendo por completo los de los demás. Pero acabo aquí esta exposición, que no es mi misión moralizar a nadie, ni soy quien para hacerlo. Pero sí digo que más nos valdría a todos, a mí el primero, no conformarnos con juzgar las malas acciones, sino tratar de no cometerlas. Ramón Serrano G. Julio 2018

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