jueves, 17 de julio de 2014

...hoy (II)

Teresa no acababa de decantarse sobre la decisión a tomar. Llevaba varias semanas saliendo de manera intermitente con Rafael, hablando con él de mil y un temas, pero en su fuero interno, sabía que no debería retrasar más el darle una contestación a su propuesta. Sin embargo, no era nada fácil saber qué resolución adoptar ante y para con ese hombre que, cuando joven, fue su primer y único amor; que después la había abandonado inmotivadamente, y que ahora, inesperadamente, y más de veinte años después, repetía su asedio amoroso. Desde luego, antes de adquirir un compromiso absolutamente formal y serio (a su edad ya no valían probaturas como le anticipó en su día), él y ella tendrían que puntualizar meticulosamente cuáles eran sus intenciones, ya que Rafael sólo le había hecho una propuesta, directa sí, pero nada concisa. Estaba clarísimo que antes de tomar una solución definitiva tendría que saber sus ideas y proyectos, e incluso, si lo hubiese, algún condicionamiento. Pero todo eso vendría luego. Antes, y eso era lo que no acababa de aceptar, era entrar en “negociaciones”. Y era lo más importante. Decidióse al fin, y lo llamó para concertar una cita, aclarándole que lo tratado en esa sería resolutorio. La fijaron para el siguiente día; él la recogió con su coche y luego se fueron hasta una cafetería, La Veredilla, en las afueras del pueblo. No había más que un par de clientes. Ocuparon la última mesa de la terraza, y habló él: -Sólo con que hayas querido venir a hablar de esto, ya es para mí una satisfacción, y lo seguiría siendo aunque tu postura fuese negativa. -Aunque fuese únicamente por educación tenía que venir, tú lo sabes. Por educación y por respeto a ti. Pero también, y principalmente, he venido por mí. Me he planteado esta situación que tú, mi querido Rafael, has venido a ofertarme. Te aseguro que lo he hecho desde muchos prismas, y, al final, todos ellos me ofrecían perspectivas muy halagüeñas. Yo, una casi solterona, o quizás, no tan casi, pero virgen, eso sí, se ve pretendida de nuevo por el mismo hombre que la enamoró cuando joven, para compartir con él la segunda parte de sus vidas, sin duda alguna la parte de ella más difícil y requeridora de mayores esfuerzos. Con el hombre a quien quise y que aún sigo queriendo. A la vez, en ese compartir la vida, podré fruir con muchos gozos de los que yo, hasta el día de hoy, he sido ayuna. Y sentirme arropada, y protegida, y ayudada, en cuantos menesteres necesitare. -Tengo por seguro, prosiguió Teresa, que ello me acarreará, por otra parte, trabajos, desvelos, sacrificios, al tener que convivir con otra persona y supeditar en muchas ocasiones mis gustos y deseos a los suyos. Y que todo eso, cuando se ha vivido como he hecho yo en la más completa libertad, puede atemorizar un tanto. Pero sé, con seguridad, que esos esfuerzos me proporcionarán alegría y no desasosiego, ya que estarán realizados con el fin de conseguir el bienestar de la persona amada. -Ni en mis mejores sueños esperaba oírte decir esas palabras, dijo él. -Por favor, déjame terminar, le cortó ella. Aún no te he hablado de tres cosas que quiero pedirte antes de que tomemos la decisión de unirnos. La primera, y esta es imprescindible, es que hemos de vivir en mi casa y no en la tuya. Comprenderás que, a sus años, no debo, ni quiero, dejar sola a mi madre. Está bien, pero debe vivir acompañada. No hay ningún otro motivo. La segunda, y esta es una súplica, es que espero tu valiosa ayuda en la administración de mis fincas. Y la tercera, y esta no sé cómo catalogarla, es que me gustaría hacer el amor antes de la boda. -No, no pongas esa cara, prosiguió. Por un lado, mi educación en ese aspecto es muy distinta a la actual (ya sabes, aquello de la mitificación del sexo con la que nos traumatizaron, etc., etc.) y por otro, estoy cansada de escuchar y saber cosas sobre el acto en sí, y no quiero buscarle más trascendencias. Cosas buenas, malas y regulares, para qué te voy a cansar, si tú también las has oído demasiadas veces. Para algunas mujeres es maravilloso; para otras, ¡pse!, una forma de “distraerse”; pero para otras, según tengo oído, es un auténtico suplicio. Un trance muy desagradable. Y yo, que puedo ser así, no quiero padecer, ni privarte a ti de un placer al que tienes derecho por el matrimonio. Ahora tú me dirás. -Tus palabras, sorprendentes en parte, han tenido una claridad y una explicitud muy de agradecer, y que quisiera que también las tuviesen las mías. Me explico: nada, absolutamente nada, que objetar a las dos primeras premisas. Será muy agradable vivir con la suegra, al igual que prestarte la colaboración que pueda en la gestión de tus negocios, aunque ya supones que de agricultura sé muy poco, si es que sé de algo. En estos dos temas, por mucho que haga, siempre me parecerá poco. Además, y para evitar que tengas problemas, haremos separación de bienes, y te entregaré una concesión de divorcio para que, si no te agrada algo del matrimonio, puedas volver al celibato, al día siguiente si gustas, sin ningún problema. -En cuanto al que resta, he de decirte (ocultarlo sería una necedad) que yo me he sentido de nuevo enamorado de ti. Enamorado de verdad. Enamorado a la antigua manera, con lo cual se me abría la posibilidad de vivir mis últimos años en un estado de venturanza, que no es necesario que pormenorice, y que ya no esperaba obtener. Pero debes creerme al expresarte que me planteé nuestra unión en un estado de, digamos, desequilibrio, por el que yo me dedicaría más a conseguir tu felicidad que la mía. Mil razones me aduje para convencerme de ello, pero sobre todo que yo había estado casado y, por tanto, vivido en pareja, con toda la cantidad de vivencias de todo tipo que eso conlleva. Te repito que estoy completamente seguro de lo que quiero hacer si consigo, para mi bien, casarme contigo: buscar en todo momento, y por encima de todo, tu dicha. -Tan sólo, Teresa, quiero hacer una excepción a esa regla y, ahora, permíteme que acuda a la memoria. Recordarás que cuando fuimos novios, lo más que nos permitíamos -lo más que me permitías- era una caricia fugaz, y ya, como el súmmum, un beso casi, casi robado. A ninguno de los dos se nos pasó por el magín el acostarnos, cosa que ambos estábamos dispuestos a posponer hasta el paso por la vicaría. Permíteme pues, cariño, que hoy, con más años, conserve el mismo respeto que entonces nos teníamos. Acabamos de recordar nuestro ayer, y hemos puntualizado nuestro hoy. Concédeme que dejemos la realización de la cópula para un mañana, que parece ser que tenemos, afortunadamente, muy cerca, y, por lo que se barrunta, puede que sea muy feliz. Ramón Serrano G. Julio de 2014

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