domingo, 20 de marzo de 2016

El sueño...(I)

En los días de los hombres hay hechos que se suelen olvidar por completo, como si se hubiesen soñado vagamente o no hubieran existido. En las noches de los hombres hay sueños que se recuerdan siempre con nitidez, como si se hubieran vivido intensamente. Yo tuve anoche una ensoñación de esas. -“Tiene la palabra el nuevo profesor de Literatura”, anunció alguien. Me alcé, y durante el camino de mi silla al estrado pasó por mi mente gran parte de lo que me había acaecido en los últimos días. Entre otras cosas, que estaba recién llegado a este pueblo para desempeñar mi cargo, que me habían elegido para pronunciar el discurso de apertura del curso escolar y que este suceso se estaba celebrando. - Queridos muchachas y muchachos, empecé. Sería imperdonable que mis primeras palabras no estuvieran dedicadas a agradecer la oportunidad que se me brinda para dirigirme a vosotros, los jóvenes, lo cual para alguien como yo, que ya no lo soy, es realmente maravilloso por lo poco frecuente que es, puesto que la vida actual, la tan ajetreada y no siempre franca vida social, nos lleva constantemente a tratar con gente que ya no es joven, o que siéndolo, tiene que olvidarse de tener un comportamiento como tal, o sea, con la espontaneidad, lozanía y sinceridad que caracteriza a esa condición. Yo, y ya que se me permite hacerlo hoy, me felicito por ello. -Y dicho esto, paso sin más al tema de mi charla, que no será otro que el hablaros de vosotros mismos, enfocándoos desde mi prisma, que bien podría ser el de un hombre cualquiera de la calle, que sintiéndose aún casi mozo, puede ver vuestras virtudes y defectos, no mejor o peor que los ven vuestros propios ojos, pero sí desde otra perspectiva, con la que, por otra parte, no pretendo mejorar o empeorar la vuestra, corregirla en suma, sino simplemente complementarla. -Empezaré tratando de ver qué es la juventud, y sobre todo cómo es la juventud de nuestros días. Profundo el tema y pobres las ideas y palabras que yo puedo deciros y que quizás no serán sino la repetición de las que tantas veces se hayan recitado en liceos, aulas y foros; en ensayos, estudios y tesis. Pero puesto a dar mi paupérrima opinión, diré que para mí la juventud es ante y sobre todo un regalo divino y, según tengo aprendido, una determinada situación del alma. Así, en el reparto de dones que Dios hizo entre los hombres, puede que este sea el único que nos alcanza universalmente. No seremos responsables de otros bienes, quizás sencillamente porque no los hayamos tenido: riqueza, poder, mando, inteligencia, sensibilidad, etc., etc., que no son, ni han sido nunca, de todos ni para todos. -Sin embargo el Hacedor sí ha puesto en todas las manos el tesoro de la juventud y su disfrute, por lo que habremos de dar cuenta del uso que de él hagamos. Porque la vida se forma principalmente en la juventud, en ella toma cuerpo, y en ella se siembran las más prometedoras esperanzas, por lo que viene a ser un tiempo crucial de nuestra existencia. Dice un verso de Horacio: “La tinaja difícilmente perderá el aroma del vino primero que la ocupó”. Y así la vida queda marcada con un sello indeleble según sea el jovial comportamiento, dependiendo de aquel vino primero que el alma saborea en los años mozos. Es por tanto fundamental el enfoque que demos a nuestra juventud, los actos que llevemos a cabo en ella, la orientación que marquemos a la misma, o el sentido en el que proyectemos nuestros episodios de esa etapa de la vida, trayecto que, por otra parte, durará mucho o poco dependiendo de nuestra forma de ser y de actuar, y no del número de años cumplidos. -Pero tengamos en cuenta que como en esa época de la existencia se goza de mayor fuerza y salud, se debe compartir la idea de los humanistas, según la cual, la juventud es, en suma, un breve tiempo a transcurrir, un porvenir realizable, una semilla capaz de cualquier fruto, pero también una materia dúctil y maleable, que puede moldearse mal o bien y sin demasiados esfuerzos según sea el escultor que le dé forma, pudiendo considerarla por último como una posibilidad ilimitada de trabajo y entusiasmo, hasta el punto de que convendría recordar a don Bosco cuando decía: “El que a los quince años no es apóstol, dadlo ya por perdido en ese campo”. -Pero si esto es, o puede ser, la juventud en sí, cabe profundizar en lo que es, o pretender ser, la juventud del siglo XXI. En este mundo todo cambia, y ella no podía ser de una diferente manera, pese a que en puntuales conceptos la conducta humana siga siendo inamovible. Leamos detenidamente, y para demostrarlo, este dictamen: “Los jóvenes de hoy en día son unos tiranos, contradicen a sus padres, devoran su comida y le faltan al respeto a sus maestros”. Pues estas afirmaciones, tan categóricas, no son el resultado de una encuesta hecha hace unos días en una determinada universidad europea o americana, sino que las hizo Sócrates, filósofo griego del siglo V a.C. -Cuando se habla de los jóvenes, el hombre de la calle está presto a conformar inmediatamente una figura ya preconcebida, quizás estereotipada, y que, con las variantes subjetivas que puedan producirse en cada caso en particular, vienen casi siempre a coincidir en este modelo: el joven actual es sinónimo principalmente de inconformismo, naturalidad, irresponsabilidad y revolución, sin detenernos en otras cualidades o calidades de menor cuantía, como pudiera ser modos de vestir un tanto extravagante, o aficiones más o menos psicodélicas. Pero como queda visto, todo ello es cierto y demostrable, salvo en una cosa: no el joven actual sino los jóvenes de todos los tiempos. -Porque la juventud tiene implícitas unas condiciones… Ramón Serrano G. Marzo 2016

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