jueves, 8 de mayo de 2014

El grupo

Para Vlad. Carpa En una de esas hermosísimas mañanas marceñas de nuestra querida Mancha, cuando la primavera llama con estruendo, pero primorosamente, a las puertas del campo anunciando su inminente llegada, una urraca vino a posarse en las ramas de una vieja encina, cosa que hacía habitualmente, no ya tanto para tomarse un ligero descanso, como pudiera parecer, sino para garlar ancho y tendido sobre todo lo que pudiese haber sucedido, e incluso de lo que fuera a suceder, en aquellos montes de sus contornos. Aquel día fue la mata parda quien, tras los correspondientes saludos, preguntó: -Oye picaza, llevo algún tiempo observando a un grupo de animalillos que pasan por aquí como quincenalmente, y da la impresión de llevarse muy bien entre ellos, pese a que no todos pertenecen a la misma especie, aunque sí se les ve de una edad aproximada. ¿Tú sabes algo de ellos, o quiénes son? -Pero mi querida amiga, ¿cómo piensas que siendo yo quien, y como soy, no esté enterada de sus vidas y milagros? Pues claro que lo sé, y en el ancho rato que me estés dando cobijo de este sol que ya empieza a apretar, pues hace poco que pasó san José, te voy a contar pormenorizadamente lo que hacen y por qué razón los ves deambular por estos alrededores. -Como bien has dicho, prosiguió el ave, son de una edad similar, se conocen desde que vinieron a este mundo, e incluso, algunas son familia. Casi siempre van siete individuos, de las cuales seis son hembras y uno macho. Las seis son hermosas perdices, y cinco de ellas, por diversos avatares (podríamos hablar de cazadores, cepos, u otros motivos), se han visto desparejadas, aunque saben llevar su “soledad” con gran entereza y estilo, que siempre fueron de un comportamiento adecuado y elegante. -La otra, pese a que desde pollita fue bien puesta y salerosa, y pese también a haber habido muchos “pájaros” que le arrastraron el ala, ella hizo siempre caso omiso a esos requerimientos y nunca se emparejó, y dicho sea de paso, ni repajolera falta que le ha hecho para vivir siempre, y seguir viviendo hoy, cumplida, sabia, satisfactoria y alegremente. Y para acabar la descripción de los animalejos, y refiriéndome al único macho de la cuadrilla, contaré que es el más viejo de todos y que es un conejo que anda desapareado, ya que perdió a su hembra por ignorados motivos. -Todos viven independientes y separados, continuó diciendo la marica, y algunos no en los aledaños, como pudiera pensarse, sino en montes un tanto alejados, pero por la antigua amistad y el afecto que ello les acarrea, se suelen juntar cada dos semanas, más o menos, y marchan a algún paraje que les sea acogedor, y en él se pasan sus buenos ratos comiendo de lo que hallen y tertuliando ampliamente, en ocasiones hasta una tarde entera, sobre sus historias, y de los sucesos más o menos trascendentes que les hayan podido ocurrir. Tras ello, cada quien regresa a su hábitat, a vivir su propia vida, y a esperar una próxima cita grupal. -¿Y no hay nada más entre ellos?, inquirió de nuevo la carrasca. -¿Te parece poco, dijo extrañada la pega, que unos pobres animalillos sepan conservar, por encima de vicisitudes e incidencias, que de todo tuvieron y tienen, una amistad más que sexagenaria y, en aras de ella, se reúnan cada poco para pasar unas horas tranquila y agradablemente? Pocos verás con esos hábitos y que se gocen tanto con ellos, que en estos tiempos que corremos, la fauna que habita sobre la faz de la tierra se entrega mucho, y casi únicamente, a lo que les deja algún beneficio, sea este pingüe o nimio, y poco, muy poco, escasamente algo, a satisfacer las necesidades de sus ánimas. Y eso, créeme amigo chaparro, no es bueno ni aconsejable. -Yo, intervino este, como todos los demás árboles, poco o nada puedo decir sobre ello, ya que nuestra vida se desarrolla aferrados siempre a la misma tierra que nos ve nacer y, por eso, no podemos amigar con nadie, sino con algunos, y estos no son muchos. Tan sólo con quienes como tú, amigo gayo, quieren pararse, aunque sea un algo, cerca, o sobre nosotros. Y hablarnos. ¡Hermosa palabra que, para nuestro pesar, ponemos en uso muy poco! Vemos pasar, eso sí, a unos cuantos seres humanos, a muchos animales de variadas especies, y al viento, nuestro gran amigo el viento, que siempre gusta de enredarse un tanto entre nuestras ramas y contarnos cosas de los diversos lugares de donde procede. ¡Cuánto agradecemos su, a veces árida, pero siempre entrañable compañía! -Pues piensa, viejo amigo, y con esto me viene a ocurrir a mí como a muchos humanos, que siempre alardean de que su mal es más intenso, o más grave, que el del vecino. Y hablo así, porque esa carencia de interlocutores de la que te quejas, la padecemos también en grado sumo nosotras, las cotorras blanquinegras, debido, por mucho que nos pese, a nuestro carácter avariento y a nuestro genio hostil, y no sólo hacia los demás seres, sino hasta para con nosotras mismas, pues únicamente nos juntamos para ver si entre muchas, dónde y cómo, podemos arramplar con cualquier cosa que nos de algún provecho, sin importarnos nunca lo que con ello podamos dañar al prójimo. -¡Mira, muñoncito, mira! exclamó la encina en ese instante. Hablando del rey de Roma…Por allí va el grupo, como tantas otras veces; como de costumbre; como siempre. Todos alegres, confiados, charlando abiertamente, sin dobleces ni malicia, y dispuestos a pasar una tarde maravillosa en abierta y noble amistad. -¡Qué envidia me dan!, pensó la urraca en voz alta. Ramón Serrano G Abril de 2014

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