domingo, 20 de marzo de 2011

Acordarse

Acordarse
Ramón Serrano G.

En este mundo, la inmensa mayoría de los seres no solemos hacer nunca nada si no obtenemos de nuestras obras alguna remuneración, sea esta del tipo que sea. Fundamentalmente suele ser económica, pero también puede que nos plazca si con ella vemos satisfecho el ego, tanto en lo pretencioso como en lo cognoscitivo. Sin embargo, no seré yo quien juzgue el proceder de cada cual a este respecto, primero, porque es muy justo que se quiera ganar un estipendio por el trabajo realizado, y luego porque, dada la condición humana, hay quien hace lo que sea menester con el fin de presumir y darse pisto ante los demás. Pero no es a eso a lo que vengo ahora a esta palestra de mis amores.
Los aludidos son, o somos, la generalidad, pero no debemos olvidar que hay también unos pocos, muy pocos, escandalosamente pocos, que dedican una gran parte de su tiempo libre a la ejecución de actividades de las que no sacan provecho numerario alguno, ni más fama que la que puede tener el alguacil de Villachica del Cerro. Entonces, ¿qué es lo que hacen estos otros para después de trabajar no obtener una paga, aunque sea escasa? ¿Será, acaso, que su obra no tiene valor de ningún tipo?
No. Nadie piense que es de este modo, antes bien al contrario, pues el actuar de estas gentes a las que me estoy refiriendo consiste, nada más y nada menos, que en dedicar sus pocas o muchas horas libres a trabajar denodadamente no en su propio beneficio, ya sea este grande o chico, sino en el de los demás. Y lo hacen en todos los sitios y de todas las formas que imaginarse pueda. Por aclarar un poco a quien va referido mi propósito citaré algunos ejemplos, pidiendo disculpas a los no mentados, no vayan a creer ellos, o quienes lean este escrito, que al omitirlos les concedo menor valor que a los que expreso.
Entonces vengo en decir que hay quien colabora con entidades de caridad o sanitarias y quien pertenece a hermandades o asociaciones de tipo religioso, musical, teatrales, o culturales de cualquier otra condición. Y ya me dirá usted, amable lector, qué saca, o quién conoce, al costalero o al penitente que sacan a un paso en procesión. Qué beneficio obtiene, o ante quien presume, el componente de una coral, o el de un grupo teatral aficionado. O si alguien se entera del obrar, o de lo que gana la persona que se hace partícipe y colaborador de alguna organización caritativa. Y ¿a qué seguir poniendo ejemplos? Aunque usted y yo sepamos que hay muchos más, que los hay a miles.
Para una mejor aclaración, quisiera precisar un poco que todos los que realizan estos menesteres obtienen en el desarrollo de los mismos lo que a continuación detallo:
Emplear horas, muchas horas, infinidad de horas, la mayor parte de su tiempo libre y de su descanso, en asistir a ensayos, prácticas, actividades y realizaciones de su afición y de su filia.
Gastar alguna parte de su dinero en desplazamientos, compras del material necesario, consumiciones y otros, propias de esas dedicaciones.
Renunciar a muchas otras maneras de divertirse y relajarse, más privativas y menos sacrificadas.
Saber que muy pocas veces, o nunca, se verá recompensada por nadie su admirable actitud. Algunos obtendrán, y durante unos pocos minutos, un aplauso, pero poco más. Y la mayoría ni eso.
Entonces, y según lo expuesto, alguno de ustedes vendrá en pensar que estas personas, dado su sacrificio, son dignas de consideración y lástima. Pues no. De lo primero, sí y en grado sumo, pero de lo segundo, en absoluto. ¿Por qué? Pues porque ellos, al llevar a cabo su hobby, son completamente felices. Mucho más que si vieran gratificado su trabajo con algún estipendio. Y su dicha, su felicidad, estriba por encima de todo en:
Proporcionar alguna ventura a los demás.
Paliar las necesidades de los menesterosos de cualquier condición.
Propagar la cultura.
Mantener las costumbres y las tradiciones.
Restar importancia a su quehacer.
Pasar desapercibido ante los otros
No les tengamos conmiseración entonces, sino envidia, porque haciendo lo que acabo de explicar, ellos son contentos, ya que lo que buscan es eso solamente: ayudar a la comunidad sin recibir nada a cambio. Saben muy bien que los trabajos volitivos preparan a las gentes para soportar con mayor facilidad los obligatorios. Y saben que el fruto del trabajo es el mejor placer que existe.
Ellos no lo buscan ni lo necesitan para nada, pero es a nosotros a quienes nos toca primero reconocer su comportamiento y proclamarlo después. Por tanto, y aunque habitualmente estamos más propensos en dar loas y encomios a aquellos que son famosos y están encumbrados, acudo hoy, desde mi modestia, a hacer mención a esas buenas gentes, altruistas y generosas, y rendirles tributo de gratitud y admiración. Es esta una tarea que solemos procrastinar e, incluso, abandonarla. Pero sería cometer una estulticia el no acordarse de ellos, ni darse por enterados de que existen y de lo que hacen. Ni agradecérselo. Por eso he escrito lo que antecede.

Marzo de 2011

Publicado en “El Periódico” de Tomelloso el 11 de marzo de 2011

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