Ir a pescar (I)
Ramón Serrano G.
Para N.L., por su gran afición a la lectura.
-Luis, le dije, muchas veces, cuando me relatas esas historias, me parece que eres tú quien las ha vivido, aunque siempre pongas la acción en otros personajes. Y entonces, sé muchas cosas, pero apenas nada de ti.
-No Luca. Ten por seguro que jamás soy yo el protagonista de mis relatos. Y si lo fuese de alguno, te lo diría. Así que, lo que te cuento lo conozco por haberlo vivido o por haberlo escuchado en boca de otros.
-Bueno, pues aunque no te haya ocurrido a ti personalmente, me gustaría oírte algún suceso de esos que tan bien te sabes. Algún viaje, un devaneo, lo que quieras, pero algo para pasar el rato.
-Pues te contaré los amores, que no hace muchos años, mantuvieron una pareja en un pueblo castellano. Jorge y Elisa se llamaban y vivían en la misma calle. Casi enfrente el uno de la otra. Él, de familia muy acomodada, tendría ya los veinticinco cumplidos. Bien parecido, no pudo, o no quiso, acabar los estudios de leyes, y su trabajo consistía en relevar a su padre en el comercio de ropas y tejidos que tenían, para que este se dedicara por entero a la agricultura, que no era escasa ocupación, por cierto. Tenía una hermana, Ester, dos años más joven, ya casada, y un hermano, Gregorio, que estaba en la universidad, pues ese sí era un buen estudiante.
-Ella, que frisaría los veinte, trabajaba como vendedora en una panadería, y su hermana Gloria, algo mayor que ella, ya casada, y funcionaria en la oficina de Correos, eran hijas de Tomás, carpintero de oficio y hombre de bien. Y has de saber que la tal Elisa era guapa de verdad, una garrida moza, y, las dos, de muy buen carácter y mejor educación, por lo que era de mucho agrado el trato con ellas.
- Nuestro protagonista, pese a no ser un mal muchacho, se las daba de galán, y siempre estaba haciendo la rosca a cuantas jóvenes, y no tan jóvenes, podía, y nunca con la intención de conseguir esposa, sino más bien de poder lograr de ellas algún favor sexual, llegando a tener cierta fama de donjuanesco. Pues aunque las costumbres novieras antiguas no eran tan permisivas como las de ahora, siempre se dijo que el roce hace el cariño, pero es que había quienes, tal vez por llegar a ser más queridos, ludían tanto que no dejaban sitio de la amada sin palpar. Pero por decirlo más finamente, era algo así como aquello que Quevedo explica en su “Cuento de cuentos”. O sea, que se andaba a la flor del berro, por lo que, acabado su trabajo, dábase a diversiones y placeres, tratando de descabezar las mejores yerbas. Y aunque no era pretencioso, no le desagradaba que los amigotes le bailasen el agua sobre sus andanzas amatorias.- ¿Sigues con la Blasa, o ya estás buscando a otra?, le decían en el bar los más íntimos. O aquello otro de: -¿No sé qué les das, pero es que te cantan en la mano? ¡Qué tío! Y él, aunque sin presumir, como te digo, no le hacía ascos a esos comentarios y a esa fama, que por otra parte le llevaban a no cejar en sus galanteos y amoríos.
Y precisamente por ese hábito, y puesto que por su vecindad con Elisa, ambos se cruzaban con harta frecuencia, un día pensó que, si lo hacía con otras muchas, por qué no iba a ver si pescaba algo en las “aguas de la vecinita”, la cual, como antes te dije, era un “pescado” muy apetecible. Por ello, siempre que se cruzaba con ella no perdía la ocasión de decirle chicoleos y lisonjas, amén de lanzarle indirectas sobre una posible relación entre ambos, aunque lo único que pretendía de ella, como de tantas otras, era poder llevársela al huerto.
Pero en los pueblos todo se sabe, y esas “aventuras” también las conocía Elisa que, además de guapa, era lista. Como listas son la gran mayoría de las mujeres en muchas cosas, pero, sobre todo, en eso de adivinar cuáles son los verdaderos deseos de aquellos que se acercan a ellas y empiezan a “arrastrar el ala”. Y tan es así, que puedo asegurarte, que tan sólo son engañadas aquellas que quieren serlo, que la que no, bien sabe defenderse, pues de inmediato “huelen” si el que llega, los que trae son nobles o aviesos propósitos.
En esas, el uno, erre que erre con sus argucias, y la otra, una y otra vez, dándole de lado, porque estaba muy dichosa de que se hubiese fijado en ella, lo que en el fondo le gustaba, y bastante, pero para nada le concedería ni la más mínima de sus pretensiones. Al principio, con más educación que agrado, se sonreía ante los requiebros, pero al poco, la insistencia en los mismos y la subida de tono de alguno de ellos, hicieron que se agotara su paciencia cansada, hasta la saciedad, de oír lo mismo y con el mimo fin.
Y un buen día, hablando con su hermana, le comentó su hartazgo y la indecisión de encontrar una fórmula para acabar con la situación de una forma digna y sin que surgiese desavenencia alguna entre las familias. Y Gloria, sin pensárselo dos veces, le dijo:
-Pero, vamos a ver, a ti Jorge, ¿te gusta o no te gusta?
-Pues claro que me gusta. Y mucho. Tanto, que me casaría con él de buena gana. Lo que no le voy a consentir es que esté tonteando conmigo, como ya lo ha hecho con otras, para pasar un rato y, si le dejo, manosearme, o lo que sea menester.
-Bueno, si es así, déjame un par de días, que vamos a poner en marcha un plan que nos va a dar muy buen resultado. Ya verás.
Noviembre de 2011
Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 18 de noviembre de 2011
miércoles, 30 de noviembre de 2011
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