sábado, 26 de enero de 2008

el bosque

El bosque
Ramón Serrano G.

Para Rocío Torres, una mujer enamorada de su pueblo, su cultura, sus gentes.

Mucho tiempo antes de conocer a Luis, viví en un lugar en el campo, que tanto por lo benigno de su clima como por la belleza de su entorno era realmente un paraíso, una floresta formada por paisajes a cual más hermoso y atractivo. Mi vida, sin que reniegue o me queje en absoluto de la actual, constituía entonces una delicia, ya que mis ocupaciones no eran excesivas ni agobiantes y además tenía bastante tiempo libre para hacer correrías a mi gusto y disfrutar enormemente de parajes, de los que cabría decir que no los habrá mejores en el paraíso.
Y un buen día, cuando empezaba a apuntar la primavera, el cielo estaba limpio como una patena y el sol regalaba aún mas satisfacción que incordio, me extendí sin notarlo en mi paseo matutino, y fui a dar a un bosque realmente singular y extraño, formado por unos árboles que yo no había visto nunca, y por supuesto no conocía. Mi vida se había desarrollado siempre en el campo y sabía distinguir perfectamente unas de otras, entre las muchas especies arbóreas de los contornos. Pero mi extrañeza era cada vez mayor al descubrir cada uno de los que eran, para mí, extraños componentes de aquella algaba. Porque noté enseguida que no era aquél un bosque mediterráneo, ni tropical o una taiga o bosque boreal, o el templado europeo, o uno de producción para proporcionar madera, corcho, resina, látex, tanino, etc., o uno de protección para evitar erosiones y asegurar y regularizar el régimen de aguas. O de esos recreativos que existen para asegurar a la población sitios de recreo, ocio y rutas turísticas. Ni tampoco un bosque monoespecífico de coníferas, de frondosas, como los hayedos y robledales, o resinosas, como los pinos y sabinares
He de decir que su aspecto era sumamente agradable y el entorno que formaban ofrecía un aspecto y un ambiente acogedor, oferente de adentrarse en él, pero el temor a lo desconocido, y aunque lo que estaba observando era muy sugestivo, volví sobre mis pasos y regresé a la casa, no con miedo, pero sí con deseo de preguntar a mi amigo y amo de aquellos entonces qué clase de sitio era aquél que había descubierto. A mi llegada estaba sentado en el porche y me faltó tiempo para darle cuantas explicaciones pude de mi hallazgo. Él, ya viejo y por lo tanto sabio, me escuchó pacientemente, y cuando finalicé mi explicación, se sonrió y me dijo: “ mañana iremos a ver esa maravilla de descubrimiento que has hecho”.
Y así fue. Cuando empezaba a mediar la mañana empezamos a caminar, yo con ansia y él sin prisa, hasta que al rato llegamos al lugar de autos. Y cuando quise empezar a indicarle la rareza de cada uno de los arboles que allí se encontraban, me atajó diciéndome:
- Mira Luca. Este lugar lo conozco desde que era muy joven. Cuando lo vi por primera vez me ocurrió algo parecido a lo que te ha sucedido a ti, y empecé a estudiar a qué raza, clase o condición pertenecían estos ejemplares. Los visité muchas veces y acabé conociéndoles como si fueran de mi misma familia, que a tales los quiero. Y ahora voy a ir enseñándotelos, uno a uno, para que tú también los conozcas y aprendas a quererlos.
Mira, ese de ahí es el del Saber. Como observarás, tiene muchas ramas, muchas, porque él comprende y contiene una cantidad enorme de especialidades y materias. Pero cualquiera de las que elijas de entre ellas la encontrarás sumamente atractiva y satisfactoria. Quien se acoge a este árbol encuentra la felicidad, pues bajo su influencia el cuerpo y el alma adquieren una paz imposible de encontrar en otro lugar o por otros medios.
Este es el del Trabajo. Como verás es muy viejo y está retorcido por el esfuerzo. Pero también es muy fuerte y proporciona siempre unos frutos muy satisfactorios para el buen vivir de los seres que a él se entregan.
El de ahí delante es el de la Esperanza, y el verdor profundo que tiene nos hace creer que el futuro nos será pródigo y agradable, lo cual conlleva un punto de felicidad.
Aquí al lado se encuentra el de la Caridad. Como ves procura ayudar y dar cobijo a quien lo necesita, sin pedir ni esperar nada a cambio.
Mira donde tenemos al de la Nobleza. Su porte es hermoso y no lo temas nunca, antes al contrario, procura acercarte a él, que es incapaz de hacer daño a alguien, ni procurarle otra cosa que no sean beneficios.
No creas que aquél que ves como encorvado, está así por pleitesía o servilismo, no. Es que es el de la Gratitud, y está dando muestra constante de agradecimiento por cualquier bien que le hayan hecho, ya sea este grande o pequeño. Pertenece a una especie muy escasa, o sea, que no hay muchos de ellos en el mundo.
Y por último quiero que veas al más hermoso y atractivo de todos. Es el del Amor, y sobre este quiero hacerte algunas aclaraciones. Primero que mucha gente lo confunde con otra especie que se parece a él pero sólo en lo externo y que se llama del deseo, aunque entre uno y otro la diferencia es abismal. Y segundo que es imposible lograr los frutos de este sin pincharte con sus abundantes y dolorosas, pero agradables y deseadas espinas. Y no olvides, pues no hay verdad tan grande como esta, que quien consigue alcanzarlos, encuentra en ellos la mayor felicidad del mundo.
Volvimos a la casa y yo regresé en repetidas ocasiones al maravilloso bosque, por lo que pude comprobar la veracidad y exactitud de todo cuanto mi amo y amigo me había contado. Pero una mañana, cuando estaba placenteramente acomodado en tan idílico lugar, vi llegar a una cuadrilla de obreros, con grandes sierras y excavadoras, y oí decir al que parecía el capataz:
- Venga muchachos, que esto lo talamos en unas horas y este año no nos va a faltar leña para el fuego.
Febrero 2004

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 27 de febrero de 2004

No hay comentarios: