jueves, 22 de octubre de 2015

Dichas y desgracias

Si alguien quisiese jugar al extraño y divertido juego de observar los hábitos y modos del comportamiento humano, vería cómo un enorme porcentaje de estos rayan en la badomía. Así es hoy, y así ha venido siendo desde tiempo inmemorial, pues los individuos, o bien se han dedicado preferentemente a hacer aquello que les era más hacedero, o bien, sin causa alguna que nos sea conocida, ante cualquier evento, han llevado a cabo, exclusivamente, la mitad de sus posibilidades de actuación. Como ejemplo demostrativo de ello, traigo a colación las palabras de un actual y muy conocido escritor, quien afirma que es muy común hoy en día escuchar cómo se aconseja a las gentes que no dejen de hacer frecuentemente ejercicio físico para mantener en forma su cuerpo, pero que en contadísimas ocasiones ha oído a alguien incitar a los atletas a que lean libros de contino. Sí, ya saben, aquello de mens sana in corpore sano, o sea, el cuerpo y el espíritu equilibrados, que proponía Juvenal. Y yo, harto de entretener mis horas en nonadas, he venido en atalayar cómo la mayoría de los sabios que en el mundo han sido han dedicado su tiempo, y su saber, a tratar de conducirnos por los más enrevesados y dificultosos caminos y vericuetos, para que pudiéramos llegar a la consecución de la felicidad, ya fuese este logro en mayor o menor grado, de esta o de aquella entidad, o de pingüe o de nimia trascendencia. Y para dar testimonio de lo dicho, y tan sólo por avivar el recuerdo del lector, que no por junciana, traeré a colación a Aristóteles en su Ética a Nicómaco; a Sartre, que afirmaba que la felicidad no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en querer lo que uno hace; a Bertrand Russell en su Conquista de la felicidad y, cómo no, a Epicuro de Samos y su famosa doctrina hedonista. Pienso que ellos, como tantos y tantos otros, han obrado bien, porque la felicidad existe en este mundo, aunque lo intrincado sea conseguirla, por lo cual es bueno dar normas y asesoramiento para su logro. Es lo que han hecho constantemente, como antes dije, los libros y las escuelas filosóficas: mostrarnos los más diversos caminos para hallarla. Sin embargo, ¡qué curioso! todos ellos, y todos nosotros, olvidaron y olvidamos, dar el mismo tratamiento a las desgracias, que, por igual, nos atañen y han existido, de la misma manera, desde siempre y en todos los lugares. Epidemias, hambrunas, terremotos o politicastros, de otros tiempos o actuales, son algunas de las muchas desgracias que los humanos hemos soportado y tendremos que soportar per in sécula seculorum. Pero sin embargo, ya digo, para la prevención de estas, apenas si ha habido alguien que se moleste en aconsejarnos. Si acaso, un tal Rabindranath Tagore, que decía, amén de otras muchas cosas maravillosas, que a quien llora por haber perdido el sol, las lágrimas no le dejan ver las estrellas. O aquel otro, llamado Mahatma Gandhi, el cual, según creo, aseguraba, entre infinidad de otras verdades transcendentales, que la fuerza no viene de la capacidad física sino de una voluntad indomable. Para proclamar después, que la auténtica alegría está en el esfuerzo, en la lucha y en el sufrimiento que todos estos conllevan, pero no en la victoria. ¡Y cuán cierto es todo esto! Estamos tan ansiosos por buscar panaceas para alcanzar lo que estimamos bueno, que no nos preocupamos por hallar elixires que nos libren de lo que tememos por considerarlo como malo, olvidando que ambas, la felicidad y la desgracia, existen. Soñamos una y otra vez con aquella y nos extrañamos ante el advenimiento de esta. Aunque es casi necesario recordar continuamente aquél dicho popular que afirma:-Si quieres ser feliz como me dices, no analices muchacho, no analices. Pero es que es más: tenemos grabadas en nuestro interior la imagen de ambas como un estereotipo: oronda, la de quien es afortunado y hética, la del que está atacado por la adversidad. Aunque, bien mirado, son estas unas actitudes de todo punto lógicas. ¿Por qué? Pues porque una de las más arraigadas y protervas cualidades que tiene el ser humano es la del egotismo. Por ello, por nuestra inmensa manía de ser protagonistas, contamos a todo el mundo lo que nos ocurre, sin percatarnos de que eso es un gran error. Veámoslo. Si lo logrado es bueno, al divulgarlo nos estaremos metiendo de lleno en uno de estos dos charcos: uno, en que estamos haciendo alarde de una gran carencia de humildad, y otro, en que estamos despertando la envidia de muchos, ya que pocos serán los que quieran reconocer nuestra virtud. Y si lo que nos ha acaecido es nocible, los más fingirán prestar atención a nuestros ayes mientras nos escuchan, pero en cuanto se volteen se olvidarán de nosotros y de nuestro mal. Por todo lo expuesto, quiero exhortarte, querido lector, a que de lo que te acaezca, no des tres cuartos al pregonero y pienses que la felicidad es efímera y la desgracia banal. Siempre. Así pues, si sabido es que holgarse en la comodidad y la placentería debilita el espíritu, mientras que luchar enseña y fortalece, y aquí, en esto, no cabe ser ecléctico. Calla pues y obra en consecuencia. Comportarse de otro modo es de tontos, y sin embargo es lo que solemos hacer. Al menos, yo. Ramón Serrano G. Octubre de 2015

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