jueves, 8 de mayo de 2014

Opiaceo

Para Juan F. Aguado Olmedo, con la satisfacción de haber sido, y seguir siendo, buen amigo suyo. Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera.- Proverbio hindú Indudablemente, si existe en esta vida un mundo que de verdad sea atrayente, sugestivo, cautivador y que no tenga comparación posible con cualquier otro, ese es el mundo de la lectura. Al menos, a mí así me lo parece. Claro, que igual puede decirlo del suyo aquél que sea aficionado a la música, a la tauromaquia o a la cría y al cuidado del ganado caballar. Pero yo declaro abiertamente que es mi pasión favorita, manifestando y pidiendo que al hacer esta profesión de fe, no se vea en ella pedantería o presunción alguna, sino una simple declaración de aficiones. Quizás, eso sí, con una pequeña intención mistagógica, innecesaria por otra parte, ya que quien tiene aguante para perder un rato ante estas pobres líneas mías ya demuestra tener gran afición a la lectura y no necesita que le animen a ella. De cualquier forma, repito, vengo a hacer encomio de mis gustos, y repito, sin cotejar estos con otros (por aquello de las comparaciones, el odio, etc.) declarando abiertamente que mi testimonio no es para nada objetivo y anteponiendo de nuevo, y siempre, aquello de que cada cual puede y debe tener sus aficiones, y, además, estimando que todas son dignas y plausibles porque todas sirven, o al menos deberían hacerlo, para regalarnos grandes relajamientos y satisfacciones para el alma, Entonces quiero proclamar solemnemente que lo más instructivo, ameno, grato, relajante, beneficioso, y así hasta completar una lista enorme de adjetivos definitorios, que el hombre puede usar con el fin de alcanzar un inmenso grado de felicidad, y hacerlo además a su completo antojo y voluntad, es un libro. Nada hay que le cueste menos y le pueda satisfacer más. Que a menos le obligue y del que más reciba. Que menos se queje y que esté más dispuesto a complacer a quien lo toma. Que más enseñe, o que más provecho dé, y que todo esto sea posible sin que importe cuál sea la edad o la sapiencia del lector. Salgan ahora a oponerse los eternos discordantes. Aquellos que, al oír cualquier opinión, se ponen de inmediato en su contra, ya sea en el todo, en parte, o en la forma. Y nos dirán, -parece que los estoy oyendo-, que esta sensación nos la puede producir igualmente viajar, ver una exposición pictórica, oír música o saborear un exquisito yantar. Y, en parte, puede que lleven algo de razón. Pero tan sólo en parte, porque cada uno de los mentados está produciendo satisfacción a un órgano (vista, oído, gusto), pero en un campo limitado, mientras que la lectura nos irá generando tanto placer como nuestra mente sea capaz de desarrollar lo que estamos leyendo. Y puesto que esto es así, y bien demostrado está que lo es, pienso que debemos acudir frecuentemente a los libros como las abejas van a las flores, a extraer su esencia y conseguir una vida mejor. Las cosas (yo creo que la inmensa mayoría de las cosas) se valoran por su relación calidad precio, o sea, tanto cuesta conseguirlas y tanto placer proporcionan su tenencia o disfrute. Y en este justiprecio el libro, o sea la lectura, saca pingüe ventaja a todo lo demás. Dejemos a un lado el inapreciable rendimiento en su utilización para el aprendizaje, y refirámonos únicamente a su uso como entretenimiento y deleite del espíritu. Y si lo analizamos con detenimiento, observaremos que todas las utilidades que nos puede proporcionar la lectura son extremadamente beneficiosas, y el sedimento que va dejando en nuestro intelecto es incalculable. Pensemos en los que estudian varias carreras, no ya con una utilidad práctica, sino tan sólo para saber más. En los que, sin tener medios para viajar, consiguen conocer el mundo. En los que encuentran en ella un muy plácido entretenimiento. Digamos, al fin, y esto está demostrado, que la lectura provoca adicción, como un opiáceo, y esta es otra de sus grandes ventajas. He dicho como un opiáceo, pero con ventajas Sí, dicho y bien dicho está, porque todas ellas son provechosas en alto grado. Hasta tal punto que la práctica de la lectura, al igual que el ejercicio físico, el enamoramiento o el orgasmo, nos hace liberar endorfinas, esas pequeñas proteínas conocidas como las moléculas de la felicidad, que son neurotransmisores producidos por el sistema nervioso central, y que nos llevan a la felicidad por la sensación de bienestar que nos producen. A este respecto puedo decir que leí, tiempo ha, en una novela preciosa: La rosa de Jericó, cómo uno de los personajes le muestra al protagonista una librería en la que tiene veintitrés mil seiscientos cuarenta y siete libros. Mas no lo hace con junciana, sino con el mayor cariño. Y le dice que los cuida, los mira, y ahora, más que nunca, los mima, los acaricia. Y explica, “no por lo que vayan a darme ya, sino por lo mucho que me dieron a lo largo de mi vida”. Efectivamente, a todos no gusta conservar lo querido, ya sean personas o cosas, y las miramos, y las acariciamos con delectación, con terneza y hasta con lagotería, para seguir queriéndolas aún más si cabe, y no por lo que saquemos hoy, sino por el agradecimiento de lo recibido. Quiero acabar recordando que, un muy leído escritor, afirma, en una de sus novelas, que los seres humanos aprenden ideas y conceptos a través de las narraciones, o de la lectura de historias, y no de lecciones magistrales o de discursos más o menos teóricos. Y esto, para mí, es apodíctico. Ramón Serrano G. Abril de 2014

No hay comentarios: