miércoles, 27 de julio de 2016

Racismo

“Vivir en cualquier parte del mundo y estar contra la igualdad por motivo de raza, es como vivir en Alaska y estar contra la nieve”.- William Faulkner. La verdad es que resulta tremendamente difícil encontrar un tema para un artículo que no esté ya trillado hasta la saciedad, y más si ocurre, como en el caso de hoy, que quiero hablar de una de las muchas taras, incorrecciones y malas costumbres que suelen tener los seres humanos. De entre el sinfín de ellas no hay ninguna que sea justificable, aunque esto pueda deberse en gran manera a quién sea el juez que dictamine su gravedad. Pero he de decir que yo sería severísimo en el caso de tener que dar mi opinión sobre aquellos que son racistas. Que, a mi entender, es esto, el racismo, una de las peores lacras que padecen los seres humanos. Porque me parece digno de execración que alguien se sienta superior y rechace a otras personas, a las que considera inferiores, no por sus actos o comportamientos sino por su raza o el color de su piel. Que defiendan la supuesta superioridad de la raza blanca, o cualquier otra, sobre las demás y sientan la necesidad de mantenerla aislada de las que sean como las que ellas prefieren. Esas gentes y sus adeptos padecen sin duda una exacerbación por la que discriminan, persiguen e incluso asesinan (multitud de casos se han dado de ello), a quienes no pertenecen a una determinada etnia o tienen su piel de color y, sobre todo, si esta es negra. Citaré, tan sólo eso, los diversos tipos de racismo que hay, o ha habido, a lo largo de la historia y en toda la geografía mundial. Así, puedo decir que se han dado por discapacidad, creencias, estatus u orientación sexual. De carácter biológico (las razas), cultural, sexual e incluso infantil. Pseudo-científicas, colonialistas o filosóficas, citando entre estos a Arthur de Gonineau y su célebre Ensayo, y sin querer pasar de apostillar que también se da el racismo en muchos lugares entre los negros, u otras razas, hacia los blancos. Podríamos poner ejemplos de mil clases de la desafortunada existencia de esta irracionalidad, ya que se ha venido cometiendo en multitud de lugares y en todos los tiempos. Sin embargo, y como más representativos y graves de entre ellos, citaré al Ku Klux Klan norteamericano y su odio hacia los negros, o al nazismo (palabra que proviene de la contracción de la voz alemana nationalsozialismus), aquél fanatismo hitleriano perseguidor, hasta unos límites insospechados, del exterminio de la naturaleza judía. Y nombrar, aun cuando sólo sea de pasada a los gitanos, cuyo racismo, siendo importante, no alcanza a los anteriores. Es que, de verdad, no lo comprendo. No lo puedo entender. Admito, y es mucho admitir, que la gente cometa mil barbaridades en contra de la sociedad e incluso de ella misma. Disparates de mayor o menor calibre, drogas, trabajos de sospechosa moralidad, incultura, … pero a qué seguir poniendo ejemplos archisabidos por todos. Mas lo que no he llegado nunca a imaginar es que alguien sea rechazado ignominiosamente porque los melanocitos se hallan arraigados de una manera más intensa en su epidermis, o porque profesen una fe y unas creencias diferentes a los de la sociedad ambiental. Que alguien le dé toda la importancia a la portada del libro y ninguna al argumento o la manera de expresarse el autor. No conozco ningún caso en el que un padre haya rechazado al novio de su hija porque este midiera menos de 1,60 cms, tuviese la nariz mucho más larga o corta de lo normal, o padeciese una renquera deformante. Sí a quienes lo hicieron, pero no de una manera radical y definitiva, porque no tuviese la novia (o el novio), una economía suficiente o una posición social o laboral determinada. Sin embargo, sabemos de muchos (quizás la mayoría de los que están leyendo estas líneas), que nunca admitirían la incorporación a su seno familiar de un negro. ¡Qué vergüenza tener un negro en mi casa! ¡Qué dirían los vecinos! Recuerdo que hace bastantes años, comentando este asunto con una persona haciéndole ver mi oposición al racismo y diciéndole que a mí no me hubiese importado en absoluto que alguno de mis hijos maridase con una persona de color, me dijo: - Quizás no pensarías igual si algún día tuvieses un nieto negro y vieras cómo lo rechazaban en el colegio todos o la mayoría de sus compañeros. Tuve que callarme. Debo reconocer, y lo hago muy complacido, que, afortunadamente, muy afortunadamente, por la llegada a nuestro país de gentes de muchas nacionalidades –africanos, chinos, sudamericanos, etc.- ya vemos en nuestras calles y en nuestras escuelas cómo los niños no blancos comparten, conviven, dialogan y juegan tranquila y llanamente con los de aquí. Muchísimo se ha avanzado en ese aspecto, aunque bien pudiera ser que más en la apariencia que en el fondo. Pero tengamos fe. Permítaseme por último recordar al lector aquella maravillosa película de Stanley Kramer, Adivina quién viene esta noche, protagonizada por Spencer Tracy, Sidney Poitier y Katherine Hepburn, en las que se dan unas magníficas reflexiones sobre los absurdos tabúes de la pigmentación de la piel, su condicionamiento en la conducta del individuo y su admisión en las familias y en la sociedad. Ramón Serrano G. Julio 2016

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