viernes, 17 de junio de 2016

- Oiga amigo,..

-Oiga, amigo, un favor. Quizás usted se haya encontrado alguna vez en la situación en la que yo estoy, y sepa cuál es la solución para salir de ella. Ande, sea bueno y dígamela. Se lo ruego encarecidamente, porque ya estoy harto de intentarlo una vez tras otra, para acabar yendo siempre de mal en peor. Y no tanto por no tratar de arreglar el problema actual, sino porque, al no haber sabido hacerlo, esa ignorancia me ha provocado otro, u otros, de mayor envergadura, que me han enojado más, aunque, en verdad, eso es difícil, porque estar más desesperado que estoy es imposible, sino por cerciorarme de que el efugio para ellos está cada vez más lejos. - Le he dicho que estos conflictos me enfurecen, pero, en realidad, no creo que sea este el verbo más apropiado para describir mi actual estado de ánimo. Sí, sí, ya sé que cuando compruebo que la actitud que adopté no me ha servido en absoluto para nada, me encrespo y me pongo de un humor de mil demonios. Pero ese sofoco va contra mí mismo, y procuro que no me lo note nadie. Además se me pasa pronto, a veces. En realidad me dura poco, o eso creo. Sí, estoy seguro. Se me pasa en breve. -Pero, qué curioso, es entonces cuando viene lo peor, ya que, superado el arrebato, -es decir, transcurridas unas horas, o quizás unos días- caigo de lleno en un estado de cancamurria y poquedad, del que me veo sin fuerzas para salir. Pareciese que el gran Neruda se hubiese inspirado en mí para escribir El pozo, y ruego no vea en esta cita el menor engreimiento, sino la constatación, yo diría que satisfactoria, de verme reflejado en él. De cualquier modo, ya se sabe: los grandes escritores pueden y saben describir con sencillas palabras los grandes aconteceres humanos. Y entonces observo que, mientras mi posible valedor me mira circunspecto y dubitante sobre si ayudarme o no, yo pienso en que los hombres somos muy necios, y casi nunca obramos adecuadamente ante lo que, recién, nos tiene sucedido. Si esto ha sido excelente, o tan siquiera bueno, siempre nos parecerán pocas las plumas rémiges con las que querremos adornar nuestro penacho, y a cualquier hora, y ante todos, estaremos cloqueando, y mucho, lo bien que supimos hacer nuestra tarea. O sea, que nos mirlamos exageradamente. Otro cantar es cuando lo obrado, o tuvo poco acierto, o vino a concluir en fracaso. Somos, entonces, prestos a exculparnos, primero con excusas, ya falsas, ya reales, pero desmedidas siempre, y con el único fin de hacer ver a los demás que no somos tan inútiles como se empeñan en demostrar nuestros actos. Ya se sabe: los imponderables, lo insospechado. Aquello de: “Yo no mandé mis barcos…”, para inmediatamente después, apenas sin melindres, y sin recato alguno, pedir encarecidamente ayuda, (como yo estoy haciendo ahora) ya que hacemos un muy escaso intento de arreglar nosotros mismos lo que nosotros mismos hemos descompuesto. Y es que no me avergüenza -no nos avergüenza- reconocer nuestra incapacidad, nuestra inutilidad, y, lo que es peor, nuestra cobardía, para salir adelante, y acudimos a lo fácil: al remedio, al posible pero casi ineficaz remedio, del consejo ajeno. Y lo hacemos engañándonos a nosotros mismos en dos cosas, que vienen a ser las mismas que piensa quien se lanza a realizar un régimen de adelgazamiento. Y estas dos cosas son: que el asesoramiento que nos ofrecerán va a ser eficiente, y que lo vamos a seguir de modo contumaz. Somos necios, absurdamente necios, al no querer saber que, de intentarlo, sabríamos poner nosotros solos remedios para nuestros males, ya que en la mayoría de los casos, somos nosotros solos los que nos los hemos acarreado. Eso por una parte, y por otra (y esta es aún más grave si cabe), despreciando una ayuda enormemente positiva, que consiste en una animadversión incomprensible para acudir a los libros, nuestros mejores y más grandes amigos. Pero no sabemos, o no queremos, hacer uso de ellos y acudimos a ineficaces placebos que no habrán de curarnos, teniendo una infalible y placentera panacea a nuestro alcance. ¡Qué idiotas! Mas tras estas consideraciones, y creyendo que mi interlocutor no habría pensado en ellas, y no las habría captado tan sólo con mirarme, tomé de nuevo la palabra. -Sea generoso amigo. Al fin y al cabo, únicamente lo único que quiero es hallar alafia y salaam para mi alma. Ramón Serrano G. Mayo 2016

No hay comentarios: