miércoles, 24 de febrero de 2016

El gran error ( y II )

El sabio griego Solón dijo: Los dioses han creado dos cosas perfectas, la mujer y las flores. Continúo mi escrito para expresar que la mujer, que ha tenido, tiene, y tendrá unos valores, si no superiores, sí tan cualificados y valiosos como los del hombre, ha luchado por recuperar el concepto que de ella ha tenido el género masculino, aunque mejor dicho estaría, no por recuperar, ya que esto significa volver a adquirir lo que antes se tenía, sino por conseguir algo que, después de usurpárselo, se le había negado ancestralmente hasta términos insospechados. Recordemos tan sólo aquello de: “la mujer, la pata quebrada y en casa”, frase de expresión machista donde las haya. Si alguien pudiera pensar que esto que vengo hoy a publicar es una galantería o gentileza, debe saber que está en craso error, que lo digo porque lo siento, aunque todos sabemos que estas actitudes suelen estar, por desgracia ya, en un arraigado desuso. Lo que estoy haciendo, o intentando hacer es, simplemente, la más llana de las justicias. Pero bastándome ya lo hablado de términos en los que la fémina puede equiparase al varón, o incluso superarlo, quiero hacerlo de facetas en las que es, simple y llanamente, única en toda la faz de la Tierra, queriendo dejar constancia de que, para valorarla en justicia, no se debe buscar una determinada virtud sino el conjunto, porque puede que una determinada persona tenga más desarrollada que otra aquella o esta cualidad. Entonces resaltaré algunas de sus excelencias, aunque muy pocas, porque si no este escrito sería inacabable. Y así quiero decir, apoyándome en algo que tengo oído en no sé dónde, o leído en no sé qué sitio, que el atractivo de unos labios, más que en su rojez o sinuosidad, puede hallarse en las palabras pronunciadas, y si acaso una de esas palabras es el nombre de un hombre, este considera que está en el paraíso. Que unos ojos pueden ser preciosos si están acostumbrados a ver el lado bueno de las personas y las cosas, y que esos ojos no son sino las ventanas de su corazón, un lugar donde reside el amor en todas sus acepciones. Que una lágrima caída de esos ojos es la más poderosa fuerza hidráulica que en el mundo existe. O que cada mujer tiene dos manos, una para sus propios servicios y la otra para ayudar al prójimo. Así podría seguir detallando, o describiendo, todos y cada uno de sus innumerables atributos, pero me contentaré con expresar que, sin lugar a dudas, la más importante de todas sus cualidades es que su belleza, esa indescriptible e infinita hermosura que le es propia y exclusiva, crece y crece más y más, con el paso de los años. Todos, usted y yo, las hemos podido ver de esa manera y las estamos viendo continuamente y en todo lugar, aunque otra cosa sea que queramos, o no, sepamos, o no, reconocerlo y declararlo. Y para reafirmación de esa lista de perfecciones, que aunque tuviese miles y miles de calificativos siempre sería exigua, podemos hacernos una idea, si rememoramos tan sólo a Judit, Salomé, Teresa de Calcuta. Isabel la Católica, Marie Curie, Juana de Arco, Gabriela Mistral o Frida Khalo. Cito a estas como figuras conocidas por todo el mundo, pero podría hacerlo con el mismo valor y con los mismos merecimientos que las citadas, con todas aquellas otras mujeres que, ignoradas siempre y siempre poco valoradas, en los fogones y en los campos, en los talleres y en las oficinas, en el día a día, con fríos o chicharreras, han sabido ganarse su pan a conciencia y, al mismo tiempo, formar y mantener una familia, cuidar y educar a los hijos, etc., etc., etc. Visto todo esto vemos y sabemos, pues está suficientemente demostrado, que a la mujer se la puede amar, consolar, ayudar, admirar, envidiar, y siendo acérrimos u obtusos, vituperarla o no concederle su verdadera valía. Tan sólo, al decir de Oscar Wilde, hay una acción completamente imposible ante las mujeres, ya que no fueron hechas para ello: comprenderlas. Hoy en día la humanidad puede congratularse de haber vencido, dominado, paliado (y añádanse aquí cuantos participios nos vengan en gana), totalmente en ocasiones, y muy ampliamente en otras, un gran número de desastres, enfermedades y situaciones catastróficas de la más diversa entidad. Sin embargo, y pese a ello, sabemos que la vida en nuestro planeta está seriamente amenazada por bastantes problemas, algunos de ellos de muchísima entidad y de difícil solución. Il n’y a pas de problème. Los hombres trabajarán arduamente para su solución, triunfarán y el mundo será un lugar habitable y acogedor. Y todo esto se logrará, seguro estoy de ello, porque la mujer se hallará detrás, para dar ideas y consejos, curar heridas, levantar ánimos y conceder un beso a los triunfadores. MUJER, plenamente convencido de tu gran valía, satisfecho de vivir a tu lado y agradecido a tu manera de obrar, me descubro ante ti. Ramón Serrano G. Enero 2016

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