viernes, 7 de junio de 2013

El gozo

-Jorge, ¿estás en tu casa? -Claro, a estas horas ¿dónde quieres que esté? -¿Puedo ir a verte ahora? -Qué pregunta más tonta. Demasiado sabes que sí, que puedes venir en todo momento. Colgué y me senté tranquilamente a esperar su llegada que no tardó demasiado en producirse. En el momento que entró, le dije: -Aunque sabes, y esto te lo he dicho ya infinidad de veces, que, dada nuestra amistad, o nuestra relación, como quieras llamarle, no me importe recibirte a cualquier hora y en cualquier ocasión, y que además de estarlo deseando, me siento muy complacido de poder ofrecerte toda clase de ayuda que puedas necesitar. Pero recuerda que me asustan estas visitas tan fuera de horario, por si fueran debidas a cualquier causa poco agradable. -Una vez más he de decirte, -me contestó- que te equivocas en eso. No vengo a esta casa, o mejor dicho, a tu compañía, que es en realidad lo que me trae hasta aquí, porque me haya ocurrido algo malo, o porque me hunda la desesperanza, o la tristeza, o la zangarriana, como se las llama en otros sitios. Me trae el deseo de estar a tu lado, ya que estando junto a ti me hallo en uno de los pocos lugares donde encuentro la absoluta felicidad. Porque, en realidad, y aunque demasiadas veces pueda parecer lo contrario, yo soy una de las personas más felices de este mundo. -Pues, si me lo permites, te diré que la mayoría de las veces da la impresión de todo lo contrario. Sobre todo, nada más llegar, que es cuando te sueles mostrar con una frialdad, y yo diría que con una abulia, realmente exasperante. Aunque he de reconocer que, al poco rato, tu carácter suele cambiar, y tu cercanía me proporciona un gozo enorme. Un deleite, tú lo sabes bien, que no cambiaría por nada y sin el cual, ya me sería muy difícil vivir aceptablemente. -Quizás, me contestó, el estar junto a ti, y saber que lo voy a poder hacer durante varias horas, es indudable que poco a poco anima mi alma. Pero quiero que sepas también cuál es el porqué de esa felicidad que presumo de poseer constantemente, y que antes te iba a exponer. -Yo, continuó, que soy igual que cualquiera de los demás mortales, tengo sin embargo una ventaja sobre un gran número de ellos. Trato de vivir alejando de mí los problemas que a todos nos surgen a diario; a veces lo consigo y a veces no, pero todos y cada uno de los días recuerdo que cuento con un refugio a donde acudir en caso de necesidad. Es como el agricultor que sale en mayo a ver sus viñas o sus siembras y regocijarse con lo que está viendo; como quien va a su establo a ver una vez más a su caballo; como quien madruga y se da un paseo hasta la orilla del mar y ver salir el sol en él; y te diría que es casi como el avaro que baja a su cueva y, entre tinieblas, cuenta y recuenta despaciosamente sus monedas. -Es como si de pronto me fuese preciso, tuviese una urgencia anímica, y también física, por qué no decirlo, de corroborar lo que poseo. Cuando esto me ocurre, recuerdo a un amigo, que ya se me fue, a quien satisfacía mucho mi compaña, y que cuando me proponía alguna celebración, siempre añadía; -Y así, nos damos un gozo. -Y eso me ocurre a mí, prosiguió diciendo con delectación. Que de vez en cuando necesito darme un gozo contigo. Entonces vengo a verte, y luego de estar contigo un buen rato, nos complacemos sexualmente con ese increíble número de juegos añadidos con los que sabes aderezar y sublimar el acto. O nos vamos al cine. O cenamos, para darnos luego un maravilloso paseo a la luz de la luna. O simplemente nos quedamos en este salón y hablamos, y hablamos, y hablamos de tus, de mis, de todas las cosas. - Jorge, nada me une a ti oficialmente. Ni a ti, ni a ningún otro. Pero por fortuna, y cada poco, me acucia el impulso de acercarme a ti. Si es porque algo me salió mal, lo hago para que me consueles. Si algo discurrió bien, para compartir las mieles contigo. Y estos arrebatos los causa, tengo la seguridad de ello, una amalgama de sentires que, como ya te digo, me complacen de modo arrebatador. Es amistad y amor, todo mezclado. No necesito repetirte, ya lo sabes, que significas para mí más de lo que pudiera expresar con palabras. Por eso, no me basta nunca con hablarte a través del teléfono y he de venir a verte. Y a que me veas. Y para amarnos. Y es lo que siempre me digo: …es necedad amar? No, es gran prudencia. -Observo, le dije yo entonces, que traes hoy aires cervantinos en la manera de expresar tus sensaciones, así que te diré entonces que tus palabras están colmadas de metafísica. -Pero yo sí como, me respondió. Mas lo que de verdad me alimenta, y me da vida, y me mantiene como en una nube, es un poco el mundo, un poco mi trabajo, y un mucho tú, y tu cariño. Entonces tomamos una copa, y seguimos hablando, y nos quisimos, y la del alba sería, cuando, estando yo lleno de gozo, me dio otro beso, se despidió, y se marchó cerrando la puerta suavemente. Ramón Serrano G. Mayo de 2013

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