domingo, 20 de marzo de 2016

Y en el invierno...

Creo haber dicho con anterioridad, y me complace en extremo repetirlo, que pocas actividades hay tan placenteras para el hombre como recordar tiempos, costumbres y trabajos, de su niñez y de su juventud, por mucho que aquella estuviese llena de estrecheces y penurias de las que hoy, por fortuna, muchos estamos exentos. Y aunque no acostumbro a consentir a mis pensamientos que se detengan demasiado tiempo en el pasado, sí que suelo tener evocaciones con cierta frecuencia y, en una de ellas, vino a mi memoria un refrán que corría en mi niñez por estas manchegas tierras, en las que tuve y tengo la fortuna de vivir, y al que ya aludí en uno de mis escritos allá por enero del año 2000. Decía así: “Quién fuese cura en verano/ y en el invierno pastor;/ y en el tiempo de vendimia,/ quién fuera vendimiador”. Las gentes de hoy, acostumbradas a otros usos, quizás no lleguen a alcanzar el sentido del dicho, por lo que me permito pasar a explicarlo. En primer lugar, los curas y el verano. ¡Ay los curas! Pocos seres han recibido, en todos los tiempos, tantos ataques de tantos, pese a ser, como en realidad son la mayoría de ellos, santos varones que dedican su vida a ayudar a los demás. ¿Qué a bastantes les ha gustado en tiempos pretéritos una vida, llamémosla, un tanto regalada y comodona? Pues sí, ¿y a quién no? Y de ahí el verso. Entonces diremos que, en el estío, el plebano del lugar madrugaba un tanto para decir su misa con el fresquito. Tras ella se refugiaba en su confortable casa para pasar la mañana con sus breviarios y otras lecturas. Luego de una comida pocas veces frugal, su café y su rosario.- “Rosario, tráigame el café”. Tras ello, una buena cabezadita, alguna visita a algún enfermo por la tarde, para acudir a última hora de ella a decir y predicar las novenas del Carmen o de la Asunción, y dar posteriormente un buen paseo por el atrio de la iglesia, casi siempre arbolado y hermoso. La verdad es que vivían bien. Pero aquellos eran otros tiempos. Ahora ya no es de ese modo y apenas tienen un minuto para rascarse. Trabajan de lo lindo, y si alguien lo duda, que lo compruebe, y observará que la ignavia no se halla entre sus posibles pecados. En el invierno, pastor. Se ha escrito mucho de la vida bucólica y casi siempre para ponderarla, aunque, a decir verdad se suele manifestar una visión poetizada de la misma, ponderando su lado positivo y tratando de encubrir sus miserias. Pero vayamos a lo nuestro. Los hielos invernizos tenían los campos carentes de pastos, por lo que los pastores mantenían al ganado en el aprisco alimentándolo de pienso y ellos, en la tranquilidad y el calor de la majada, echaban mano de entremisos, pleitas y tapas, y con la leche de las ovejas hacían un queso de los mejores del mundo y un requesón digno de los paladares más exquisitos. Tras ello, echaban mano de un rabel, una dulzaina o una flauta de tres agujeros, hecha con el hueso de la pata de un cordero y así conseguían librarse de los rigores hiemales. Y por último, en el tiempo de vendimia…¡quién fuese vendimiador! Ya van remitiendo los tórridos calores agosteños y está finalizando el envero en las uvas. El agricultor sabe la cercanía de unos ingresos que le van a llegar con la recogida de la cosecha y ha contratado una cuadrilla de mujeres y hombres, mozas y mozos algunos de ellos, que quieren aprovechar la coyuntura para sacar algunos cuartos con los que afrontar el invierno. La inmediatez de dicha mejoría económica, y el trato más continuo e íntimo entre esas personas, les hace estar predispuestos a cualquier satisfacción imaginable. Está todo a su favor: clima, comida, salario, convivencia, fiesta, bailes y cantares. Aquél de: Venimos de vendimiar/ de la viña de mi agüelo/ y no nos quiere pagar/ porque hemos roto el puchero, o ese otro: Mocita vendimiaora/ sal de la viña al camino/y tráeme la cantimplora/ que beba una gota e vino/ si es que llego a güena hora.…¡Qué más se puede pedir! Después habrá que retornar a la incómoda, casi siempre, rutina diaria, pero hoy la perspectiva no puede ser más lisonjera. Pero esos, ¡ay dolor!, eran deseos de las gentes de otros tiempos que estaban casi siempre deseosos de tiempos mejores que los que, por desgracia, habitualmente soportaban. Hoy todo eso ya no existe y parece que estemos viviendo en otra galaxia. Hoy en día el número de curas, debido a la falta de vocaciones, o a cualquier otro motivo que ni puedo, ni quiero, ni debo tratar de analizar, ha descendido ostensiblemente, y lo cierto y verdad es que cada uno de ellos se ve obligado a realizar la misma tarea que antes llevaban a cabo dos o tres, así que nadie piense que su vida es tan regalada, como lo era, al menos en parte, la de los sacerdotes de antaño. Al hablar de los pastores es posible que algún joven lector quiera saber qué significa esa palabra porque, sencilla y llanamente, hoy ya no hay zagales o, si existen, es en un porcentaje ínfimo en relación con los que había hace no demasiado tiempo. En la actualidad, es escasísimo el ganado que pasta por el campo, ya que la inmensa mayoría está perennemente estabulado, se alimenta exclusivamente de pienso compuesto y se le ordeña mecánicamente. A pruebas me remito. Y esa invasión de la maquinaria ha llegado también, ¡ y de qué forma y manera!, a la agricultura. Ahora las cuadrillas de vendimiadores están compuestas por dos personas. Créanlo, que es cierto. Una que con un vehículo va recogiendo los racimos y los deposita en un tractor que será conducido por otro individuo hasta el pueblo para hacer la correspondiente descarga en la correspondiente bodega o cooperativa. Ya no se tienen los deseos que expresaba la vieja copla porque las ciencias adelantan que es una barbaridad. Ramón Serrano G. Febrero de 2016

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